Hubo un tiempo en que el ser humano tomó los relatos de la Biblia de manera literal, y llegó a creer que el mundo tenía una existencia que no debía ir más atrás de unos seis mil años, a lo sumo, unos siete mil. Ese tiempo no crean ustedes que está muy lejano : James Ussher, arzobispo de la Iglesia en Irlanda entre 1625 y 1656, basándose en las genealogías del Génesis y dando por supuesto que estaban completas, afirmó que la Tierra fue creada el día 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo. Y sin embargo estábamos, como quien dice, a las puertas del descubrimiento de la prehistoria : nuestros ancestros tienen un mínimo de unos 7.000.000. Han leído bien : siete millones de años.
Es curioso nuestro pasado siglo XX. Para empezar, recibe una muy notable herencia del siglo anterior, que por cierto no podemos decir que no fuera generoso. Porque el siglo anterior al XX, el siglo diecinueve, entre otras varias cosas nada de despreciar, nos legó el psicoanálisis, el marxismo y con la teoría marxista todos los grandes movimientos de masas que acabaron por desperezar las conciencias aún algo adormecidas pese a la Revolución Francesa, de finales del siglo XVIII, las teorías cuánticas que derivan en último extremo de la genialidad de Einstein, todo el relativismo lingüístico que nos obligaba a darnos cuenta de que las posibles visiones del mundo no se ceñían tan sólo al racionalismo europeo, sino que desde otras lenguas el mundo se veía otro : por ejemplo, como lo describen los indios hopi, estudiados por Benjamin Lee Whorf y su maestro Eduardo Sapir, su maestro y guía en esa fantástica aventura del conocer humano.
¿Y las “revoluciones” que en el campo de las Artes supone el Surrealismo, tan íntimamente asociado a las teorías de Freud y su discípulo -un tanto “díscolo”, todo sea dicho- C. G. Jung? ¿Y los estudios sobre el sueño, que se inician en el psicoanálisis y pronto adquieren su campo propio? ¿Y el el cubismo, que muchos teóricos derivan de Picasso y sus “Les Demoiselles D`Avignon”?
Sería un empezar y no acabar, pues cuando caemos en la cuenta de cosas como el descubrimiento de la deriva de los continentes (Alfred L. Wegener). Su gran obra a este respecto se publicó en 1915 : “El origen de los continentes y los océanos” . Muy discutido al principio pues Wegener era en realidad meteorólogo, y los especialistas del campo de la geología no parecían dispuestos a admitir ideas nuevas y, por añadidura, de “un intruso“…
O los que hacen esa, – ¡tan simple en apariencia! -, necesidad de asepsia en las intervenciones médicas (Pasteur); o los increíbles logros de la genética… Entonces nuestra imaginación a veces se dispara y llegamos a entrever mundos posibles como los que se describen en Literatura con “Un mundo feliz”, o “1984”, o con esa desgarradora visión Franz Kafka que ha dado de sí, – ¡y con pleno derecho!-, al adjetivo “kafkiano”.
Antes han leído que nuestros ancestros tienen unos siete millones de años, y las razones de quienes han llegado a estas cifras y han alcanzado esas metas del conocimiento en lo que atañe a los orígenes de la especie humana no son simples creencias, ni son tampoco meras especulaciones : se basan en datos. Sin irnos a otros textos, nos vamos a quedar en uno tan sólo : “La gran aventura de los primeros hombres europeos“, de Henry de Lumley.
Explica este lúcido investigador de nuestro pasado que el ser humano, -y esto lo decimos a modo de ejemplo tan sólo-, no llegó a dominar el fuego hasta hace unos 400.000 años. Dominar el fuego debe entenderse en el sentido de ser capaz de encenderlo y controlarlo manteniéndolo sin que cause daño alguno. Eso significa que hubo muchos siglos de humanos anteriores, también encuentros nuestros, que conocían el fuego pero no lo habían “domesticado”, no sabían cómo habérselas con él. ¿No está claro que entonces realmente “éramos otros”?
LA VENUS DORMIDA, óleo sobre lienzo que pintó el artista belga Paul Delvaux en 1944. Delvaux vivió entre 1897 y 1994, y siempre ha sido asociado al grupo de surrealistas formado en torno a la figura de René Magritte.
Escribió Leonardo Da Vinci en su “Trattato” (está traducido el “Tratado de la Pintura” de Da Vinci, pero en italiano se entiende bastante bien) lo que sigue :
“La mente del pintor debe continuamente mudarse a tantos discursos cuantas son las figuras de los objetos notables que se le ponen delante; y en cada una de ellas debe detenerse a estudiarlas, y formar las reglas que le parezca, considerando el lugar, las circunstancias, las sombras y las luces.”
Se trata del parágrafo VI de “El Tratado de la Pintura”, que ahora cito a través de la edición de sus “Obras Selectas”, en EDIMAT LIBROS, 2002. La traducción del Tratado es de Diego Antonio Rejón
Un investigador español que trabajó con Lumley es Cecilio Barroso. Arqueólogo y gran conocedor de los campos de investigación de la prehistoria y el mundo Neanderthal así como el de los Cromañones.