A Invader le faltó una

7 Jun

Desde la semana pasada venimos sufriendo un nuevo episodio del saco de despropósitos de la pseudocultura cateta en la que vivimos, concebida por nuestros políticos artistas como respuesta a la afrenta sufrida por las injustas valoraciones del jurado que decidía el mambo en 2016. Se van a enterar, se oyó decir a los encargados de la cultureta local, recogiendo bártulos y vídeos promocionales de vuelta a casa, y ¡digo!, si nos hemos enterado.

Algo le susurró Fernando Francés al alcalde sobre los cánones y, desde allí hasta aquí, una noche en blanco continua, con la cultura del mando a distancia por bandera, sin que haga falta que leamos para comprar libros que decoren las repisas de nuestras mejores avenidas, ni creadores que pinten algo en el proyecto de paraíso que se dibuja en las colas para hacerse un selfie con Marina Abramovic. Porque la propuesta de Málaga es la del arte rápido para cruceristas; la cultura de la chancla que produce camareros expertos en la etapa verde de Picasso; es la del sol y el chanquete prohibido en el Pompidou, único museo que en Málaga se llama distinto que en el resto del mundo, del mundo provisional, que tan poco nos atañe, que se mueran los feos.

El arte moderno del alcalde y su experto miembro de la orden del imperio británico de confianza es el que se susurran al ombligo y se esfumará como vino, con un brindis para que resista la fiesta de la espuma sin estallar tres años mejor que dos. El plan de la ciudad es el del Museo de Museos de las Gemas en el Astoria llegando en funicular o en barco desde el Guadalmina con internet y biznaga gratis. Si tiene la ocurrencia el alcalde, en góndola mejor que en metro. Y que salga todo en los periódicos para colapsarnos de millones y millones de expertos en arte que alquilen todos los solares para dormir al fresco y nos restañen las heridas.

Pero como les decía, esta semana nos han deleitado con otro espectáculo bochornoso en el que han intervenido un artista francés de incógnito, un obispado entero, la oposición municipal, el alcalde y el sastre que lo dejó desnudo hace unos años a cambio del CAC. Y por si fueran pocos, se van uniendo las añejas fuerzas vivas que sostienen el guirigay de la cultura rancia ciudadana, o sea, los amantes de los bodegones y las marinas de las exposiciones conjuntas en las que participan familiares o médicos de cabecera, del arte sacro persignante en general, del rejoneo y los que escriben poemas secretos en la intimidad… Pues todos juntos han participado en ¡un ataque de Invader! Me río un momento y sigo, disculpen. Invader vino, midió y venció -o eso creía cuando acabó su tarea- y añadió una muesca más a su palustre. Presume el artista de haber decorado, o criticado, o regalado, o lo que sea que haga, sesenta y tantas ciudades en más de treinta países con su gracia, alicatando el paisaje. ¡Y se le ocurre hacerlo en Málaga! Con los capillitas. Con los que odian a Banderas por ser rico o lo quieren con locura por tener éxito. Y va el tío este, provocando, y nos pone cemento cola en una pared de la Catedral. ¡Ah, no!, que no era en la manquita, sino en la perfecta fachada Bic naranja del edificio del obispado. Y se queja parte del clero. Y el alcalde vuelve a hablar de más y sostiene que la obra de arte puede enriquecer la ciudad porque el artista es famoso. Se lo ha chivado al ombligo Fernando Francés, que vuelve a ponerse rojo de ira señalando que los azulejos que ha puesto Invader pueden ser más valiosos que el edificio entero. Y el PSOE exige que derriben la obra de Invader antes de respirar. Y nos hemos vuelto locos. De tontos a locos por una estupidez que del Supremo parece que irá al Constitucional. Calladitos estamos todos más guapos. ¿Saben que el mercado del Molinillo que se nos cae es Bic? Bic cristal. Y el PSOE no vocifera ni le pide cuentas a la Junta, ni a nadie. Y Don Francisco, ni mira. Qué pena que Invader no lo haya atacado, oye. Qué pena.

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