“La nada -dijo él- no existe en ese sentido que todos le dan; ahora bien : la misma Tierra es un cuerpo material cuya suma de espíritus es el alma. La materia, como el espíritu, no puede perecer, pero puede modificarse según el bien y el mal. Nuestro pasado y nuestro porvenir son solidarios. Vivimos en nuestra raza y nuestra raza vive en nosotros.”
Luego de un largo silencio, y tras de estar mirándome de una extraña manera que no llegaba a incomodarme, me preguntó si reconocía o no las palabras que había dicho él como quien lee una sentencia escrita e inapelable. Le dije que no las reconocía, pero que me resultaban familiares. “Es como si las hubiese yo leído en algún texto hace tiempo olvidado”, le expliqué.
“Son en efecto de un texto que conoces,” -me dijo-, “y de hecho, yo mismo he tenido acceso a ese texto gracias a ti : tú mismo me dejaste una edición del “Aurelia” de Gérard de Nerval, que es de donde son esas palabras.”
Reconocí lo que me decía. Recordé incluso el día en que le había recomendado que leyera ese relato de G. de Nerval, mas añadí un pequeño matiz a sus palabras : “Pero yo no te dejé ninguna edición de “Aurelia”, sino que me limité a recomendarte su lectura”. Le dije.
“Cierto”, -me contestó-. “Pero para mí esa recomendación fue un verdadero regalo, pues reflexionando sobre decenas de fragmentos del libro del genial y desdichado parisino, he descubierto más cosas sobre el sueño y sus trastornos que en montones de libros que se pretenden como especializados en esos temas.”
Le dije que eso era normal, pues el hecho era que Nerval, más que con tinta, parecía escribir con sangre. “Y la prueba de esto que te digo”, -recalqué con énfasis-, “está en que el autor de “Aurelia o el sueño y la vida” acabó suicidándose por ahorcamiento.”
Gérard Labrunie, que es su nombre real, tras de varias y severas crisis de locura, y largos padecimientos nerviosos, oscuras depresiones, esquizofrenias…, acabó ahorcándose a los 46 años. Un 26 de enero del año de 1855.
-“Bueno, pero ahora, ¡vamos! : ¿A qué viene todo esto?”
-“¿Recuerdas aquello de “¡Ave Caesar qui morituri te salutant!”, que cantaban los gladiadores antes del último combate? Pues es por eso : hay “aves” que son como “salutaciones”, -esto es, como ensalmos. Ese “…qui morituri te salutant” era la última dación de sí mismos que hacían los soldados y gladiadores a su emperador, a su César.
– Todo eso está muy bien, pero sigo sin entender a dónde quieres llegar.
– Es fácil de entender : Gérard de Nerval no vivió ni murió en vano. Pensemos en sus palabras, esas con las que hemos empezado esta charla. Ahí, en ellas, late un profundo sentido optimista del destino humano, como raza y como individuos. Con absoluta certeza de que “vivimos en nuestra raza y nuestra raza vive en nosotros”, Nerval se sustrae al dolor de su atribulada existencia y “se entrega”, como si morir fuera un “rendirse a la vida” que nos libera de un peso. Y más aún : al dejarnos una obra escrita del calibre de la suya, nos está dando un poderoso antídoto contra las depresiones, y para un mejor apechar con todo cuanto nos venga en contra…, ¿no lo crees tú así?
– Sí. La verdad es que sí : has estado lúcido.
-Pues ahí tienes un modo de símbolo : el ave sobrevolando esa piazza romana. Es luminosa. Y casi como un numen : la piazza y el pájaro. (¡Sean!).
Las ideas pueden hacerse sensibles. Al menos, así lo pensaba Nerval y así los dejó manifestado en algunas de sus obras (como la misma “Aurelia o el sueño y la vida”).
La edición que hemos manejado en esta ocasión del relato de G. de Nerval es la de la Editorial Eneida, y es la publicación número 38 de la colección ConFABULAciones, que se acabó de imprimir en Madrid en septiembre de 2011.
La traducción es la de J. Chabas y Martí. Y el título original (francés) de la obra en cuestión : “Aurélia ou le rêve et la vie”
Piazza Navona… Toda Roma es una ciudad que atrapa. Como lo son Praga, o Ámsterdam, o Brujas, o la mismísima Tarifa, con su pequeñez recoleta. No conozco lugar del mundo que no tenga algo especial. ¿Qué de especial hay en Firenze o en París, en Córdoba o en Pisa? No lo sé, pero las ciudades tienen alma, y es lo mismo que ese alma sea rusa en San Petersburgo o belga en Bruselas. Aún resuena en mi memoria una frase, que alguien me dijo antes de salir para Italia : “Roma es infinita”. Y es cierto.
Algo que se lamenta y llega a cabrear cuando se viaja a ciudades que podemos considerar casi como “hermanas” : la suciedad que en algunas de nuestras calles y plazas se aglomera : Málaga debería y podría ser una ciudad más limpia, pero no lo es.
Roma es una ciudad limpia, y basta con recorrerla con una mínima atención a los demás, para poder uno ir tranquilo : ni se pisará una caca, ni se te acercará un caco… Excepciones hay en todo, y no iba a ser Roma misma una excepción. Pero para ser capital muy concurrida, podemos decir que la limpieza y la seguridad en sus calles es de notar y agradecer
No está de más resaltar que G. de Nerval tiene una notable influencia en Marcel Proust.
Las influencias de unos escritores y artistas en otros, o en épocas enteras, según los casos, es un tema de gran interés entre otras cosas porque nos desvela, a veces, aspectos que podrían pasar inadvertidos. Aspectos del autor que influya en, y también del que ha sido influenciado por.