En la sección de anuncios por palabras de un periódico un individuo manifestaba sus pretensiones sentimentales con estas palabras: “Agricultor de 40 años desea establecer relaciones con mujer de entre 30 y 40 años que se dedique a la agricultura y que posea un tractor. Manden foto del tractor”.
El pragmático pretendiente buscaba en la relación algo más tangible que romanticismo. Algo más útil que la generosidad y mucho más prosaico que el amor. A veces acontece que el amor es sólo un pretexto. El amor, y la amistad, y el trabajo, y la política, y el ocio y cualquier actividad humana. ¿Qué buscamos al hacer las cosas? ¿Qué nos mueve a la acción? ¿Qué motor pone en marcha nuestros comportamientos?
El utilitarismo es una doctrina moral y filosófica que tiene como objetivo último la utilidad. Tuvo su cúspide en el siglo XVIII con Bentham y el el XIX con Stuart Mll. Según esta teoría, lo útil ha de constituirse en el principio supremo que guía la actividad social y económica. Bentham define la utilidad de una acción por la capacidad que tiene para producir placer e impedir dolor a todos aquellos cuyo interés está en juego. Es decir, que para los utilitaristas clásicos el bien que se debía perseguir era de carácter colectivo. El utilitarismo debía buscar la eliminación de los obstáculos opuestos al bienestar de la mayor parte de los ciudadanos.
Decía Stuart Mill en su libro “El utilitarismo” que “el criterio de moralidad de la conducta no es el bienestar personal que puede procurar el dinero, sino el de todos los interesados. Así, entre su propio bienestar y el de los demás, el utilitarismo exige del individuo que sea tan rigurosamente imparcial como un espectador desinteresado y benevolente”.
El problema con el que hoy nos encontramos es que el utilitarismo ha cambiado su esencia. La búsqueda del placer se ha hecho rabiosamente individualista. Se ha cambiado una coma y el sentido de la tesis se ha modificado sustancialmente. En lugar de decir: “Lo mejor y lo primero, para mi compañero”, ahora se ha situado la coma de forma interesada después de la palabra primero, de manera que el sentido de la frase inicial es ahora diametralmente opuesto: “Lo mejor y lo primero, para mí, compañero”.
Esa perversión de la teoría clásica de los utilitaristas tiene una modalidad curiosa. Me refiero al egoísmo ampliado de “los míos”. El yo adquiere una extensión que puede ser abarcada en círculos concéntricos que van descendiendo en intensidad pragmática. “Mi familia” es un primer círculo egoísta. Algunos entienden que con tal de que sus hijos estén bien y no les falta nada, el problema está resuelto. Estando “los suyos” bien, todo está bien. Otro círculo de interés es el de los compatriotas. Obsérvese el interés que se manifiesta, cuando se produce una catástrofe geográficamente lejana, sea un atentado o un seísmo, en hacer ver que entre las víctimas hay o no ciudadanos españoles… Si realmente no los hay, parece que la tragedia ha sido de menor importancia. O de ninguna. Aunque haya habido centenares de muertos. Por eso duelen tan poco los millones de niños que mueren de hambre o los millones de personas que están sumidas en la pobreza extrema. Ese es un terrorismo invisible.
La obsesión por la utilidad nos lleva muchas a veces a no reparar en la naturaleza de los medios que empleamos para conseguir los fines.
Pienso en la intromisión que algunos periodistas del corazón hacen en la vida privada y pública de personajes de diverso pelaje. Vale todo con tal de conseguir unas fotos o unas declaraciones rentables. Se escuda ese mal llamado profesional del periodismo en el hecho de que la vida de los famosos interesa a la ciudadanía. Y en otro argumento todavía más peregrino: quien ha vendido una exclusiva ha puesto en almoneda su vida privada. Como si quien vendiese un mueble ya quisiera venderlos todos o, mejor, dicho, regalarlos.
Ha llegado hasta tal punto el utilitarismo que con tal de conseguir un beneficio (dinero, fama, poder…) se llega a calumniar, perseguir, inventar una noticia o atribuir un romance inexistente. Todo vale.
Apliquemos el criterio a la publicidad y veremos que con tal de que se incite a la compra, vale cualquier recurso mediático. O a la programación televisiva: conseguir espectadores (esa es la utilidad) hace que se pueda hacer cualquier tipo de programas, cualquier tipo de concursos, cualquier tipo de series… Hace unos días, en un programa de infausto contenido, oí una pregunta de un concurso a través del cual se ganaba un buen dinerillo: ¿Cómo se llama el hijo de Dinio? Mantuve un tiempo la orden con el mando a distancia. Y, asombrado, pude ver que todas las preguntas tenían esa misma profundidad: (o altura) cultural: ¿quién fue el último novio de…?, ¿cómo se llama la amante…? La cuestión no tiene desperdicio. No sólo es que los programas se refocilen en ese tipo de historias, de banalidades, de estupideces… Es que, se exige saberlas, memorizarlas, como si de contenidos importantes de tratase. Lo cual obliga al espectador (ya sé, ya sé que a un tipo determinado de espectador) a permanecer atento a todos los cotilleos. Eso es estar al día, eso permite ganar dinero.Es muy útil.
El planteamiento utilitarista puede aplicarse a cualquier ámbito de la vida. Este comportamiento es bueno en la medida que reporte unos beneficios (económicos, sociales, políticos…). La bondad de la conducta se deduce de la importancia (cantidad o cualidad como decía Stuart Mill) del beneficio.
Permítame el lector que le cuente una pequeña anécdota familiar. Me acompañaba todos los domingos un sobrino a comprar el periódico. Se subía en los asientos traseros del coche y llegábamos a la localidad cercana. Siempre le compraba alguna cosilla. Un día, al salir, su madre me pidió que no le comprase nada. Me negué reiteradamente a varias de sus peticiones: golosinas, cuentos, regalos… No fue fácil, ciertamente. Al terminar la expedición, subió de nuevo a los asientos de atrás. Mientras conducía, le oí decir en voz baja, lamentándose de la perdida de tiempo:
–Total, ¿para qué he venido hoy? Para nada.
Era entonces un niño. Hoy es una persona magnífica y generosa. El problema de algunos ciudadanos y ciudadanas es que, a medida que van creciendo, van haciendo más elaborados, concienzudos y habituales esos comportamientos egoístas infantiles. No dan un paso sin pretender alcanzar el pago eficaz. Si lo que hacen no tiene una beneficio, entienden que lo han hecho “para nada”.
Manden foto del tractor
6
Ago