El proceso de socialización consiste en la incorporación exitosa de las personas a una cultura determinada. La cultura es el conjunto de costumbres, ritos, mitos, creencias, normas y valores que configuran una sociedad. La educación añade a la socialización dos exigencias fundamentales. Una de carácter crítico. La otra de carácter ético. Mediante la primera, la persona es capaz de analizar, de discernir, de comprender el por qué de las cosas. Decía Paulo Freire: la persona educada no es ingenua sino crítica. La segunda exigencia de la educación es de carácter ético. La persona verdaderamente educada desarrolla un compromiso ético, vive y defiende los valores, la dignidad y los derechos humanos.
Lo que digo de la incorporación crítica y ética a la propia cultura, lo digo también de la inmersión en otra cultura o de la aceptación de una persona en la nuestra. Por eso, cuando en la cultura existe una costumbre que atenta contra los derechos humanos, la persona educada lucha contra esa costumbre. Ni se somete a ella ni acepta que otras personas la sigan. Respetar otras culturas (o la propia) no significa aceptar costumbres que atentan contra los derechos de la persona. Existe una ética para la sociedad civil que está por encima de las religiones. Este es el punto de vista que defiende José Antonio Marina en su libro ‘Dictamen sobre Dios’. Todas las religiones deben estar sometidas a la ética. No hacerlo así lleva a situaciones que conculcan los derechos de las personas y rompen la dignidad: quema de discrepantes, guerra santa, limitación de derechos, discriminación por el género, imposición del velo, ablación del clítoris…
He dicho todo lo que precede para tomar posición en el espinoso asunto del encarcelamiento del imán de Fuengirola, Mohamed Kamal. Desde mi punto de vista, el imán sufre un justo castigo porque no es ético (aunque en la cultura islámica sea aceptable) que alguien defienda que se pegue a las mujeres y que explique cómo se las puede pegar sin dejar huellas. Al parecer eso dice en su libro ‘La mujer en el Islam’. Esa posición constituye un atentado contra los derechos de la mujer. Y debe ser castigada.
No estoy de acuerdo con quienes han manifestado que ese castigo es una vuelta a los tiempos de la Inquisición. Creo que no. Creo que las ideas de la Inquisición las defienden y ejecutan quienes sostienen que es lícito golpear a la mujer.
La manifestación celebrada en Málaga y encabezada por mujeres islámicas no demuestra nada sobre la inocencia del imán. La pancarta que abría la manifestación mostraba este significativo texto: “Las mujeres musulmanas exigimos justicia para el imán”. Decir, como dice su hija, que si el imán defendiese el maltrato, no habría mujeres en la manifestación, nada explica sobre la postura del líder religioso sobre el papel de la mujer y el trato que se merece por su actuación. Porque las mujeres islámicas viven dentro de su cultura. Y han introducido en sus cabezas las ideas ortodoxas de la misma. No hay mayor opresión que aquella en la que el oprimido mete en su cabeza los esquemas del opresor.
Lo mismo tengo que decir del uso del velo femenino en las culturas islámicas. Hay mujeres que defienden la costumbre con entusiasmo y convicción. Y muchas que llevan el velo no sólo sin rechistar sino con orgullo y como símbolo de una excelsa identidad. ¿Cómo es posible? Pues porque han hecho suyos los criterios del que decide. “Mi opresor tiene razón”.
Acabo de leer, al respecto, un libro estremecedor. Se titula ‘¡Abajo el velo!’. Es el testimonio de una mujer iraní que, con lucidez y contundencia, nos desvela los significados reales del uso del velo. Chahdortt Djavann comienza su libro con estas significativas palabras: “Durante diez años llevé el velo. Era el velo o la muerte. Y sé de lo que hablo”. En las escasas 59 páginas explica con claridad y vehemencia las razones de su rebeldía. Arremete con razón contra los intelectuales islámicos (varones en su totalidad) que deciden para ellas, que argumentan desde su poder lo que ellas deben hacer. Si tanto les gusta el velo, ¿por qué no lo utilizan ellos? “Una vez más, dice, éstos deciden por ellas cómo deben ser su libertad y su futuro. Hablan en lugar de aquellas a las que nadie escucha”. Y añade con indiscutible rigor: “Hablan del velo bajo el cual jamás han vivido”.
Obsérvese que el uso del velo no es comparable con la exhibición de una cruz o de una estrella de David. Estos signos pueden llevarlos igualmente hombres y mujeres y no suponen discriminación alguna. No entrañan la negación de un derecho. Porque se exhiben voluntariamente. Otra cosa muy distinta es el uso del velo. Si el rostro o el cabello de las mujeres son peligrosos porque pueden convertirse en una ocasión de deseo para los varones, ¿no pueden las mujeres sentir ese mismo deseo ante el rostro descubierto de los varones? El velo no protege a la mujer. Protege a los hombres de sus deseos. “En el islam, dice Djavann, las muchachas no están hechas para sentir deseos, solamente pueden ser objeto del deseo de los hombres”. El velo no protege a la mujer. Protege al hombre de un deseo irreprimible.
Pero ese objeto de deseo masculino expresa otra prohibición y otra ambivalencia. Una chica no es nada. El muchacho lo es todo. Una chica no tiene ningún derecho. Una chica tiene que quedarse en el interior. Se esconde lo que nos da vergüenza: los defectos, las debilidades, las insuficiencias, las carencias, las anomalías, las frustraciones, los errores, las faltas… La mujer es la insuficiencia, la impotencia, la inferioridad. Ella es el objeto potencial de la violación, del pecado, del incesto e, incluso, del robo, porque los hombres pueden robarle su pudor con una simple mirada. El honor de los hombres musulmanes se lava con la sangre de las mujeres.
Dice Chadortt Djavann: “El velo, ante todo, anula la capacidad de mezclarse en el espacio y materializa la separación radical y draconiana del espacio femenino y el espacio masculino. O, más exactamente, define y limita el espacio femenino. El velo, el hijab, es el dogma más bárbaro que se inscribe en el cuerpo femenino y se apodera de él”.
Las madres inculcan a sus hijas el temor de la mirada y los peligros que ella esconde. ¿Por qué lo defienden las mujeres? ¿Por qué algunas mujeres defienden a quien propone un maltrato hacia ellas mismas? Porque han metido en sus cabezas los esquemas de sus opresores. Cuando una mujer dice “mi opresor tiene razón” está muy lejos de alcanzar la libertad. Su actitud me produce tristeza. La de los opresores, indignación.
Mi opresor tiene razón
4
Dic
A mi parecer el uso del velo en cierta forma es importante no solo dignifica si no que la protege de caer en pecado puesto, que una mujer debe andar vestida como si cristo o mahoma fuera su compañero mantener su dignidad, su virginidad impune hasta el metrimonio puesto que Dios envio virgen a Eva entonces es un deber divino de la mujer mantenerse pura.