De la manga

10 May

Ya no sé si queda en Málaga algún mercado gourmet o sólo una tenue sombra de la primera piedra de soberbia con la que fueron maquetados. Me puse a pensarlo el otro día, paseando entre las ruinas de uno reciente demodé que se resiste a que lo esposen, más añejo ya, pese a su juventud, que el nuevo viejo teatro romano. Atareado en el análisis con un sobre de refritura de pescado ajeno sin recoger sobre la mesa de mi cubalibre reflexivo, caí en la cuenta de que, para empezar, el término gourmet ha caído en desgracia. Igual que los vinos más solicitados por los expertos en la actualidad ya no son ni ecológicos sino naturales o biodinámicos, la delicadeza gourmet perdió su elitismo de tanto usarla; se nos acabó el amor, podría cantárselo.

Todo lo que se apellide gourmet ya nos huele a chamusquina. Cuando a alguien sin ideas le preguntas por su parte creativa, resulta que siempre tiene planeado escribir un libro sobre su vida o montar una tienda gourmet. Incluso las dos cosas si los hijos encauzan su vida y se van de casa pronto. No falla. ¿Pero qué te ha pasado en la vida? Uf, si él te contara… Pero, ¿gourmet, de qué tipo? De todo, cosas ricas. De manzanas de pueblo y ketchup picante. Con aceite de oliva de los buenos y caros y vinito del que ponen en la fiesta de los verdiales. Jamón, por supuesto, ¡guau!, jamoncito. De la variedad 5 jotas aunque la marca me da igual, o no, mira, de la marca “Jamón de Castañas SL”, que es de Málaga, ¿verdad? Y paté de fuá. Pero, ¿eso qué es? De pato, hombre, fuá es pato en francés.

Respecto a los mercados gourmet, se pueden crear de dos formas, brotando como una lechuga o incrustándola en el pavimento con ayuda de una hormigonera y mucha maña con el palustre. De un mercado tradicional surge la oportunidad de habilitar un espacio donde se puedan consumir productos, y fluye solo. O como aquí, y en tantos otros sitios con empresarios y una pelota, se ponen franquicias, un microondas, aprendices que te atienden con buena voluntad y mucho miedo de no saber, un cartel arriba bien grande en el que pueda leerse “Mercado Gourmet”, y esperas que pase el efecto llamada para ir recogiendo el toldo y las deudas: se arruina solo. ¿Tiene paté de fuá?, le preguntas el garçon imberbe, dándole otro trago al cubalibre mientras le señalas los restos del cartucho grasiento, para que se los lleve. Y te dice que sí habrá, probablemente entre el marisco de plástico y los quesos de plástico, cree, casi seguro, pero que te levantes y lo busques.

Pregúntale a un tendero del mercado por lo que vende y compáralo con lo que te dice este estudiante de otras cosas con mejor futuro impredecible: España- Malta con el último de Señor, se queda corto en desventaja. El mercado de verdad es gourmet sin decirlo, y el gourmet, el de pacotilla, diciéndolo con luces de neón (como debería iluminarse la estupenda vida de cualquiera, que algún día le dará para escribirnos su inquietante biografía, qué curiosidad, ¿qué le habrá pasado?).

Y quien habla de un mercado gourmet apretado por las bravas y una machota, podría hablar del mercado gourmet cultureta que nos ha impuesto De La Torre con su absurda burbuja de museos, playa y apartamentitos turísticos. Del ímpetu ciudadano, de la trayectoria vital de sus habitantes, surge una ciudad apasionada por la música como Viena; del ambiente literario histórico, del alto índice de lectura de sus residentes, las librerías de Calle Corrientes; del mundo bohemio en París, a las vanguardias, y de ahí, a las galerías y pinacotecas imprescindibles de hoy en día; de la efervescencia de los artistas en las calles de Berlín, a su arte contemporáneo; Broadway es de verdad, no se ha impostado, ha fluido, solo… Y Málaga, la ciudad de los Museos de Paquito, ¿de dónde, de qué? Creo que Don Francisco se lo sacó de la manga, magia absoluta, ay, dioses míos… Cuando estalle esta burbuja provisional, ¿quién recogerá los restos de fritanga cateto-cultural esparcidos por toda la ciudad?

Nos quedará el foie, el cubalibre y muchos cuadros rusos.

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