Segunda novela de José Antonio Castro Cebrián, escritor andaluz, de Chipiona, afincado en Alicante.
Entendí que me enfrentaba a un thriller, pero he de decir que aún pudiéndose enmarcar dentro del género su disminución del ritmo secuencial tras los primeros capítulos, hacen de esta obra un libro diferente.
Adiel, el protagonista, es un muchacho que pasa de una vida apacible en un pueblo, junto a su tutor y a sus amigos, a verse envuelto en una historia insólita, llena de misterios, pero sobre todo peligrosa. Los que le rodean van desapareciendo entre muertes extrañas y traiciones, rodeado siempre de secretos e incógnitas, teniendo que escapar junto a un desconocido a la ciudad. Todos los personajes son un interrogante para el lector. La voz narradora en primera persona del propio Adiel es la única que nos permitirá desentrañar las personalidades de cada uno, pero como todo se ve bajo su prisma y él es el centro de toda la historia y del enigma, sólo percibimos su angustia y su desconfianza.
Esta desazón que envuelve la historia del adolescente, su pasado, una llave, y una cajita, viene acentuada por desconocer el lugar donde ocurre todo. Sin punto fijo en el mapa. Sin nombres. Se adivinan retazos de guerras civiles envueltos en velados tules de maquis, sicarios, vencedores y vencidos y sobre todo traiciones, traiciones como método de supervivencia.
El doble fondo de todos los individuos, tan perfectamente encadenados, nos hará meditar sobre la filosofía de la vida, las promesas, cuyos personajes secundarios darán tanto valor, la amistad, el odio, la crueldad y el fino límite que existe entre el bien y el mal.
El lector encontrará una novela que aunque no le haga devorar páginas le permitirá vivir sensaciones intensas provocadas por el buen hacer de la palabra de este poeta, porque el autor, poeta antes que escritor de novela, nos deja retazos de poesía entre el misterio, la incógnita, la desesperanza del protagonista y la inquietud. El lenguaje se muestra exquisitamente cuidado con una profusión de adjetivos en algunas escenas y el final, con un giro insospechado te deja un amargo sabor de boca, como la vida misma, como el propio título, el cementerio de la alegría.
Me lo apunto, ya tengo ganas de hincarle el diente. Leí el anterior libro y es una pasada. Bonita reseña.
Muchísimas gracias, Alonso.