Antes de nada, explicaremos qué significa eso de «signos plenos». La expresión está tomada de unas palabras de André Leroi-Gourhan, que leemos en «Las Raíces del Mundo», obra de gran interés en muchos sentidos. Leamos sus palabras : «… Los signos plenos están hechos de dos elementos simétricos sobre un eje vertical medio que suele superarlos en su extremo superior.» (pág. 160). Una vez explicado el sentido de la expresión para el sabio prehistoriador y arqueólogo, pasaremos a considerar otros aspectos llamativos de la cuestión que venimos planteando.
Ante todo diremos que esa roca ahí colocada puede considerarse un signo pleno. Aunque no se trate de una pintura mural, – que son a las que en la obra citada antes, les asigna la noción de «signos plenos»-, desde el punto de vista general de su situación lo es, ya que se halla con una pared al fondo y no es posible pasar detrás. O sea, que en un sentido más amplio y general, podemos aplicar a esta «con-formación» de elementos muy básicos, y donde se puede apreciar la mano del hombre, la noción de «signos plenos».
Quiero decir que el muro algo verdoso que se ve tras de la roca ubicada entre dos especies de columnas, -por así llamar ahora a los muros laterales-, está al alcance de las manos del posible observador, y detrás no cabe una persona : funciona, así pues, ese muro como si todo lo que se ve estuviera en sólo dos dimensiones : como si fuera un cuadro, no una escultura o un «objeto exento», algo arquitectónico. Quede esto bien claro para no caer en la posible confusión de trasladar una noción aplicada a cosas como cuadros o paredes o murales, que en definitiva son cosas en sólo dos dimensiones, a objetos en tres dimensiones.
La roca está en el centro de un eje vertical, y a no ser que la quisiéremos mover deliberadamente, ahí seguiría por los siglos de los siglos, salvo catástrofes impensables. Es en ese sentido «un signo pleno». Si leyeron ustedes un texto anterior donde nos hacíamos la pregunta de si hay «rocas mágicas», o no las hay, recordarán que a esa roca que ahora estamos considerando como un «signo pleno», (en el sentido en que lo explica André Leroi-Gourhan : este dato no lo olvidemos), ya la habíamos considerado como «roca mágica».
Repetimos : este signo pleno es una roca mágica o a la inversa : esta roca mágica es un signo pleno. Quédense con la idea, porque en su momento volveremos a ella para tratar de exponer algunas cosas que requieren explicación.
Y aclaramos entonces, en notas o comentarios que añadíamos, que se entendía por «magia, mágico» a todo aquello que estaba dotado de cierto poder. Fuera el que fuera, un poder que habrá que estimar como «no común». Ahora bien, hay más cosas que tomar en cuenta a propósito de este «pequeño rincón con roca mágica» en él ubicada. Y son cosas que añaden, a esa piedra o roca, ciertas «dimensiones».
Dimensiones, aquí y ahora», en el sentido de «valores semánticos, significativos, o simbólicos» (cualquiera de las tres cosas nos valdrían aquí), los cuales se deducen del contexto general de la caverna, de la sala de la Cueva donde está. Veamos qué cosas son esas que hay que tomar en cuenta.
En primer lugar, en esta sala o domo de la Cueva hay un águila de piedra, una gran ave de presa, de formación natural y no tallada por mano humana alguna, que ya vimos en otro texto anterior. Y hay unas «raspaduras» en un rincón de la sale, hechas en la pared de la cueva, esta vez también por manos humanas a todas luces, que también comentamos. En nuestro comentario las calificamos de «chamánicas». Y hay en el techo de la sala una formación, – también natural; como el águila -, de rocas que en su conjunto crean la imagen de una cabeza de buey o de toro o vaca, de considerable tamaño. Y hay más :
A estas cosas sólo ahora nombradas (sin pasar a comentarlas, cosa que volveremos a hacer en su momento : hay mucho que razonar aquí) se debe añadir lo que sigue : a continuación de la Sala del Águila, que así se llama en la actualidad, entramos en otro espacio abierto de la Cueva del Tesoro y en él nos topamos con la imagen de un gran betilo natural o piedra no labrada nada más que por la propia naturaleza, que representa a una deidad muy antigua, que se conoce como Noctiluca, esto es, «La que brilla en la noche».
A esta divinidad prehistórica se le hicieron en su día, hace siglos, sacrificios y ofrendas. Y de ello quedó constancia, cosa que fue en su momento analizada y certificada de manera científica. Me refiero a análisis de laboratorios, que realizó mi tío paterno don Modesto Laza Palacios, a petición de su propio hermano, don Manuel, o sea, mi padre. (¡En paz estén todos ellos!).
Por ahora vamos a poner fin a este texto con una simple, muy simple pregunta : a la vista de todas estas cosas antes enumeradas, cosas que pueden ustedes comprobar «in situ» si les place o si les surge alguna duda, pero cosas que al mismo tiempo «no se pueden ver si no se saben mirar» (ya explicaré esto, que no son palabras escritas en vano), a la vista de todo ello : ¿Creen ustedes que este conjunto de cosas son algo casual, o se inclinan a pensar que todo esto puede tener un sentido global? Por mi parte, y en sucesivos textos como el presente, daré mi personal visión de todo ello. Y mis respuestas, que trataré de dejar razonadas de manera suficiente. Gracias.
Y no sólo en «Las Raíces del Mundo», sino en algunas obras más, de éste y otros autores, como Ina Wunn, que ya citamos, o Brian Fagan, también citado a propósito de su libro «Cromañón», editado en GEDISA en el 2011 en traducción de Alcira Bixio, y otras publicaciones igualmente recientes, podemos ver cómo están cambiando las ideas que sobre el «hombre primitivo» se han tenido hasta hace muy poco ( aunque aún hay quienes mantienen visiones ya periclitadas de «qué/quiénes» y «cómo» eran los hombres prehistóricos ). Este cambio creo que es indicio de una apertura mental del estudioso actual que, a poco que se centre en los hechos y se desprenda de concepciones que le impiden ver «hombres plenos» e inteligentes, acabará por preguntarse qué es más «fácil» o «meritorio», si echar a un oso de una caverna, o domar el fuego, si «comprender el sentido de la muerte» o «escapar del peligro» trepando a un árbol : es ante una proeza intelectual, ante todo, a lo que nos enfrentamos. Y mientras no lleguemos a comprender el alcance de tal proeza, que es del espíritu y del intelecto, no habremos entendido a nuestros ancestros.
Es a veces difícil ver algunas de estas cosas : no basta con mirar, sino que hay que saber qué se está mirando. En cuevas hay que aprender a mirar si se quiere ver, y lo mismo ocurre en el campo o en la montaña. Un hombre de ciudad, a no ser que aprenda, no ve igual el campo, incluso «no sabe mirar» el campo. Un botánico nos enseña a mirar árboles y plantas y arbustos…, igual que un artista nos puede enseñar a ver un cuadro, o un poeta a entender un poema…
No es difícil, a mi entender, que una mentalidad elemental y básica, al ver en la naturaleza formas que le sugieran un determinado animal, o figuras que tengan cierto parecido con cosas que les sean familiares, ya en su vida práctica, ya en su mundo mental, se sorprendan y atribuyan a esas cosas un determinado valor. Pasar de ese punto a la noción de lo numinoso o divino o sobrenatural…etc., no es algo extraño, a mi entender.
Del mismo modo que también creo entender la mentalidad de los que se dicen «nada nos es de veras cognoscible», y se consideran agnósticos. Aunque no sepan que existe la palabra «agnóstico», esas personas pueden ser agnósticas.
Cuando entramos en una cueva de este tipo, es decir, de las que tuvieron un pasado en que unos ancestros nuestros (o sea, de nuestra especie) la usaron y habitaron, sólo vemos la cueva. Pero no tardamos en preguntarnos cómo la verían ellos… Al surgir en nuestra mente esa pregunta, comenzamos a ver la cueva de otra manera, y es que sin saberlo de forma consciente estamos tratando de ver la gruta más o menos como la verían «ellos».
Es un ejercicio realmente del espíritu humano tratar de ver la gruta o cueva con los ojos con que la (debemos suponer : para eso nos documentamos) vieron *ellos*