Huellas

4 Nov
Restos de arena de una playa del plioceno. Cueva del Tesoro.

Sabemos siempre de una manera vaga, muy imprecisa, que las cosas tienen algo que podríamos llamar huellas. Unas veces son huellas que huelen a tiempo, sólo a tiempo : esas arenas de una playa del plioceno en una cueva de origen marino, arenas fósiles de playa ahora ya sin sol posible, (¿o sí, un día lejanísimo aún?); esas ánforas que se hallaron en una nave fenicia, hundida en las actuales costas de Huelva, hace casi 3000 años : ayer mismo, como quien dice. Otras veces son huellas vivas, como esas manos impresas en paredes de grutas ignoradas durante milenios y ahora estudiadas como si fueran un extraño modo de grial : huellas esta vez con más de ¿20.000, 30.000 años? pero tan humanas en su misterio cavernario que apartan de sí, como quien da una manotazo, los eones de la geología, tan sin medida para nosotros, efímeros, y tan pequeños para el tiempo cósmico, tan sin medida cierta.

Las huellas son registros misteriosos cuyo destino cabal se nos esconde. Registros que nos envuelven por todas partes : en las yemas de los dedos, en los andares, característicos de cada uno de forma tan sutil como inconfundible muchas veces. Huellas impresas en la nieve y luego solidificadas por vaya usted a saber qué caprichos de catástrofes climáticas o de derrumbes de laderas de montañas, y que identifican ancestrales especies ya perdidas en el pasado, monos de hace siete millones de años que ya caminaban erguidos a ratos. O mamuts que ya jamás verán ojos humanos. Huellas de fiestas terminadas algún día, quien sabe si en tragedia mínima o en grandiosa efeméride, inolvidable para quien fuere. Ciudades como Pompeya o Ercolano son dos huellas tan sabias como trágicas, tan plenas de tiempo anclado entre cenizas como reclamos hoy de ávidas miradas de gente que pasa sin más, y hace fotografías, cuando menos.

Los recuerdos en la memoria son huellas de la vida que se nos almacenan inexorablemente, y nos van tallando como si aún siguiéramos siendo el barro primordial (ese barro del que hablan los mitos antiguos de los libros sagrados), ese barro que fuimos antes de ser los seres que somos, ese barro que seremos (“Me llamo barro aunque Miguel me llame…”, escribió un poeta de Orihuela, cuyo nombre no ignoras lector “in fábula”) si es que un día morimos, que pudiera ser que no : morir igual es sólo un especial despertar, pues que ahora sólo dormimos. Te levantas de la cama, te aseas, te vistes, y cuando miras de nuevo la cama donde has dormido, está llena de las huellas tuyas de haber estado durmiendo entre sus sábanas, o sobre la almohada.

Las huellas son victorias o catástrofes, según las consideres. Estén donde estén, sean lo que sean, las huellas son un signo de la vida. Un signo, como digo, misterioso, evasivo. Signo por lo general ajeno a todo símbolo y sin posible número identificativo, sin peso, sin  forma precisa. Ajenos a los sistemas, esos signos que son las huellas son tan infinitos como las cosas olvidadas o como las estrellas nunca vistas. Y pese a todo, las huellas forman parte de nuestras almas, sean lo que sean nuestras almas : un mito más, un soplo de espíritu, o un teorema. Y termino ya : este texto de hoy, lector, es una especie de introducción a lo que comentaré, en próxima entrada, a propósito de un libro sugestivo y valiente : “La Mente en la Caverna”, de David Lewis Williams. la edición original, en inglés, ( “The Mind in the Cave. Consciousness and the Origins of Art”) es del 2002. La que manejaré, en traducción de Enrique Herrando Pérez, es de AKAL, 2005. Hasta entonces, lector.

6 respuestas a «Huellas»

  1. Nota.- Durante el Plioceno, una era geológica anterior al Pleistoceno,el nivel medio del mar estuvo unos 25 metros por encima del actual, debido a los hielos de los polos derretidos.
    Los cantales de la zona de Málaga que se conoce como Axarquía, de rocas calizas casi todas de origen marino y de minúsculas conchas de animalillos marinos presionados por el peso de las aguas y convertidos en esa especie de “mineral cemento natural” lleno de eones, emergieron de las aguas debido a la presión que las placas tectónicas de Europa y África ejercen la una sobre la otra, y suele con frecuencia causar terremotos.
    En el tercero de esos cantales, según se va del Málaga hacia el Rincón de la Victoria, está la Cueva del Higuerón, o del Suizo, o del Tesoro, que de esos tres modos se le ha conocido. Hoy está más actualizado el nombre “del tesoro”, merced a una leyenda que se recoge en” Conversaciones Históricas Malagueñas”, y que firma (aun cuando no es él quien las escribe) Cecilio García de la Leña.

  2. Estimado amigo Manuel Precioso tu artículo sobre las huellas, yo como tu creo que hemos dejado un legado, para las nuevas generaciones, mi profesión con fórmulas de mi cosecha, la historía de mi familia con 18 generaciones, otros perdona que lo diga, pasan por esta vida y no dejan nada mas que estiercol. Un abrazo Paco,
    P.D. Alfonso se encuentra estupendamente bien, la ciencia y la ayuda de El, fué posible el milagro.

  3. Gracias por tu lectura de este texto, Paco.
    Me alegro de que tu hijo esté en buenas condiciones : dile de mi parte que trabaje menos. Y dale un cordial abrazo : Alfonso es una gran persona.
    Y sobre lo del estiércol, amigo Paco, no nos ceguemos : para muchas plantas es un buen abono, de manera que hasta eso es en este mundo cosa que tiene su utilidad; créeme : no hay, (fuera de auténticos sádicos y asesinos o locos enfermos de ira y muy difícil cura), no hay, te digo, persona o ser inútil.
    Por cierto : de tus pasteles, doy buena cuenta cada vez que me acerco a Málaga.
    En cuanto a este texto, “Huellas”, es de agradecer que me hayas elogiado. Gracias, amigo.

  4. Antes de entrar a comentar el citado libro de David Lewis Williams, será conveniente detenerse un tanto en otro, tan interesante como discutible, de George Bataille : “Las lágrimas de Eros”. Lo comentaré citando la 5ª edición, en Tusquets Ensayo, de 2010, en traducción de David Fernández.

  5. Debo añadir algo, antes de embarcarnos en el comentario, o si se prefiere, las anotaciones que haremos al magnífico libro de David Lewis Williams “La Mente en la Caverna” : además de ver algunas cosas que tienen que relacionarse entre sí para la mejor comprensión de cuanto se va a decir sobre los primitivos ancestros de la humanidad, cosas que están en esa orbital de Georges Bataille, es de muy especial importancia que tengamos en cuenta nuestro tema central, de un tiempo a esta parte : los sueños. Como voy a razonar en el siguiente post o texto de este blog, la importancia de los sueños no debe ser nunca desestimada.
    Hasta pronto, lectores.

  6. Nota.- Arriba, donde dice “…orbital de Georges…”, debe decir : “…esa pequeña obra de Georges…” (escribí en lugar de “pequeña obra” el diminutivo en -ita de “obra”, pero el ordenador me lo convierte, quieras que no, en “orbital”. ¡Se resiste a dejarme escribir OBRITA!

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