La psicología del aprendizaje es terminante al respecto. El refuerzo positivo (por ejemplo, el elogio) es más eficaz para el aprendizaje que el refuerzo negativo (por ejemplo, el reproche, el castigo). Y tiene muchos menos efectos secundarios imprevisibles e incontrolables aparejados. Mediante el refuerzo negativo puede ser que se corrija un defecto, pero también puede suceder que se rompa para siempre el vínculo educativo con el que enseña.
Me gusta mucho la historia de un entrenador de fútbol que se hace cargo de un equipo de adolescentes. Observa su juego y ve que tienen un defecto importante. Cada uno, con el afán de marcar y ser aplaudido, agarra el balón y pretende meter gol regateando a todos los jugadores del equipo contrario que le salen al paso. Acaban perdiendo siempre la pelota. El entrenador les reúne y les dice:
– Mirad, el fútbol es un deporte de equipo y tiene una regla de otro. Cuando uno recibe el balón, ha de mirar quién está libre para poder pasárselo. Cuando uno no lo tiene, debe desmarcarse para poder recibirlo. ¿Está claro?
Todos responden convencidos:
– Sí, mister, está muy claro.
– ¿Lo váis a hacer como estoy diciendo?
– Sí, contestan a coro, muy entusiasmados.
Llega el primer partido de competición. El entrenador observa las evoluciones de sus jugadores desde el banquillo. Y ve que siguen con el mismo error que ha pretendido corregir. Su equipo acaba perdiendo el partido por un tanteo escandaloso: 6–0. Cuando los jugadores llegan al vestuario, esperan una severa reprimenda de su entrenador, quizás un castigo. Pero se sorprenden cuando les dice:
– Tengo que felicitaros.
La sorpresa es mayúscula. No se imaginan ningún motivo por el que puedan ser felicitados. Han perdido. No han hecho caso a su entrenador. Han jugado mal.
– Hemos perdido, recuerdan entristecidos y cabizbajos, por si su entrenador ni siquiera se ha enterado del desastre.
El entrenador, tranquilo, sonriente, les comenta:
– Ya sé, ya sé que hemos perdido. A pesar de ello. tengo que felicitaros. Os explicaré por qué. Vamos a ver, cuando tú tenías el balón, le dice a uno de sus jugadores, y seguías con él hasta perderlo, ¿qué pensabas?
– Yo pensé que así no podía ser, que nos había dicho que teníamos que pasar.
– Y vosotros, dice dirigiéndose a otros jugadores, cuando veíais que algún compañero de equipo avanzaba queriendo llegar entre contrarios a la otra portería, ¿qué pensabais?
– Que tenía que pasar el balón a quien estuviera libre, como nos había dicho.
– ¿Es cierto que lo pensábais?
–Sí, mister, lo hemos pensado, hemos caído en la cuenta.
– Pues bien, ese es el motivo de mi felicitación. Ya habéis dado un paso hacia el buen juego, hacia la mejora. Ya habéis pensado que así no podéis seguir. Enhorabuena, pues. El próximo día hay que dar otro pasito hacia adelante. Y estoy seguro de que lo vais a dar.
El lector estará conmigo en que con ese entrenador es más fácil progresar, es más posible avanzar. No es que no sea exigente. Lo es. De hecho, les emplaza para dar otro paso más en el próximo partido. Es inteligente, es generoso. Todos querríamos ser entrenados por una persona así. No nos gustaría jugar a las órdenes de un entrenador que nos humillara, que nos despreciara, que nos dijera que somos inútiles, a pesar de haber ganado, de haber hecho las cosas bien, sólo por haber fallado un penalti intrascendente para la victoria.
Creo que practicamos poco la felicitación, el elogio, la manifestación de nuestra enhorabuena. En los establecimientos existe un libro de reclamaciones, pero no de felicitaciones. Decimos lo que se hace mal, no felicitamos por lo que se hace bien. Y todos estamos hechos de la misma pasta, o de parecida pasta. Nos gustan más las felicitaciones que los reproches.
La odiosa frase de “la letra con sangre entra” se ha interpretado desafortunadamente. La sangre no es del aprendiz sino del que enseña.
No defiendo con esta postura la falta de exigencia, la falta de esfuerzo, la falta de voluntad de quien aprende. Sólo aprende el que quiere. Hace falta voluntad, por consiguiente, sacrificio, esfuerzo y constancia. Pero nacidos de la lógica, del interés, de la sensibilidad. Si el esfuerzo nace de la crispación, del desamor, del miedo o del odio de quien lo exige, producirá malos frutos. En primer lugar porque, cuando esa exigencia desaparezca, también se esfumará el deseo de esforzarse. En segundo lugar porque aparecerán el resentimiento y la venganza como respuestas a la malquerencia.
Creo que las personas tiernas y sensibles consiguen mucho más, generan una respuesta más exigente y autónoma. El palo, la dureza, la agresividad sólo producen heridas.
Me preocupa, claro está, la abulia, la pereza, la falta de esfuerzo que veo en algunos jóvenes. El problema es pensar en las causas y en saber cómo se promueve la autonomía de la decisión y la capacidad de esfuerzo y constancia. No basta con decirlo. No basta con exigirlo. Hay que tener motivos, razones, ejemplos, para que se desee hacerlo.
Un alumno le dice a un profesor: “Mire usted, explíqueme lo que quiera, por el método que desee y hasta póngame la nota que le apetezca pero, por favor, no me motive”. ¿Se le puede motivar a la fuerza? ¿Basta decirle que se esfuerce? ¿Cómo se convence a este personaje que tiene que motivarse, que tiene que tener voluntad, que tiene que practicar la cultura del esfuerzo. Eso es lo difícil, llegar a persuadir de lo importante y de lo interesante que es hacer las cosas bien. Si sólo se practica la filosofía del “palo y tente tieso”, la reacción previsible es que se evite recibir el palo y, sobre todo, de que cuando el palo no descargue su violencia, nos entreguemos a lo más fácil.
Tengo que felicitaros
25
Sep
¡Qué real y cuántos cambios lograríamos los maestros si transmitiéramos ese estímulo y esa valoración de los pequeños esfuerzos en una actitud positiva ante la vida!