Todo conductor sabe muy bien que, cuando circula de noche, tiene que utilizar las luces bajas para no deslumbrar al que viaja en sentido contrario. Algunas veces, como es por otra parte normal, nos olvidamos de hacerlo. Es el momento en que podemos conocer qué tipo de personalidad tiene el conductor que se aproxima. Hay quien, con una suave ráfaga te llama la atención para que bajes las luces. Por el contrario, hay quien reacciona con una actitud vengativa y con una agresividad desmedidas. Deja sus focos altos, hasta que te deslumbra y, al pasar a tu lado, sin bajarlos, te lanza un bocinazo que te sobrecoge. Lo mismo hace este tipo de personas cuando te has olvidado de bajar los focos al aproximarte por detrás a su vehículo. Lo adelantas. El conductor vengativo te persigue kilómetros y kilómetros cegándote con sus faros para hacerte pagar el descuido.
–Toma, ahora te aguantas, vienen a decir con su comportamiento.
Se diría que tienen que cobrar esa venganza para seguir conduciendo tranquilos. Para ser felices necesitan vengarse. Ya están en paz. O, mejor, ya han vencido al adversario. Cumplen la ley del Talión con minuciosidad y eficacia. Y, ya se sabe: “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”. En efecto, ¿cuándo, cómo y dónde se rompe la cadena de la venganza?
No sé si el lector conoce la historia, que se ha difundido profusamente a través de la red. Se cruzan en una carretera un conductor y una conductora. Al estar en línea los coches, la conductora, que ha tenido la previsión de bajar el cristal de la puerta del coche, se asoma levemente y dice con fuerza:
–¡Caballo!
El conductor responde con rapidez de reflejos:
–¡Vaca!
Se siente muy satisfecho el varón, ya que piensa que le ha dado a la mujer una contestación rápida, ingeniosa y contundente. Se ha vengado de manera eficaz.
De pronto, el coche conducido por el hombre choca violentamente contra un caballo que está en medio de la carretera y que acaba empotrándose en la parte delantera del vehículo.
Es un ejemplo de cómo la satisfacción por la venganza se convierte en un dramático percance. Si siempre sucediesen así las cosas, acabaríamos por ser menos agresivos. No siempre sucede así, claro está. Lo habitual es que el vengativo acumule satisfacciones sucesivas a medida que va ejerciendo su mezquina forma de hacer justicia. La venganza, decía Bacon, es un forma de “justicia salvaje”. Es un sentimiento que nos lleva muchas veces al ajuste de cuentas. El que la hace, la paga, decimos, mezclando el sentimiento de justicia con la mezquindad de la venganza.
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, dice en el “Libro del buen amor”: “Engaña a quien t´engaña e a quien te fay, fayle”. Terrible e interminable cadena la de la venganza.
Ejerce la venganza el profesor que espera el momento de las calificaciones para pasarle factura al alumno que le ha molestado en clase con un comportamiento persistentemente agresivo. Se venga el compañero de quien ha hecho de él un comentario insidioso. Practica la venganza el jefe de partido que está descontento por unas críticas duras de un militante y por eso le retira de un cargo. Actúa vengativamente el político que no perdona un desliz del opositor y se lo echa en cara hasta el aburrimiento. Cultiva la actitud vengativa el marido que tiene una larga lista de agravios de su pareja (agravios por los que ella tendrá que pagar inexorablemente el precio oportuno)….
Existe una forma hipócrita de almacenar la venganza. Está simbolizada en la curiosa frase “yo perdono, pero no olvido”. Lo cual quiere decir, que no se perdona, sino que se aplaza la venganza. Frecuentemente aparece en esos insufribles programas del corazón la persona que ha roto una relación familiar o amistosa a causa de un agravio que tuvo lugar hace veinte años. Qué mezquindad. Qué miseria.
La venganza es una pasión que se refuta a sí misma: “Al vengarnos, en vez de destruir el objeto de nuestra venganza, reafirmamos su existencia, afianzamos su ser. La venganza es la afirmación de la negación y al realizarse constituye la contradicción consigo misma”, dice Gurméndez.
Lo contrario de la venganza es la indiferencia, elevada por Aristóteles a la aristocrática virtud de la magnanimidad. La victoria sobre la venganza es la felicidad que pueden contemplar en nosotros quienes nos han ofendido. Decía Voltaire con indudable acierto: “La mayor venganza sobre nuestros enemigos es que nos vean felices”.
Para Juvenal la venganza es siempre un placer de los espíritus estrechos, enfermos y encogidos. El lector conocerá a personas que tienen una larga y minuciosa lista de agravios que van cobrando con paciencia casi infinita. Todos acaban pagando la deuda porque el vengativo sabe esperar, sabe urdir y sabe disfrutar de “su momento”. Las personas vengativas desarrollan la memoria específica para el recuerdo de las ofensas. Parece mentira que puedan recordar con tan minuciosamente algo que sucedió hace tantísimo tiempo.
En la aplicación de castigos y sanciones existe muchas veces un preocupante componente vengativo. Si ha hecho algo malo, que lo pague. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué beneficios se derivan de ese ajuste de cuentas? Las respuestas a estas preguntas es el encogimiento de hombros.
“La sanción educativa, en oposición a la sanción penal, se legitima con un por qué y con un para qué. Siempre va dirigida hacia el futuro del individuo o de la colectividad, su último objetivo no es reparar sino preparar”, dice Olivier Reboul en su Philosophie de l´éducation.
Hay que construir una sociedad cuyos miembros no lleven con exactitud las cuentas de los agravios, que perdonen y que olviden los ofensas, que no se muestren siempre suspicaces y rencorosos, que sean generosos y puedan descansar sin ajustarle las cuentas a todo hijo de vecino. En definitiva, ciudadanos que escriban la historia de las ofensas sobre la arena y los motivos de agradecimiento sobre las piedras de la memoria.
Hay quien asocia el perdón a la debilidad. Yo creo, por el contrario, que el olvido y el perdón son el fruto de la magnanimidad, de la generosidad, de la fortaleza y de la grandeza de miras y de sentimientos.
¡Vaca!
2
Jul