Si no leo, me aburro

18 Sep

lector.jpg En un escaparate de una tienda de la ciudad mexicana de Oaxaca he visto una camiseta con esta sugerente inscripción: “Si no leo, me aburro”. A la explícita intencionalidad del texto hay que añadir una segunda connotación que venía sugerida por la imagen de un burro que aparecía al lado del texto. “Si no leo, me hago un burro”, venía a decir el autor de la idea. Manuel Alcántara lo dice con su habitual ingenio: “Cuando alguno nos dice que no lee, podría ahorrarse la confidencia”.
Se puede leer en El Quijote: “Ahora digo que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. A través de los libros puedes recorrer mundos nuevos e inexplorados, vivir aventuras jamás soñadas, conocer personas increíbles, descubrir o inventar misterios, vivir grandes emociones, aprender miles de cosas…
Pocos placeres más estimulantes y gratos que la lectura, ¡Qué triste que algunos se los pierdan! En efecto, hay quien considera que leer es aburrido, odioso, pesado. Recuerdo haber leído una columna de Eduardo Haro Tecglen en la que contaba que, estando haciendo una mudanza de casa, le dijo a un joven que transportaba una gran caja de libros:
–Siento que tengas que hacer tanto esfuerzo: esa caja es muy grande y pesada.
El joven replicó con aplomo y convicción:
–No se preocupe, don Eduardo, lo mío no es nada. Lo malo es lo suyo que tiene que leerlos.
¿Lo malo?, ¿qué idea tiene de la lectura quien hace una afirmación semejante? Lo que me preocupa es que muchos escolares hubieran dicho lo mismo. Y eso me remite a la didáctica de la lectura, a la forma de enseñar, que es precisamente, la forma de despertar el deseo de saber. Me preocupa que, de una institución destinada a despertar el deseo de saber salgan personas que odian el aprendizaje. ¿Por qué en lugar de dos libros prefieren leer uno?, ¿por qué eligen el menos voluminoso?, ¿por qué prefieren ver un programa de televisión?
“Los libros guardan nuestros sueños para que no se mueran de frío”, he leído en un programa de iniciación a la lectura realizado en un Colegio de Las Palmas. Se puede leer en la playa, en la cama, en el autobús, en el metro, en la sala de espera del dentista, en el avión, en el tren… Se puede leer en casi todas las partes. Unos amigos tienen colgado en la puerta del baño de la casa un cartelito: ‘Sala de lectura’. Se puede leer a cualquier hora del día, cualquier día de la semana. Siempre se puede leer.
Qué hermoso regalo es un libro. Un libro que, quizás, nunca hubieras comprado, un libro que probablemente venga dedicado (dice García Márquez que un libro no se acaba de escribir del todo hasta que no se dedica), un libro que te recordará a esa persona que te ha invitado generosamente a disfrutar, un libro que te podrá acompañar siempre de casa en casa.
Hablo, claro está, de una lectura voluntaria, comprensiva, reposada y crítica. (Es conocida la irónica cita de Woody Allen: “He hecho un curso de lectura rápida y he leído ‘Guerra y paz’ en veinte minutos. Habla de Rusia”). Hace falta leer críticamente. Porque también se puede leer como un papanatas. No sólo con los ojos abiertos sino con la boca abierta. Lo decía aquel ciego mientras pasaba su mano sobre un trozo de lija: ¡La cantidad de tonterías que escribe la gente! Me sorprende la postura de quien aconseja cualquier lectura y cualquier modo de leer, mientras es reticente ante cualquier programa de televisión. Pues no. Hay programas magníficos y libros estúpidos. Por eso hace falta impulsar la crítica, no la censura. El censor es un personaje cínico y orgulloso. Nos dice: “Mire, yo puedo leer este libro o ver este programa porque soy inteligente y maduro, pero a usted le puede hacer daño, porque es tonto e inmaduro”. Lo que hace el censor es impedirte pensar por ti mismo. En definitiva, impedirte crecer. Abogo por un lector y por un espectador inteligente que sabe comprender y discernir. Decía Concepción Arenal: “Un libro, para una inteligencia que no tiene medios de juzgarlo, es una especie de tirano: sojuzga, y lo mismo puede dirigir que extraviar”.
El gusto por la lectura mata el aburrimiento, enriquece el pensamiento y ayuda a vivir. “Nunca tuve una tristeza que una hora de lectura no haya conseguido disipar”, decía Montesquieu. La lectura nos ayuda a pensar y, por consiguiente, a no caer tan fácilmente en las trampas de la política, de la economía y de la religión. “Más libros, más libres”.
Hay que despertar el amor a los libros. Como objetos hermosos, agradables a la vista, al tacto y al olfato. Hay que valorar sus títulos (‘Las venas abiertas de América latina’, ‘Donde el corazón te lleve’, ‘El que no lea este libro es un imbécil’…), sus dedicatorias (“a mi mujer, sin cuya ausencia, nunca hubiera podido escribir este libro”, “a Sara: mira, mi vida”…), su fe de erratas (“después de corregir rigurosamente este libro podemos dar fe de que no se encuentra en él ninguna errata”), su prólogo (Stanislaw Lem escribió un hermoso libro sobre los prólogos titulado ‘Un valor imaginario’), su contenido, su estilo, su textura, su olor…
El libro es un puente por el que el autor camina hacia el lector y éste hacia aquel. Un puente de tránsitos infinitos.
Organizamos hace algunos años una cadena de lectores en nuestro Departamento universitario. Cada uno introducía un libro en la cadena y, al llegar el día 15 de cada mes, la cadena efectuaba un giro, de modo que el anterior en la lista te entregaba su libro y tú pasabas el tuyo al siguiente. Lo pasamos bien.
Todos los días deberían ser ‘el día del libro’. Deberíamos leer cada día, como recomendaba el aforismo latino: “Nulla die sine linea” (ningún día sin una línea). Qué hermosa y potente novela la de Ray Bradbury: ‘Farenhait 451’. Como se sabe, el título hace referencia a la temperatura a la que arde el papel. En una sociedad en la que se decreta la persecución y quema de libros, las personas acaban aprendiéndose un libro de memoria para perpetuarlos en el mundo. ¿Qué sucedería en un mundo sin libros?
Fernando Savater escribió en 1998 un libro titulado “Despierta y lee”. Creo que se podría invertir el título, de modo que podríamos decir a cada persona: “Lee y despierta”.

5 respuestas a «Si no leo, me aburro»

  1. he encontrado tu blog googleando acerca de la didáctica de la lectura y, sinceramente, me ha gustado mucho, entre otras cosas porq suscribo todo lo q usted desarrolla en su artículo.
    saludos afectuosos de una luchadora más por la propagación del gusto por la lectura entre esta humanidad tan manipulable por ser iletrada. maría

  2. donde se encuentra este cuento de si no leo me aburro es que me hjan dicho que esta muy bueno y la verdad lo quiero leer pero no oo encuentro si me pueden ayudar porfavor envienme un mensaje a mi correo porfavor se los pido

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