La generación del Cincuenta femenina

12 Sep

La generación del cincuenta femenina


Imagen de Carmen Laforet tomada de www.carmenlaforet.com

Imagen de Carmen Laforet tomada de www.carmenlaforet.com

La década de los cincuenta del siglo pasado nos muestra un grupo de mujeres escritoras que se reúnen en torno a una narrativa que pasa de determinadas actitudes existencialistas individuales mantenidas en la posguerra inmediata, hacia un realismo que toma en consideración la vida cotidiana en su dimensión social.


Son mujeres de la talla de Dolores Medio, Concha Alós, Ana María Matute, Carmen Kurtz, Carmen Martín Gaite….
Dentro de la diversidad que conforma el grupo de la Generación del Cincuenta femenina, sí coinciden, en temas y en procedimientos.
El mundo fingido por ellas es un espacio restringido a la esfera privada, el espacio que realmente ocupa la mujer en la estructura social de la posguerra. El arquetipo femenino es el ama de casa, amante del marido e hijos, que aporta equilibrio a la vida familiar, en continua lucha interior, que traspasará o no los muros que la rodean cuestionándose la rebeldía.
Entre los temas en los que convergen, destacan, además de la reflexión sobre la guerra civil, el de la pasión amorosa como eje fundamental del relato, con tendencia a la novela rosa, dirigida a mujeres, donde se proyectan los ideales femeninos de la posguerra: juventud, belleza, riqueza –tintes que se dejan ver por ejemplo en Ruptura de E. Mulder-.

La pasión amorosa se sustenta en el atractivo físico. Los personajes que la comparten son una joven bella e ingenua y un hombre, mayor, cortés y cargado de experiencia –arquetipos presentados por ejemplo en Un noviazgo de Laforet-. Este subgénero, que supone la perpetuación del mundo burgués sin problemas, se sirve de procedimientos técnicos tanto ideológicos como patrones reiterativos, estereotipos y refleja un carácter conservador. Su objetivo es la evasión.

La tendencia social será otro punto común en nuestras escritoras. Crearán relatos testimoniales, realistas, de actitud crítica y punto de vista objetivo. El foco de interés se desplazará de lo individual a lo colectivo, y la sociedad será la protagonista del discurso como en Trayecto uno de E. Quiroga. En esta corriente el relato es lineal, se construye con unos personajes vulgares y anodinos, prototipos que recogerán las señas de la identidad de la sociedad española de la posguerra. El lenguaje es incisivo, explícito, directo y sobrio que produce una novela objetiva, aséptica y distanciada.

Las narraciones posteriores al año 40 mostrarán una visión de la vida más cercana al desencanto. La visión pesimista se manifiesta en la Generación de autoras del Cincuenta, a veces desde una perspectiva individual a través de narraciones de asunto amoroso y otras desde otros crisoles. De primer caso destacan las narraciones de Laforet y Martín Gaite, mientras que del segundo Quiroga y Medio. Pero todas convergen en un sentimiento común de soledad e incomunicación.

Los años sesenta traerán aires de renovación en la narrativa que encuentra nuevas formas de escritura que liberalizan el agotado ya realismo social. Destacando Matute con narrativa de corte fantástico y los de intriga como Chacel y Portal.
Durante cuarenta años la censura franquista estuvo vigente y actuó con severidad en todos los géneros literarios, en el caso de esta generación sucede que algunas de las escritoras escapan a las tendencias establecidas por la crítica y otras en momentos determinados de su carrera se acercan a las corrientes existencialista y social–bien mediante el neorrealismo, el realismo social o el realismo crítico- aportando su testimonio e incluso, su compromiso desde una postura ideológica. Tanto unas, como otras, acogen, rechazan y transgreden los mitos propuestos por el Estado. Por ello, algunas, bien durante toda su trayectoria o de forma ocasional, tuvieron problemas con la censura.
Para poder publicar en aquella España de la posguerra todo material impreso tenía que pasa por el órgano censor, conseguir la tarjeta que lo autorizara y publicarse. En la posguerra más inmediata fueron más severos que en la década posterior. Muchas escritoras sufrieron el acoso de la censura, y sus obras, algunas veces fueron mutiladas y otras suspendidas o denegadas para su publicación. Dolores Medio tuvo que publicar varias obras expurgadas. Carmen Kurtz fue muy castigada suspendiendo la publicación de su primera novela La vieja ley que fue autorizada más tarde con las supresiones y modificaciones acordadas. Tuvo problemas con la censura hasta casi la transición política. A Ana María Matute se le deniega la publicación de Luciérnagas, o sufre supresiones en Los Abel y Los hijos muertos, por ejemplo. A Elena Soriano se le prohíbe La playa de los locos, mientras que en Espejismo tuvo que realizar modificaciones para que pudiera publicarse. Otras como Rosa Mª Cajal, Paulina Crusat, Carmen Laforet, Mercedes Fórmica, Carmen Martín Gaite, María Luz Morales o Carmen de Icaza, más cercanas a la retórica franquista algunas, otras más cercanas a los presupuestos de la novela rosa, o simplemente por estar apoyadas por personas afines al régimen, e incluso, por publicar en editoriales menores con tiradas escasas, se salvaron de ser expurgadas y no tuvieron necesidad de buscar estrategias para transgredir determinadas normas, camuflar, disfrazar o poner en clave sus textos para superar este requisito a franquear.
Un grupo de mujeres que habitualmente no se reúnen a la hora de estudiar su trabajo y que sin embargo presentan un conjunto de características y rasgos comunes que las hacen dignas de ello.

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