Como la del 87

14 Jun

Ayer fue día de mala suerte para Iglesias y Rajoy por las comparaciones. Odiosas porque ya no somos esos bisoños ciudadanos a los que se les acababa de otorgar la democracia por el empeño de Victoria Prego y el gracejo divino del rey pero, sobre todo, tediosas porque tampoco están ellos a la altura de los políticos de entonces, según consta al menos entre las líneas maestras de nuestra memoria. No sólo los beatificados Suárez y González fueron protagonistas de la moción del 80, allí estaban Guerra, Fraga, Carrillo, Miquel Roca, Rojas Marcos Bruto… Tal vez Hernández Mancha Panamá no hubiese desmerecido tanto en el debate de ayer, integrado en el grupo mixto, explicando su voto entre la representante de Coalición Canaria y el del Foro Asturias, perdiendo otra vez los papeles, pero entre Gutiérrez Mellado y el representante de la Unión del Pueblo Navarro de ayer, no habría color. No habría color sepia en las portadas de los periódicos ni en el pensamiento de la única cadena que había y en la que seguimos el debate con interés, o eso pensamos sin perspectiva histórica.

El interés de ayer fue menor, según la teoría de la valentía en la mili. En eso todos estamos de acuerdo sin que llevar razón importe demasiado. El principal problema de la moción de censura que se inició ayer y que concluirá hoy es que nos han pillado confesados, eso sí. Descreídos. Ya no confiamos en que la capacidad de oratoria de nadie sea capaz de cambiar el voto dubitativo de ninguno. Podemos ahorrarnos las doce horas que darán como resultado el mismo apuntado en los periódicos al inicio. El punto de partida y la meta coinciden en el espacio en un viaje en el tiempo, comparable quizá a la moción del 87, que Alianza Popular presentó contra un gobierno socialista en mayoría absoluta. Aquello fue tan inútil como la presentación en sociedad del único presidente del partido de la derecha española que ha sido elegido en primarias enfrentándose a algún contrincante. Hernández Mancha ganó a Herrrero de Miñón y se envalentonó a su peor gloria, promoviendo una Moción de Censura sin escaño contra González y sus 183 diputados.

Pues la de 1987 se parece mucho a esta que hoy se ha votado en esto mismo, porque si bien Mariano Rajoy no cuenta con mayoría absoluta, Pablo Iglesias sí posee la minoría absoluta. Absolutísima. Podría ser el político peor considerado por sus colegas del Congreso en la historia de la joven democracia española. O eso se le supone. Es el más vilipendiado en la prensa de PISA, seguramente, y de los peores valorados por los ciudadanos en las encuestas del CIS, esto contrastado. ¿A dónde va?, perdón, ¿a dónde iba? Pablo Iglesias perdió credibilidad tras las luchas internas de su partido y protagonismo, tras la victoria de Pedro Sánchez en las recientes primarias del PSOE. ¿Qué le quedaba por ganar con tanto perdido?

Todo.

Para empezar, podría haber derrotado dialécticamente a quien hubiese representado al PP. Haberlo llevado al patatús anafiláctico acuciándole por los casos de corrupción que les/nos atosigan. Una vez noqueado, subido al lomo del diputado de segunda fila, haberse colocado la pana de González como la chaqueta verde de un golfista anudada a la cintura al estilo maleducado de Braveheart, lanzar un discursito fraternal de los de Michael Landon en Autopista hacia el Cielo que provocase a Rajoy y lo obligase a defenderse de una retahíla de propuestas, medidas y promesas ilusionantes, de gobierno o esperanza, hasta dejarlo sin palabras y con una sola pregunta posible que hacer en su turno réplica: ¿y la europea? Perder así no hubiera dado lo mismo. Pero la de ayer fue como la del 87. No está hecha la moción de censura para la boca del mediocre. Y Rajoy replicó tan mal a Irene Montero como a Iglesias. Con suficiencia. Y lo que no iba a servir para nada, para nada servirá salvo para recordar sus titulares en blanco y negro cuando todos seamos calvos (si Pedro Sánchez no lo remedia en su segunda parte).

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