Ahora que está tan de moda –aunque comienza a devaluarse por su uso– el término de «casta», podríamos reflexionar sobre las castas cofrades, que como las meigas, haberlas haylas. Las castas no sólo pertenecen al hinduismo sino que también las hubo dentro del islamismo y del cristianismo, de hecho el Imperio Español impuso un sistema de castas en sus colonias de América y Filipinas ya que para poder emigrar, los españoles ingresaban en el sistema de limpieza de sangre, una discriminación de base teológica y aristotélica, de tal manera que se clasificaba a las personas en tres «razas»: blanca o española, indígena y negra.
Lo peor del sistema de castas es la estratificación social y las restricciones que impone. Dentro de las castas los grupos sociales son clanes –¿les suena?– y dentro de los clanes, los grupos hereditarios que se conforman por los linajes… Todos tenemos en la cabeza ejemplos de castas, clanes y linajes. Así que no seré yo quien les ponga nombre. Tengo coleta, pero no voy de Podemos, por eso no haré un discurso de tumbar las castas, aunque opine que hay que despojarlas de cierto poder para normalizar situaciones, pero sinceramente creo que no estamos preparados.
Somos muy laxos para con todo lo político y social, y excepto cuatro locos que se queman a lo bonzo, y son desterrados por ello del universo cofrade, el resto se deja llevar por un voto y vive del cuento de criticar durante los años de la candidatura. Cuando tengamos más conciencia de que pertenecemos a grupos y que importa desde nuestra opinión hasta nuestro voto, cuando demos ejemplo de civismo cofrade y caridad, pero sobre todo cuando seamos consecuentes con lo que creemos y del grupo religioso del que se forma parte y sin que nada tiene sentido, entonces, entonces es cuando eliminaremos todos los espolones políticos, coletas y clanes que habitan en nuestras hermandades.