Del mismo modo que el dolor, en todas sus formas, o ese modo de tristeza que a veces nos anida y no acabamos de saber con exactitud por qué, son «cosas» que acaban recordándonos nuestra condición humana, así también es difícil encontrar algún tipo de novela que no nos invite a la reflexión.
Hablo de las novelas que comenzaron a escribirse a partir de la publicación de la segunda parte del Quijote, y dejo ahora fuera de consideración a cuantas sean anteriores al siglo XVII. Y hago esta separación entre las unas y las otras porque considero que las condiciones ideológicas de nuestra sociedad a partir de esa fecha, (y a salvo queden algunas excepciones muy particulares), comienzan a precipitarse hacia maneras de vida y de producción («reglada y controlada muy estrictamente») de los bienes materiales que cambian de un modo muy radical los rumbos de nuestra cultura occidental, y abren horizontes inéditos a la Europa de las nacientes nacionalidades. Para bien o para mal, creo que esto es un hecho no difícil de constatar.
Esas invitaciones a la reflexión, que yo creo ver de una manera bastante nítida en el Quijote de Miguel de Cervantes, (sobre todo desde su Parte II), pero también en la gran novela inglesa del siglo XVIII, con D. Defoe, J. Swift, el «Tom Jones» de H. Fielding, el «Tristam Shandy» de L. Sterne por no citar sino a los más significativos de cuantos acuden ahora a mi memoria, es un elemento que va a ir adquiriendo peso y consistencia notables a medida que la novela se vaya asentando como género ya con personalidad propia e inalienable, y se adentre en el siglo XIX, que hoy por hoy aún sigue siendo «el siglo de la gran novela europea». Y todo ello, – no se olvide- , arrancando de la singularidad que representa «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha».
Saltando ahora hasta la mitad del pasado siglo XX, y centrando nuestra atención en la obra que venimos comentado de Juan Eduardo Cirlot desde un par de textos anteriores al de hoy en este foro, esto es, volviendo a NEBIROS, esa novela tan singular y plena de sentidos y valores que, no ya nos invitan, sino que además de obligarnos a la reflexión, nos sitúan ante un hecho que (para mí) resulta capital en la comprensión misma de la novela : o la leemos de manera intensa y reflexiva, o pasaremos sobre ella, lo queramos o no, como quien viaje en tren y recorra un exuberante paisaje…, completamente dormido.
«Nebiros» es obra plena de sentidos, con una constante lluvia de metáforas sutiles, de «dardos reflexivos», dedos invisibles que nos señalan y advierten : «Nebiros» exige imperiosamente la reflexión del lector. Ahora no vamos a entrar en sus multiplicadas callejas y callejones, en sus singulares panoramas urbanos o visiones interiores, ni en ninguna otra cosa que nos pueda distraer de esta que aquí reproduzco, y que son palabras de una hija del autor de la obra, Victoria Cirlot, quien la edita y completa con un extraordinario Epílogo. Las palabras que decía son estas :
«NEBIROS suscita muchas preguntas. Entre ellas, una se impone por encima de cualquier otra : ¿por qué Cirlot no destruyó el relato, tal y como hacía siempre con las obras que no se iban a publicar?, ¿por qué no lo destruyó como hizo con todos los papeles anteriores a 1958? No encuentro otra respuesta que el segundo epígrafe con el que comienza el «Diccionario de Símbolos» : EL DEBER MÁS IMPORTANTE EN MI VIDA ES, PARA MÍ; EL DE SIMBOLIZAR MI INTERIORIDAD … Un impulso irrefrenable a explicarse pudo ser la razón por la que no quiso que esta manuscrito se perdiera, aunque tuviera que esperar 66 años para ver la luz.»
Esas son las palabras con que Victoria Cirlot termina el Epílogo a la novela de su padre. Juan Eduardo Cirlot. Nosotros, seguiremos tratando de sacar más cosas de «Nebiros» y de hacer nuestras propias reflexiones junto a la mayestática muchedumbre de ideas que J. E. CIRLOT nos regala en su obra. Hasta entonces, muchas gracias.
Como la edición de NEBIROS en Libros del Tiempo de Ediciones SIRUELA es muy reciente ( : de este mismo año de 2016 ) y como la novela de CIRLOT salvada de la destrucción tiene íntimas conexiones con su poesía ya editada, en nuestras posteriores entradas sobre este tema acudiremos necesariamente a algunos de los poemas más significativos que conectan con la novela. Pienso en Lilith, en Susan Lennox, en Canto de la vida muerta… Y en otros poemas más, ya sean de «EN LA LLAMA», ya de otras obras.
Me resta añadir este dato, nunca menor : La cubierta del libro de Cirlot ofrece una fotografía de VÁCLAV CHOCHOLA, «El paseante nocturno» (1949).
Comentarios que deberemos adjuntar a nuestros comentarios : los que suscitarán los datos (que se incluyen en la edición citada de NEBIROS) referentes a la censura de la época, la censura de los años de la dictadura del general Franco. Ignoro quién o quiénes fueran los censores de «Nebiros», pero no podemos ignorar en modo alguno el retorcido espíritu censor que en sus adentros había encontrado un campo donde las maldades y los pensamientos atroces crecían con más ahínco que las llamadas «malas hierbas»…
Como bien escribe Victoria Cirlot, el segundo epígrafe con el que inicia Cirlot su Diccionario de Símbolos es una cita de Hebbel : «El deber más importante de mi vida es, para mí, el de simbolizar mi interioridad.»
Pero por mi parte reparo también en el primer epígrafe, que es una cita de un autor latino (Salustio) y que dice : «El mundo es un objeto simbólico.»
Creo que ambos epígrafes, que ambas citas, ahí recogidas por Juan Eduardo Cirlot, son entre sí solidarias y -tal vez- sería conveniente contemplarlas a ambas de manera conjunta. ¿Por qué? En principio porque si «el mundo es un objeto simbólico», ¿no cabe decir lo mismo, y hasta con mayor énfasis, de la novela en general y muy especialmente de aquellas novelas que tratan de re-presentar un mundo?
Anoto esto, antes de seguir en otro texto posterior al de hoy con la novela -¡tan testimonial!- de J.E. CIRLOT, porque no sólo por su naturaleza misma la novela es también un objeto simbólico, sino porque resulta que para «SIMBOLIZAR MI INTERIORIDAD» (como dice Cirlot citando a Hebbel) nada mejor que hacerlo a través de ese otro espejo-objeto simbólico que resulta ser una novela. Y una novela donde el autor se/nos interioriza.
Seguiré dando mis razones sobre estas cosas.
Con todo, esa rotunda afirmación de Cirlot «el mundo es un objeto simbólico» tiene mucho que comentar. No podemos pasar sobre ella sin pararnos a considerar una serie de estudios, afirmaciones, poemas, textos diversos que, en su conjunto, centran y aclaran y hasta iluminan esa afirmación : «el mundo es un objeto simbólico». Ya veremos por qué, sobre todo cuando nos preguntemos con el propio Cirlot «…entonces, ¿por qué sufro yo?».