Vivimos inmersos en lo que se ha dado en llamar sociedad-red, sociedad telemática, telépolis, sociedad digital, cultura de la información y así hasta casi cien denominaciones similares. Lo cierto es que nos encontramos en la última generación de una civilización antigua y en la primera de una nueva civilización. Las consecuencias de ese fenómeno son importantísimas: nueva forma de pensar, de sentir, de ser y de relacionarse. En definitiva, de vivir.
Se define el concepto de ‘brecha digital’ como la separación que existe entre las comunidades, estados y países que utilizan las nuevas tecnologías de la información como una parte rutinaria de su vida diaria y aquellas que no tienen acceso a las mismas y que, aunque lo tengan, no saben cómo utilizarlas. Lleva consigo la desigualdad de posibilidades para acceder a la información, al conocimiento, a los negocios, a las relaciones y a la educación. La brecha no se relaciona sólo con aspectos de orden exclusivamente tecnológico. Es el reflejo de una combinación de factores socioeconómicos y en particular de limitaciones y falta de infraestructura de telecomunicaciones e informática.
La brecha digital está basada en cuatro elementos concatenados:
– disponibilidad de un ordenador u otro elemento hardware que permite a la persona conectarse,
– posibilidad de conectarse y poder de acceder a la red desde el hogar, el trabajo o la oficina,
– el conocimiento de las herramientas básicas para poder acceder,
– la capacidad para poder hacer que la información accesible en la red pueda ser convertida en conocimiento por el usuario.
A nadie se le oculta la importancia que tiene hoy estar conectado a la red, navegar a través de ella, disponer de correo electrónico, ser capaz de comunicarse con otras personas en este nuevo foro, hasta hace muy poco casi inimaginable. “Lo verdaderamente importante no es la exclusión de la información sino la exclusión por la información”, según Perry y Jupp.
Las diferencias son abismales. Antes de la brecha digital existió la brecha analógica. Los países ricos (15% de la población mundial) tienen el 50% de teléfonos fijos y el 70% de los inalámbricos. Hay más conexiones a Internet en Manhatan que en África. Y, lo más preocupante, las desigualdades son crecientes. La diferencia entre países ricos y pobres era de 3 a 1 en 1820, de 35 a 1 en 1950, de 44 a 1 en 1973 y de 72 a 1 en 1992.
Hay quien piensa (creo que equivocadamente) que la brecha digital es un mito porque la fuerza económica y la dinámica del mercado hará que terminen las diferencias, llegando el momento en el que el uso de Internet será generalizado como lo es el de la televisión.
Quienes están conectados tienen acceso a un cúmulo casi infinito de información. Tener información hoy es tener poder. Quienes están privados de ella sufren el castigo de la discriminación y de la exclusión. Los ‘conectados’ tienen también la posibilidad de dialogar, conocer e interrelacionarse con otros. La comunicación que se hace a través de la red tiene peculiaridades originales. El interlocutor no sabe si quien habla es hombre o mujer, rico o pobre, gordo o flaco, bajo o alto, guapo o feo, tartamudo o locuaz, negro o blanco… Conozco en mi entorno próximo a tres parejas de queridos amigos y amigas que se han casado a través de la conexión que realizaron en Internet.
La conexión a la red mejora la calidad de los servicios (consultas comerciales, negocios, operaciones bancarias, compras, puestos de trabajo, compraventas, reservas…). El intercambio de ideas, de experiencias, de bromas, de historias cargadas de ingenio circulan por la red para regocijo de muchos. Véase el librito de Agustín Rodríguez Mas titulado ‘E-mail. Historias de humor que circulan por la Red’.
Existen ahora nuevas formas de diversión y entretenimiento. Ahí están ‘los ermitaños del siglo XXI’. Personas que se refugian en Internet y pueden pasarse días y días sin hablar con un interlocutor presencial. La formación de las personas evitará las manipulaciones que se producen a través de la red. Quien está educado sabe discernir cuándo el conocimiento que el brindan está adulterado, cuándo la publicidad es engañosa, cuándo la forma de diversión es indecente (hay pornografía infantil, hay propuestas degradantes, hay manipulación de las conciencias…), cuándo le están tendiendo una trampa. “Si mandas esto correo a 15 personas serás muy feliz, si lo mandas a 10, bastante feliz y si no lo mandas serás desgraciado”. Y alguno se lo cree. (Recuérdese que el premio Nobel Niel Borg fue preguntado si creía que las herraduras en las puertas de las casas traían suerte. Dijo que no. Y, al decirle que él tenía una en la puerta contestó: “Es que me han dico que las herraduras en las puertas de las casas traen suerte incluso al que no cree en ello”).
Aparecen con la red nuevas formas de asociación, organización y participación. Nadie podía imaginar que, a través de la red, podría convocarse una multitud ante las sedes del PP el día 13 de marzo del 2004. ¿Nos habríamos imaginado la expansión de la propuesta pareada de celebración del año 2005 que hemos vivido el pasado 31 de diciembre y que no quiero ahora reproducir? ¿Habría imaginado alguien la posibilidad de concentrarse a través del ya famoso “pásalo”, como ha sucedido en Madrid con ocasión de la muerte de Juan Pablo II?
¿Quiénes quedan excluidos? Los pobres, los vagabundos, los alcohólicos, los drogodependientes, las minorías étnicas, los inmigrantes, los discapacitados… Hay quien se excluye de forma espontánea o de forma diferente a los que quedan excluidos de manera absolutamente involuntaria. Me refiero a las personas de edad que no son capaces de aprender a manejar la nueva tecnología o que se niegan a realizar el esfuerzo necesario para hacerlo. Todos conocemos a personas que se han aferrado a su vieja máquina de escribir y que no se molestan en ponerse delante del ordenador. Esos no son excluidos, ellos se excluyen sin ser sustancialmente perjudicados.
¿Cómo combatir esta exclusión? Con políticas de redistribución que eviten que la diferencia entre los pueblos siga acrecentándose. No hace falta sólo reducir la diferencia tecnológica. Hace falta otro tipo de transformación educativa. Son necesarios programas de capacitación. Conviene enfocar la actividad hacia el desarrollo, no hacia la explotación. Es necesario lanzar puentes digitales que permitan superar la brecha.
Lo que nosotros necesitamos es que puedan sentarse ante los ordenadores niños y jóvenes inteligentes que sepan aprovecharse de los beneficios de la red y que sepan defenderse de sus trampas, seducciones y manipulaciones.
La brecha digital
9
Abr