¿Me toma el pulso, doctor?

26 Jun

manos.jpg Si no ha leído el libro de Eduardo Galeano ‘Bocas del tiempo’, deje este artículo aquí mismo, vaya a comprarlo.
Y póngase a leerlo. Es un extraordinario ejercicio de sensibilidad.
Se trata de un hermoso y profundo elenco de historias que nos concilian con la humanidad. Una de ellas cuenta el caso de Doña Maximiliana, mujer muy castigada por los trajines de una larga vida sin domingos, que llevaba unos cuantos días internada en el Hospital, y cada día pedía lo mismo.
–Por favor, doctor, ¿podría tomarme el pulso?
Una suave presión de los dedos en la muñeca, y él decía.
–Muy bien. Setenta y ocho. Perfecto.
–Sí, doctor, gracias. Y ahora, ¿me toma el pulso?
Y él volvía a tomarlo, y volvía a explicarle que estaba todo bien, que mejor imposible.
Día tras día se repetía la escena. Cada vez que él pasaba por la cama de doña Maximiliana, esa voz, esa ronquido, lo llamaba, y le ofrecía ese brazo, esa ramita, una vez, y otra vez y otra. El obedecía, porque un buen médico debe ser paciente con sus
pacientes, pero pensaba: Esta vieja es un plomo. Y pensaba: Le falta un tornillo.
Años demoró, dice Eduardo Galeano, en darse cuenta de que ella estaba pidiendo que alguien la tocara.
Hermosa historia que nos habla de la relación entre médico y paciente. Una relación que va más allá de los conocimientos científicos, de las habilidades técnicas y de los aciertos terapéuticos.
La relación de los médicos con los pacientes toca dimensiones profundas del ser humano. El paciente necesita un profesional que le oriente de manera preventiva sobre el modo de cuidar la salud, que le diagnostique certeramente cuando tiene una enfermedad y que le trate con eficacia cuando tenga que intervenir médicamente. Pero necesita también a un ser humano que comprenda su angustia, que conozca su modo de vivir la enfermedad, que escuche con atención lo que quiere (y, en ocasiones, no puede o no sabe) decir. El paciente necesita a una persona para la que tenga sensación de que es importante.
La prisa, la rutina, la presión asistencial, la obsesión por la eficacia, la superespecialización necesaria hacen difícil la consideración del paciente como un ser que sufre, que teme, que se angustia. No es una máquina averiada, es un ser humano atrapado en la angustia de una enfermedad. No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad.
Mi editor argentino me cuenta por qué motivo eligió su familia al cirujano que iba a operar de amígdalas a su pequeño nieto. La relación que establece el profesional con el niño es de tal naturaleza que el pequeño pregunta con ilusión cuándo va a llegar el momento de ir a ese ‘gran Hotel’ a curarse.
El cirujano le dice al niño: tienes que ir a un gran Hotel con una bolsa muy grande (“luego te explicaré para qué necesitas la bolsa”, precisa). Cuando estés allí, todos nos vamos a disfrazar, tu papá, tu mamá, yo mismo,… Y luego, en una cama que vuela, vas a ir a un lugar donde encontrarás a una persona que te dirá algunas mentiras. Te dirá que allí hay helados de pistacho, de chocolate, de vainilla, de turrón… No le hagas caso. Luego te quedarás dormido y, al despertar, ya no vas a tener dolor. Y ahora viene el por qué de la bolsa. Vamos a dejar que te visiten tus abuelos, tus padres, tus tíos… Pero con una condición. Tendrán que llevarte un regalo. Por eso la bolsa ha de ser grande.
El cirujano les dice, ya a solas a los familiares: No le hablen al niño de la operación, porque le conta- giarán su angustia. Si tiene algo que preguntar, que me llame él mismo. Éste es el número de mi teléfono móvil.
No es de extrañar que el niño quisiera ir a ese lugar ‘maravilloso’, a ese gran Hotel, donde se va a curar, se va a divertir y va a recibir regalos. Qué distinto el clásico terror de los niños a las batas blancas, del rechazo a personas adustas, tan sabias como intimidadoras.
Me impresionó la ternura del médico. Me pareció más que lógica la elección de la familia. A todos los profesionales les reconocían la preparación técnica para la operación. No todos tenían esta calidad humana, esta sensibilidad para relacionarse con el niño.
Hace días tuvieron que extraerme una muela. En el momento en que el dentista ejercía la mayor presión, la enfermera me sujetó la cabeza por detrás con ambas manos. La finalidad era meramente mecánica, pero el efecto protector hizo que me sintiese más tranquilo, más seguro.
La capacidad de ponerse en el lugar del otro, la atención para captar las mínimas reacciones, la sensibilidad para saber cómo está reaccionando el paciente ante el diagnóstico o ante el tratamiento, constituirá una ayuda inapreciable para la recuperación.
Me gusta ver cómo los pacientes agradecen a sus médicos ese factor humano que les infunde fuerza y optimismo. Lo puedo leer muchos días en las cartas al director del periódico. Es curioso observar que muchas de ellas muestran la gratitud a pesar del fracaso último de la atención sanitaria. El familiar ha fallecido y los firmantes muestran su gratitud por la forma en que han sido tratados por los profesionales. Me refiero a los médicos y, por supuesto, a las enfermeras y enfermeros que están cerca del paciente durante muchas horas.
¿Cómo no valorar en ese elemento optimista que supone un trato afectuoso y cercano? El optimismo se transmite por ósmosis. Un médico de San Salvador de Jujuy me decía que el médico optimista es el que llega a la sala de pacientes por la mañana diciendo de forma jovial:
– Hola, ¿cómo están todos?
El médico pesimista es el que llega a la misma sala por la mañana y se presenta diciendo:
– Hola, ¡cómo!, ¿están todos?
Me gustaría encontrarme con eso médico que espera verme, que se alegra de verme y que desea encontrame mejor que cuando me dejó. Sé que hay muchos así. ¿Por qué no todos?

8 respuestas a «¿Me toma el pulso, doctor?»

  1. Dios!! me ha emocionado leer esto…Soy Auxiliar de Enfermería, pertenezco al mundo sanitario, además tab. trabajo cuidando a personas mayores en sus casas. Es tan importante la humanización en el terreno del dolor, la desesperanza…el miedo, y estos sentimientos siempre están presentes en el mundo hospitalario, unidos a la enfermedad, al deterioro natural de la vida. El personal sanitario, médicos, enfermeros/as y auxiliares, si nos paramos a pensar un poco, con un poco basta….nos daríamos cuenta de que tenemos tanto poder en nuestras manos…en nuestra capacidad humana, para aliviar esos \

  2. Dios!! me ha emocionado leer esto…Soy Auxiliar de Enfermería, pertenezco al mundo sanitario, además tab. trabajo cuidando a personas mayores en sus casas. Es tan importante la humanización en el terreno del dolor, la desesperanza…el miedo, y estos sentimientos siempre están presentes en el mundo hospitalario, unidos a la enfermedad, al deterioro natural de la vida. El personal sanitario, médicos, enfermeros/as y auxiliares, si nos paramos a pensar un poco, con un poco basta….nos daríamos cuenta de que tenemos tanto poder en nuestras manos…en nuestra capacidad humana, para aliviar esos sentimientos, basta sólo con emplear esos \\

  3. CONTINUACION..
    basta con emplear aquellos “instrumentos” que nos hacen precisamente humanos: la sonrisa, la mirada en la mirada, el tacto….la PALABRA.

    SALUDOS

    Elena

  4. Soy estudiante de medicina y debo decir que lo que se expresa aqui sobre el buen actuar de un miembro del equipo de salud con un paciente, es lo q espero alcanzar yo en un futuro cuando me toque tener pacientes bajo mi responsabilidad. Por que siento q los pacientes son mas que una enfermedad, son personas, con sentimientos y problemas q no son solo fisiologicos, personas que necesitan todo el apoyo que uno le pueda dar y no simplemente unas pastillas que en lo teorico “curara a esa persona de sus males”. A veces una sonrisa, un buen trato, el animo q uno le puede entregar al paciente, puede hacer mucho mas que una simple droga.

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