Algunas decisiones del gobierno socialista han sido duramente contestadas por el episcopado español, sobre todo en lo que se refiere a la investigación con embriones, el matrimonio entre homosexuales y el aborto. El cardenal López Trujillo (Colombia, 1935) ha venido a España para presentar su libro ‘Lexicón’ que compendia en 1141 páginas la doctrina católica, presentada sin componendas para hacer frente a cuestiones de actualidad política. Ha venido en defensa de la conferencia episcopal, dando respaldo vaticano a las tesis de la jerarquía española y criticando el “positivismo jurídico” de “esos parlamentos” que se dejan llevar “por las mayorías”. ¿Por quién tendrían que dejarse llevar los parlamentos? Está claro, por sus Eminencias reverendísimas.
No sé cuántas personas siguen con fidelidad los preceptos morales de la Iglesia Católica. Me refiero en estas líneas de manera especial a todo lo relativo a la sexualidad. Sí sé que muchos creyentes se los saltan a la torera sin problema de conciencia, porque están alejados de la vida actual y de la realidad cotidiana. El pretendido carácter inmutable de esos preceptos (tantas veces y tan claramente quebrantado por la misma Iglesia) es difícil de defender. No quiero hacer un repaso a la moral puritana que nos pretendió guiar en los años de nacionalcatolicismo. Daría vergüenza (si no causase también indignación) recordar que se cosía los bolsillos de los niños para que no pudiesen meter en ellos las manos, que se censuraba un anuncio de un talco porque se veían los muslos de un niño (véase el libro de Fernando Díaz Plaja titulado ‘Anecdotario de la España franquista’), que se mutilaban las películas de forma absolutamente indecente porque contenían un beso, un adulterio o un desnudo (véase el libro de Román Gubern ‘Un cine para el cadalso’), que se condenaba a las mujeres a un submundo de restricciones (véase ‘Usos amorosos de la postguerra española’, escrito por Carmen Martín Gaite)…
Hay quien dice que no hay que darle mucha importancia a esta tipo de información episcopal porque pocas personas se ven afectadas por ella. No estoy de acuerdo en que sean tan pocas. Pero, basta que a una sola persona le influyese esta información, este tipo de estrategias perversas, para que se hiciera necesaria una intervención pública que velase por la calidad y el rigor de una información veraz.
Se ha despertado una intensa reacción ante la postura que los señores obispos han adoptado ante el uso del preservativo, como uno de los medios más eficaces de anticoncepción y de prevención de enfermedades. Dicen los obispos que usarlo es como situarse ante una ruleta rusa que pone en grave riesgo de contagio de enfermedades. Treinta por ciento de posibilidades, dicen con una exactitud que indigna y desconcierta.
Sería mejor preguntar a investigadores, sexólogos, psicólogos y especialistas. No ofrecen los mismos datos, no brindan la misma información. Resulta verdaderamente inquietante con qué ligereza se plantea una información de consecuencias tan lamentables.
Eduardo Haro Tecglen proponía desde su tribuna de El País le necesidad de formalizar una denuncia ante esta información falsa que produce tanto daño a muchas personas crédulas. A pocas instituciones o personas se les permitiría en una democracia brindar datos tan falsos como interesados.
En primer lugar, hay que preguntar a los obispos de dónde han sacado esa información. ¿Cuáles son sus fuentes? Porque se trata de un porcentaje poco riguroso y descaradamente manejado al servicio de sus tesis. Resulta de una indecencia superlativa engañar a la población dando como ciertas unas cifras que han escandalizado a estudiosos y a cualquier persona que utiliza para razonar el sentido común.
En segundo lugar, hay que plantear (una vez más) el abusivo intento de imponer a toda la población los criterios que presiden su particular moral. No discuto que los obispos ejerciten el derecho e incluso el deber de guiar a sus fieles en todo lo concerniente a la fe y a las costumbres. Otra cosa es pretender que todos los ciudadanos y ciudadanas del país, sean o no católicos, sean o no creyentes, tengan que someterse a sus preceptos morales.
En tercer lugar, dan por sentado los señores obispos que hay una única moral objetivamente verdadera y que esa es la suya. Una moral eterna, indiscutible, emanada de la divinidad y de la que la jerarquía es depositaria. Con la de veces que se han equivocado, no digo ya en la historia sino en un arco temporal muy breve de la misma. Todavía recordamos muchos de nosotros lo que se nos brindaba como norma moral válida en nuestros años infantiles. Hoy nos hace sonreír (por no decir que nos hace llorar) pensar en aquella moral puritana que convertía en pecado mortal una mirada, un pensamiento, un tocamiento, un deseo… “En todo lo relativo a la castidad, decía aquella trasnochada moral, no hay parvedad de materia”. Ahora, afortunadamente, ya no es así.
La Asociación de teólogos progresistas Juan XXIII se ha manifestado críticamente contra la pretensión de los obispos de imponer sus criterios a toda la sociedad. A una sociedad que en su carta magna, se declara aconfesional.
Llama poderosamente la atención que quien renuncia al ejercicio de la sexualidad pretenda gobernar la de todos los demás. Que quien renuncia a la formación de una familia haga una tan desaforada defensa de la misma como núcleo básico de la sociedad (‘patrimonio de la humanidad’, la denomina la Iglesia), que quien excluya a la mujer de sus estructuras de poder pretenda convertirse en un valedor de su dignidad. Ya sé que no hace falta ser gallina para saber que un huevo está podrido, pero la coherencia entre pensamiento y acción, entre lo que se dice y lo que se hace refuerza el valor de las propuestas.
Defender, como hizo el Cardenal Trujillo que la castidad es la mejor forma de ‘sexo seguro’ no deja de ser una singular paradoja. Es como decir que el mejor remedio para la calvicie es la decapitación. Lo que me llevó a la exasperación fue la referencia al presidente de los EE.UU como ‘defensor de la vida’ por sus campañas sobre el aborto. ¿No hubiera demostrado de manera más clara que estaba a favor de la vida si no hubiera llevado a la muerte de forma injusta, interesada y mentirosa a tantos inocentes? Yo creo que la auténtica ruleta rusa son las palabras y las ideas del cardenal.
Ruleta rusa episcopal
19
Jun