Ya hace un año que tenemos a Francisco como cabeza de la Iglesia. Un nuevo Pedro. Un Pedro con unas características propias y una personalidad arrolladora. Y creo sinceramente que tenemos un Papa que no nos merecemos. Habitualmente se dice de alguien «tiene lo que se merece», como sentencia de sus hechos y sus obras. Pues bien, en este caso, no tenemos ni idea del regalo que, como cristianos, poseemos en nuestro máxime representante. Vaya hombre más salao, y más real. Alguien que está en la sociedad, actual, palpable, sin marketing, pues él es en su naturalidad su mejor imagen, aunque haya quien afirme lo contrario. Y lo siento por aquellos a quienes les chirrían los dientes.
Aunque nobleza obliga a cerrar filas, lo cierto es que a todos los sectores no agrada. Nunca llueve a gusto de todos. Pero a mí me encanta, porque si me imagino de alguna manera a Jesús es rompiéndole los esquemas a todos los judíos, fariseos y representantes. Y oigan, sin falsas expectativas, las reglas siguen siendo las reglas, por supuesto, están para cumplirlas, pero sin convertirse en exacerbados de las reglas y sin perder el orden fundamental y el primer mandamiento del Nazareno: amar al prójimo como Dios mismo. Así que imagínense ustedes, todos, cofrades y no cofrades, cristianos o musulmanes, gays, lesbianas, sacerdotes, monjas, blancos, negros, a Francisco paseando por Málaga en Semana Santa. ¡Lo que disfrutaría! ¡Y cuánto tendría que enseñarnos! E imagínense también recibiendo las quejas de unos y otros, de sacerdotes, hombres, separados, divorciados, seminaristas y no creyentes, de todo su rebaño, del rebaño que él encabeza. La sonrisa que luciría con la cantidad de banalidades que podemos llegar a manejar entre unos y otros, creyéndonos los mejores. ¡El ombligo del mundo! Y por supuesto, el consejo o la palabra amable, y por qué no, el tirón de orejas merecidísimo que nos daría desde la sensatez que le da, no ya el papado, sino de aquel que no pierde el norte entre tanta distracción.
Soy muy de la figura papal, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI… pero este sacerdote jesuita, me ha ganado con creces…