Los carteros generosos

9 Jul

En cualquier empresa, organización o partido político se suele desarrollar un mecanismo de sutil y al mismo tiempo brutal acuchillamiento de aquellos miembros que están especialmente preocupados por su mejora y progreso. Me refiero al progreso y a la mejora de la organización. Llamaré a estos personajes ‘tipo A’. Trabajan con empeño, incluso más allá de lo exigido. No tienen límites de tiempo y esfuerzo. Plantean sus iniciativas, propuestas, inquietudes y proyectos a otros miembros del grupo a quienes calificaré de ‘tipo B’.
Cuando un A propone a un B que hay que hacer autocrítica, o un especial esfuerzo, o un aumento generoso del compromiso o un proyecto ambicioso de transformación, lo lógico sería que el B se sumase a la propuesta. No suele ser así. El B no quiere aceptar que el A es mejor que él, no quiere reconocer su protagonismo y, al mismo tiempo, no está dispuesto a realizar esfuerzo alguno gratuito. Como no puede desmontar la propuesta a través del razonamiento, lo que hace es destruir al B utilizando cuchillos afilados que clava preferentemente por la espalda. Destruyendo al A destruye la causa que éste defiende.
He visto manejar muchos de estos cuchillos en las organizaciones. Más de treinta diferentes. Todos ellos muy afilados. Voy a mencionar solamente algunos que utilizan diestramente los B para matar a los A:
– “No hay que hacer caso al A porque tiene problemas afectivos. No es que quiera dedicar mucho tiempo a la organización, es que no quiere ir a casa porque tiene un serio problema emocional (está soltero, no tiene hijos, se está separando…)”.
– “Siempre le ha gustado distinguirse y sobresalir. No es un buen profesional. Lo que pretende es hacer la pelota al jefe para ascender en la organización. Bajo esa apariencia de trabajo se esconde un trepa”.
– “No hay que seguir las sugerencias de A. Es de Izquierda Unida, del tripartito o simpatizante de Batasuna (o, desde otras categorías: es un meapilas, es del Opus, es un carca…)”.
–“Eso que propone A ya lo intentamos hace varios años y no sirvió para nada. No sólo fue inútil sino que causó graves daños en la organización. Mejor ignorarlo”.
– “Es un joven iluso e inexperto. No sabe todavía lo que es la vida y cómo se las gastan los jefes de este tinglado. Es un optimista bastante ridículo. (Si la edad se invierte y el que propone es un veterano, el cuchillo se maneja de otra manera: “Este no sabe cómo son las cosas en la actualidad, siempre ha sido ingenuo y la vida no le ha enseñado nada útil. Por eso será siempre un fracasado. Es un utópico, un soñador trasnochado)”.
– “Lo hace porque a él le gustan estas cosas, le va ese talante entusiasta y optimista. Él es así. No tiene mérito lo que hace porque disfruta haciéndolo”.
El cuchillo se puede clavar en el pecho, a la cara, sin tapujos:
– “¿Crees que te van a hacer un monumento, que van a poner tu nombre a una calle, que vas a heredar la empresa, o que te van a nombrar presidente? ¿Eres tan tonto que piensas que te lo van a agradecer?”.
Si la persona ‘tipo A’ es una mujer, algún B tiene afilado un cuchillo sexista que clava con crueldad:
–“Ella cree que es feminista; lo que sucede en realidad es que tiene mal carácter”.
Le pasa al A lo que le sucedió a un soldado en plena guerra. Dicen que cavó una trinchera tan profunda, tan profunda, que le declararon desertor. Trabajar denodadamente por la causa le supuso la condena.

Cuentan que en una oficina de correos los carteros reciben una carta con una dirección sorprendente: ‘San Antonio de Padua. El Cielo’. Se encuentran al abrirla con la petición que un obrero en paro le hace a San Antonio para que le envíe cien euros porque tiene un hijo enfermo y necesita esa cantidad con urgencia para comprarle unas medicinas que harán posible su curación. Los carteros deciden ayudarle. Juntan el dinero que tienen y recaudan ochenta euros. Se los envían, sin ninguna aclaración, a la persona que figura en el remite. Al mes siguiente reciben en la oficina de correos una nueva misiva con la misma dirección: ‘San Antonio de Padua. El Cielo’. Piensan que el obrero a quien habían ayudado les daría las gracias por el dinero. Al abrir el sobre se encuentran el siguiente texto: “Querido san Antonio, ya sabía yo que no me ibas a fallar. Te quiero dar las gracias por el dinero que me mandaste que, con otro poco que yo pus, me permitió comprar las medicinas para mi hijo que, por cierto, se ha curado. Pero te voy a dar un consejo: cuando mandes otra vez dinero a tus devotos, no se te ocurra enviarlo a través de las oficinas de correos, porque los muy ladrones me han robado veinte euros de los que tú me mandaste”.
¿No es cierto que se corre el riesgo de no volver a enviar dinero y así librarse del insulto inmerecido de ladrón? Ese es el peligro. Esa es la mezquina tentación. ¿No es cierto que el soldado ‘desertor’, si volviese a las trincheras después de pasar por la cárcel, tendría la tentación de quedarse cómodamente a cubierto para evitar el castigo?
La micropolítica de las organizaciones crea modelos. Cuando en una de ellas el modelo es un B, cuando la persona que tiene prestigio e influencia es un B o cuando el Director de la institución es un B, las cosas se ponen especialmente difíciles para los A. La actitud del A está condenada al fracaso y la del B se reviste de influencia y poder. Genera miedo.
Es conveniente jubilarse de A. Trae mucha cuenta. No sólo para quienes están en la organización con el A sino para el que vive con esa actitud comprometida y entusiasta. No es igual acudir con amargura al trabajo que mantener viva la llama del optimismo. Algunos se queman demasiado pronto. Hay que saber mantener el optimismo y la ilusión. Es inteligente fabricarse unos chalecos y unos pantalones anticuchillos y trabajar con perseverancia y esfuerzo. Puede que haya puñaladas, pero también hay excelentes pócimas (suelen tenerlas los amigos) y con unas aplicaciones se consigue que cicatricen las heridas.
Hay personas A tan admirablemente contumaces, que resisten todas las cuchilladas imaginables. Algunos B se hacen, por el contrario, unos estrategas manejando los cuchillos. Si he contado todo esto no es para disuadir a los A por los riesgos que corren sino para prevenirlos de los peligros y para recordarles las enormes ventajas que tiene seguir siéndolo.

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