Las que van a morir

26 Nov

maltrato1.jpg Ayer, día 25 de noviembre, se celebró el día internacional contra la violencia de género o, más propiamente, contra el terrorismo doméstico. Un día que debería repetirse cada 24 horas hasta que se alcanzase la era del respeto, de la dignidad y de la igualdad. En el presente año, que se sepa, han muerto en España 56 mujeres, víctimas de la brutalidad de sus parejas. Se dice en un segundo, pero hay siglos de dolor y de opresión debajo de cada historia, sustentando esa realidad terrible que se perpetúa y se perpetúa hasta el cansancio. Otras mujeres están muertas sin poder ser enterradas. Muertas en vida porque carecen de libertad, porque tienen el autoconcepto destruido, porque tienen el futuro hecho añicos, porque no quieren irse a dormir y tampoco despertarse, porque duermen con el asesino que huele a puños y a filos de cuchillo, porque están paralizadas por el miedo, porque no pueden huir, porque sus sueños están llenos de sangre, porque sus labios están sellados por besos que son como candados, porque sus ojos no tienen donde descansar.
Es un hecho aterrador. Casi insoportable para una sociedad democrática. Detrás de cada historia hay una vida destrozada y un sufrimiento infinito. Porque las ha matado quien dice que las ama, quien las tiene como esclavas, quien las considera un objeto sin valor. Cuánta tristeza en esos ojos que se han cerrado a golpes, cuánto dolor en un corazón que se ha destruido por el pretendido amor.
Hoy me pregunto no sólo por las mujeres que han muerto sino por las que van a morir. ¿Dónde están? ¿Qué hacen? ¿Qué piensan? ¿Qué sienten? Me las imagino diciendo sí ante el altar, cortados los caminos de la vuelta atrás, conscientes de que están subiendo a un cadalso lleno de flores. Me las imagino descubriendo con horror, acaso la misma noche de bodas, que se han casado con un maltratador, con un asesino. Me las imagino llorando en silencio, paralizadas por el terror, incapaces de dar un paso hacia la liberación. Me las imagino fingiendo ante los hijos, los amigos y los familiares una felicidad que no tienen. Me las imagino recibiendo caricias repugnantes, sin saber si es más grande el dolor o la rabia que suscitan. Me las imagino cubriendo de maquillaje los moratones que ha dejado sellado su cuerpo con la crueldad.
Me las imagino aceptando las flores, las joyas, las cenas, los viajes, las promesas, los regalos de quien, otra vez, dice que todo va a cambiar, que va a comenzar una vida nueva, que van a volver al paraíso en el que vivieron al inicio del engañoso amor. Me las imagino de pie, mientras el maltratador, de rodillas, implora perdón a “la persona que más quiere en la vida”, tratando de evitar las amenazas de suicidio de quien hace unos minutos golpeaba hasta la extenuación.
Me imagino, sobre todo, a las que se culpan por su sufrimiento, a las que se consideran indignas de amor, malas personas a las que nadie puede querer porque no se lo merecen. A las que piensan que cuando sus marido las pegan es porque se lo tienen bien merecido y que ellos las castigan por su bien, para enseñarlas a ser mujeres valiosas, fieles y coherentes. A las que olvidan que no hay mayor opresión que aquella en la que el oprimido mete en su cabeza los esquemas del opresor.
Me las imagino ocultando a los hijos las lágrimas, ocultando las heridas para que ellos no sufran, silenciando los golpes, explicando sin razones el desastre. Temiendo que los niños sepan quién es su padre. Sufriendo porque los niños sufren. Sabiendo que los niños aprenden. Esperando un milagro que nunca llega.
Saben que están condenadas a muerte, que están en el corredor maldito haciendo tiempo hasta que llegue la hora. Incapaces de gritar porque piensan que eso adelantará el fin. Incapaces de denunciar porque eso enfurecerá al agresor. Incapaces de abrir la boca para no sufrir la humillación de que todo el mundo sepa que no son queridas.
Estas mujeres a las que entre todos hemos condenado a muerte tienen que aprender a pronunciar, de forma convincente y convencida, estas cinco palabras:
YO: porque ellas son lo más importante para sí mismas, porque tienen que convencerse de que son dignas de amor, de que merecen respeto, de que tienen dignidad, de que pueden ser felices, de que nadie está condenado a ser desgraciado de por vida.
NO: porque tienen que negarse a la destrucción, al sometimiento, al sacrificio estéril por los hijos, al perdón que está asentado en la falsedad, al chantaje afectivo, a las promesas falaces, a los nuevos intentos.
BASTA: porque aunque haya sido un sólo bofetón es más que suficiente, porque ya está bien con lo que hubo, porque no se puede aceptar ni un segundo más la bota del opresor sobre la cabeza o las palabras insultantes sobre el corazón.
AHORA: porque dejarlo para luego es prolongar la agonía y exponerse a la destrucción total. Porque mañana quizá sea ya tarde.
AYUDA: porque a veces es necesario contar con el apoyo de amigos, de amigas, de especialistas, de asociaciones ya que el pozo es tan profundo que no se puede salir sola.
Con todo el sentimiento que provoca la rabia y el dolor que siento por ellas quiero contar a las mujeres maltratadas la siguiente historia: Un león fue capturado y encerrado en un zoo, donde se encontró con otros leones que llevaban allí muchos años. El león no tardó en familiarizarse con las actividades sociales de los restantes leones, los cuales estaban asociados en distintos grupos. Un grupo era el de los socializantes; otro, el del mundo del espectáculo; incluso había un grupo cultural, cuyo objetivo era preservar las costumbres, la tradición y la época en la que los leones eran libres; había también grupos religiosos, que solían reunirse para entonar canciones acerca de una futura selva en la que no habría vallas. Y había finalmente revolucionarios que se dedicaban a conspirar contra sus captores… Mientras lo observaba todo, el recién llegado reparó en la presencia de un león que parecía dormido, un solitario no perteneciente a ningún grupo que le dijo:
– Ten cuidado. Esos pobres locos se ocupan de todo menos de lo esencial: Estudiar la naturaleza de la cerca.
Ojalá consigan descubrir la naturaleza de la valla que las tiene encerradas, completamente engañadas, sin libertad para huir. Porque si saben de qué está hecha esa valla de opresión podrán destruirla o saltarla. Si lo hacen, se habrán librado del dolor, de la opresión y de la muerte. Las que iban a morir… se habrán salvado. No por la magnanimidad de los dioses ni por el arrepentimiento de sus verdugos sino por su lucidez y por su coraje.

3 respuestas a «Las que van a morir»

  1. por favor pido ayuda. mi pareja me ha pegado, él pone la excusa de que fue porque lo medicaron mal. no sé como deshacerme de él, porque sigue insistiendo y diciéndome que vuelva con él. Yo cuando viví con él, que solo duró la relación un mes y medio, estaba atemorizada, porque por todo se enfadaba y era muy celoso. Por favor, que puedo hacer? Ayudénme.

  2. tranquila, denuncialo aunque te aga cosa pero tienes que acerlo es lo mejor que puedes acer! y vete lejos con tu familia alejate de el lo mas rapido posible y pide ayuda…esto a empezado con una simple bofetada pero puede acabar con una gran puñalada

    Azme caso DENUNCIA…
    no sufras, por un simberguenza SUERTE

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