¿Qué será de Dinio?

18 Jul

Málaga está como Dinio, entre confusa y perdida de guapa. Ni los más viejos del lugar la reconocemos entera al pasearle lo histórico, tan rejuvenecido. La primera impresión, cuando llegas al centro de siempre sin prisa y puedes detenerte un segundo a contemplarlo asustado, es inquietante. Como si estuviera a punto de ocurrirle algo: un tsunami; o una aparición de Audrey Hepburn y Gregory Peck en la calle Larios, confluyendo hacia la plaza de la Constitución en su moto, de vacaciones en Roma. A mí, que me gusta poco el riesgo, me parece que los saltadores de puenting arrepentidos tarde sufrirán parecida sensación de placer desinhibido cuando alguien los empuja hacia el vacío antes de acobardarse y tener que darse la vuelta con el arnés, el casco y los colgajos, soportando las quejas de la cola. Málaga está extraña, sí, entre bonita y desesperada, pugnando indecisa sobre hacia qué lado se rinde y se deja caer estrepitosamente, como una jirafa tan enorme como delicada.

La culpa de todo lo bueno y lo malo que nos pasa ahora la tuvo un mal perder. Porque no supimos encajar de otra forma que nos descartaran a las primeras de cambio de aquella carrera de fondo hacia el precipicio cultural europeo de 2016. Fue en septiembre de 2010, cuando nos dobló el penúltimo de los malos y hasta los árbitros nos dedicaron aplausos de ánimo como a un atleta de Guinea Ecuatorial en una piscina, el instante preciso en que el alcalde se puso manos a la obra por revertir la situación. Pero al esprint. Su ciudad provisional de los museos y el turismo de calidad que vendría a visitarlos estará ya ahí afuera, no hay nada más, aunque desfondada en medio de una pájara impresionante, porque no eran 100 lisos, sino 3.000 obstáculos, y ya no hay abanico que nos silencie el resuello, sino penecitos en las diademas de nuestras calles.

El turista cultural que haya llegado a Málaga engañado, si lo hubiera o husbiese, estará escondido en las ruinas del teatro romano o del Astoria, parapetado tras un folleto sobre Picasso traducido a tres idiomas. Entre confuso y perdido, como Dinio, pero boquiabierto. Preguntándose qué hace aquí y observando, a la expectativa cuidadosa, al magnífico Caballo de Troya que, lleno de turistas incultos, perversos y pobres, ha atraído nuestro alcalde sin querer, para que celebren donde quieran y como quieran, sus fiestas bárbaras de soltero.

Málaga está de moda, sí. Salimos en la tele, como salía Magaluf. Sobre todo porque las asociaciones de vecinos del Centro se han levantado, si no en armas, sí en vídeos, que emiten los presentadores de los telediarios de Antena 3, entre confusos y perdidos, como Dinio, pero con las manos en la cabeza. Y esta fama de ciudad sin ley, ni proyecto, ni previsión, sale a la luz, produciendo un terrible efecto llamada que no sabemos ni cómo ni cuánto nos afectará, porque a nuestro ayuntamiento la responsabilidad le pilla siempre a contrapié. De hecho, esta dejadez municipal ha convertido nuestra feria del Centro en una despedida de soltero de 10 días. Con el solecito, los apartamentos baratitos, ryanair, el AVE, los cruceristas alpargateros pendientes de las rebajas de última hora, y la mala fama del libre albedrío, podemos echarnos a dormir (a ver si escampa). Llevamos Camino de una feria de seis meses, con el Pompidou en medio y las bragas en la mano.

El sábado no se vio a nadie en la cola de ningún museo. Ni yo estaba tampoco para comprobarlo. Según las Asociaciones de vecinos, 18 despedidas de soltero sí había en nuestro Centro Histórico, precioso y repulido.

Qué bonita nos han dejado Málaga, entre confusa y perdida.

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