Trataré de buscar en este texto modos de reflexión que inviten al lector a una manera de indagación siempre posible : la que nos sumerge en nosotros mismos, la que ahonda en nuestra propia consciencia y lo hace, además, eliminando, -en la medida en que es posible : algo nunca seguro, por otra parte-, toda duda. Para decirlo de otro modo, voy a tratar de sugerir en este texto un tipo de trampolín ideal desde el que lanzarnos a esos abismos o, – si se prefiere -, a esas altas cimas del propio pensamiento donde lo que logramos saber se nos presenta exento de dudas.
Y si pese a todo, ( : en alguien que esté excesivamente condicionado por el pensamiento cartesiano, para poner por caso), la duda persiste, aun cuando sea sólo de perfil o entre esos modos de sombras que ni siquiera la luz despeja, sean tan firmes las certezas que broten, ya del texto mismo, o ya del pensamiento nacido en uno del texto que se lee, tan firmes e inequívocas que nada de lo pensado pueda en modo alguno parecernos cosa más del sueño que no de lo real compartido. Pues es ahora cosa de advertir que distinguimos entre «lo soñado» (que para nosotros tiene un modo de realidad no compartida con otros; al menos, no compartida de manera inmediata) y «lo real compartido» : esta advertencia sólo ha de tener valor en este texto, de tal modo que se entienda bien esto : que «Lo Soñado» no es cosa de palabras, pues de por sí es indecible, mientras que «Lo Real Compartido» sí pertenece al ámbito de las palabras, del lenguaje humano. Aclarado lo cual (creo) el título de este post, «Sueños, Palabras», queda así suficientemente especificado. Su sentido «actual» se nos hace más nítido. Insisto : creo.
Sigamos. En un escrito muy lúcido que escribió Karl Jaspers, y que se titula «El lenguaje», leemos una serie de cosas que van a ser ahora el meollo de nuestra reflexión. Voy a citar de esas cosas las que estimamos indispensables para la con-formación de aquel «trampolín ideal» que se dijo al inicio de esta entrada. Se cita :
«Las palabras que han dejado de ser metáforas para la conciencia continúan siendo un fluctuante sistema de significados. Son palabras ambiguas, portadoras de posibilidades significativas aún ocultas. /…/ Poseen autoridad. Las palabras vivas no son nunca meros signos. Y aun cuando puedan ser también signos de los conceptos, lo son en la medida en que siguen siendo palabras y no se endurecen ni cristalizan en signos. Existe una diferencia radical entre el lenguaje de palabras y el de signos, como el utilizado con tanto provecho en Matemáticas, Física y, a veces, en ciencias como la Química. La voluntad del entendimiento en definir y aclarar tiende a transformar las palabras ambiguas llenas de contenido en signos fijos e insignificantes. Los signos son la expresión unívoca y definitiva de un concepto. De ahí que el entendimiento los prefiera a las ambiguas palabras fluctuantes.»
Más adelante, el gran filósofo que estamos citando escribe :
«Los signos son «arbitrarios» e «inventados». Son definidos, pues, en el momento mismo de ser inventados. Las palabras son «históricas», portadoras de una indefinida riqueza de significado y se desarrollan con el uso. Los signos son «unívocos». /…/ Las palabras, en cambio, son «equívocas», /…/ constituyen un mundo de agitada toma de conciencia de esencias, cosas y experiencias que cristaliza inevitablemente en ellas. Son la vida insumisa de la «mudanza del significado».
Hasta aquí la obligada cita del texto de K. Jaspers. Y ahora, el dardo que apunta a lo que se sugería en el título, y que trataré de seguir ampliando en sucesivos posts como el de hoy : los sueños, aquellos sueños que nos transportan a mundos indecibles en gran medida y casi imposibles de co-experimentar con otras personas ( : a salvo las excepciones, siempre felices, de sueños que se comparten), son como las palabras vivas de un discurso siempre inconcluso, siempre por terminar y por determinar. Por su propia naturaleza, los sueños son como palabras sólo pensables y, aun cuando sean expresables en palabras, los sueños no se reducen nunca a las palabras que tratan de expresarlos : son, como digo, por su propia naturaleza «indecibles».
Y ahora, un ejemplo : repare el lector en esa imagen de un edificio del que se ve una ventana, y ventana de la que parecen salir una serie de luminosas líneas que se abren al exterior (¿o que se adentran en la ventana?). Es una fotografía que alguien tomó en una plaza de Praga, esa bella ciudad nunca del todo bien conocida. ¿Son «reales» tales luminosas líneas? ¿Palabras, signos, sueños…? ¿Qué son? En la fotografía, «están». En la calle, cuando se tomaba la fotografía, «no estaban». O, al menos, no se les veía estar… ¿Son «realidad», son «sueño», o son «antesala de un misterio»? Seguiremos ahondando en ello.
Doy la referencia del libro que citaba de Karl Jaspers :
«LO TRÁGICO. EL LENGUAJE». Editorial Librería Ágora, S.A.
Málaga.
Traducción e Introducción de José Luis del Barco.
Las citas que hice antes en este texto están en las págs 118 y 119 del librito citado. Lo llamo «librito» por sus dimensiones, no por su grandeza, que es mucha.
En cuanto a la fotografía con que ilustro esta entrada en el blog, no la hice yo, sino que la hizo una persona (para mí muy querida) que me acompañaba en un necesario viaje a Praga, y me la pasó luego por email. Ella y yo hacíamos constantemente fotos con nuestros móviles, esos «trastos» que más sirven para viajar que no para hablar by phone…
Gracias, lectores.
Praga es una ciudad sumamente acogedora y llena de arte. Es muy arquitectónica, en el sentido de la arquitectura como una de las Artes Clásicas. Y es una ciudad tan cercana al misterio de lo que uno nunca sabría definir pero nunca dejaría, a la vez, de percibir, que se nos antoja ser una ciudad inasible al cabo. No se la puede nunca conocer del todo. En Praga, como en los sueños más intensos, vive el misterio.
En cierto sentido los sueños también son «históricos» : tanto como parte de la historia (psíquica) de una persona, como por pertenecer, inevitablemente, a una cultura, a un tiempo dado en la historia misma del que los sueñe.
Esta faceta de los sueños sería también cosa de ver con más detenimiento, lo que trataré de hacer.
Hasta entonces, pues.
a mi me pasa que cuando recuerdo un sueño y lo quiero escribir, me cuesta mucho expresar con palabras lo vivido en el. Sin embargo cuando releo ese sueño, por muy mal descrito que esté me transporta a ese momento y soy capaz incluso de recordar con mas detalle algo que esa mañana no fui capaz de describir o incluso a veces recordar
Es normal que te ocurra eso. Las vivencias si son tan internalizadas como suelen ser los sueños, se resisten a ser convertidas en simple lenguaje. Es también normal que una vez que uno ha escrito lo que recuerda de su sueño, con el tiempo ese relato nos lleva una y otra vez al sueño. Pero…, ¿es «el mismo sueño» ya? Esa es la cuestión.
Hay algo en lo que es conveniente fijarse : algunos sueños «contienen palabras», es decir, en ellos, en esos sueños, decimos o nos dicen cosas, oímos palabras, frases. Y otros sueños, «son mudos», o sea, que todo en esos sueños ocurre en imágenes, sin intervención del lenguaje. Y si algo nos parece entender, es como si se nos hiciera entender por telepatía, por así decirlo. Entendemos en esos sueños sin palabras, y eso es obvio que dificulta aún más la «traducción» de los soñado a relato, a palabra dicha o escrita.
Sobre esto, entre otras cosas, voy a tratar en el próximo post, «Sueños sin palabras».