Las Horas Blancas

5 Sep

El famoso cuadro "Impresión", de C. Monet (1872)

Si las “cosas” como Tiempo, Eternidad, la Infinitud, o la Nada tuvieran color, ¿cuál pensaríamos para cada uno de esos “conceptos”? ¿Se puede decir que la Nada es blanca, que las horas son blancas, que es blanco el color del Infinito? Y donde se dice “blanca” podríamos poner “negro”, que el resultado sería aproximadamente el mismo : se trata de una cuestión absolutamente subjetiva, en principio. Si asociamos lo que sentimos ante una fuerte niebla, – que lo pone todo blanco, como si de una nevada flotante se tratara -, entonces lo eterno es blanco y la nada también casa con el blanco, y con lo eterno…

Antes hemos puesto la palabras cosas y concepto entre comillas : Tiempo, Eternidad, Infinitud, la Nada…, ¿son realmente conceptos?¿Son acaso “cosas”? Se supone que un concepto debe tener límites, debe ser algo con una interna coherencia, pero ¿tienen límites la Nada o La Eternidad? ¿Cuál es la coherencia interna del Tiempo? Si pensamos “tiempo” en función de “pasado”, “presente” y “futuro”, lo que hacemos es acotar, mutilar o reducir algo que es mucho más ( y esto es cosa que se sabe de manera bastante segura desde las primeras paradojas del mundo de los Quanta ) complejo de lo que en principio podría uno pensar o siquiera imaginar. Porque hay tantos modos de temporalidad como formas de subjetividad en su vivencia, la vivencia del tiempo. O eso suponemos.

En los grandes poetas, el tiempo alcanza a tener maneras de color, por decirlo de algún modo. Así en don Antonio Machado podemos leer aquello de  “las blancas sombras de las horas santas” : las horas, esa porción de tiempo tan humanizada, no sólo tienen color, (son blancas), sino que incluso cobran cuerpo, volumen : proyectan sombras. Y más : son santas, adquieren cualidad suma, en un nivel de valores ya humano, cual es la santidad. Merece la pena que recordemos el poema entero donde expresa eso que se acaba de decir :

Crece en la plaza en sombra

Crece en la plaza en sombra

el musgo, y en la piedra vieja y santa

de la iglesia. En el atrio hay un mendigo…

Más vieja que la iglesia tiene el alma.

Sube muy lento, en las mañanas frías,

por la marmórea grada,

hasta un rincón de piedra… Allí aparece

su mano seca entre la rota capa.

Con las órbitas huecas de sus ojos

ha vista cómo pasan

las sombras blancas en los claros días,

las blancas sombras de las horas santas.

El texto es de una rara perfección, por lo extremada y sutil, y de una asombrosa exactitud y mesura en su condición de “poema de corte clásico que podría ser a la vez romántico” – : el entrecomillado y la cursiva la ponemos nosotros, así que no es cita de autor alguno.

Mesurado, hondo, de aliento contenido, el protagonista del poema, ese mendigo ciego que carece prácticamente de todo y al mismo tiempo está pleno de sentido mítico, (pues es uno de esos seres “eternos” que nacen con la tragedia griega y recorren los siglos en silencio hasta llegar a la novela contemporánea, a la mejor poesía del siglo XX, a la pintura), lo llegamos a “visualizar” tan en su totalidad que casi podemos dibujar sus rostro, si tuviéramos la facultad propia del hacer de pintores y dibujantes : con sólo leer el texto de poema, ya vemos a ese mendigo.

Y es que en cierto modo se trata de un tipo de personaje que se han hecho un lugar propio, un espacio muy particular, en la cultura nuestra. Ni más ni menos a como un chamán se lo hace en una cultura primitiva del tipo, pongamos por caso, de muchas tribus africanas, o como un druida entre los celtas clásicos de la época de Julio César. O como los pícaros en el Siglo de Oro español. Aquí, lo de “ut pictura poesis” que dictara el clásico latino, es una vez más un hecho patente.

Si en la Literatura está presente el color como elemento de referencia para ese tipo de nociones, y son ya expresiones consabidas eso de “la noche de los tiempos”, los “tenebrosos” o “los oscuros siglos medievales”, y otras similares, qué no nos encontraremos en el campo de la Pintura. Hay ahí, desde los múltiples matices de la pintura romántica y hasta los nítidos juegos de color y luz propios del impresionismo, una muy amplia gama de valoraciones. Eso, sin entrar en detalles y sólo pasando muy por encima y como si se dijera “de puntillas” por esta cuestión.

Señalar que dos cosas son de singular importancia, es casi obligado : tanto la que se refiere a la tradición que se hereda, como la que atañe a las novedades que, de vez en cuando, nos proporciona la ciencia que se ocupa del “triángulo” cerebro humano/visión de la realidad externa/mediación de la ideología.

Desde los inicios de las primeras manifestaciones (¿artísticas, chamánicas, o de otro tipo que ignoramos? : Esto, es otra cuestión) de la humanidad que nos han llegado y se conservan en cuevas y abrigos, repartidas por toda la geografía del planeta, ciertas nociones se nos representan como íntimamente asociadas a colores. Los colores tienen una enorme capacidad simbólica. Un alma mala es “negra”, la inocencia es “blanca”, y así sucesivamente. Y estas cosas, estos “simbolismos”, son a veces cambiantes : así, Miguel Hernández dejó escrito aquello de “algún día, el tiempo se pondrá amarillo sobre mi fotografía”, y otro poeta, también español, del mismo siglo XX dijo eso otro de “… amarilleaba de envidia”.

No dejemos este tema ahora aquí sin repetir unos versos de un gran clásico alemán, J. W. Goethe, que son de una enorme capacidad sugestiva : “Gris, querido amigo, es toda teoría, pero es verde el árbol dorado de la vida”.

Dejamos a los lectores, por si le interesara a alguno las cuestiones que atañen a la lengua y sus posibilidades, un enlace que conecta con las palabras de un hombre sabio. Palabras que fueron discurso suyo ante la Real Academia Española de la Lengua.

Me estoy refiriendo al discurso de ingreso como académico de número en la RAE del ilustre helenista y sabio lingüista don Francisco Rodríguez Adrados, titulado “Alabanza y vituperio de la Lengua” (1991). Gracias, lectores. Estos y otros temas seguiremos trayendo a este tan grato foro de La Opinión de Málaga.

Real Academia Española

3 respuestas a «Las Horas Blancas»

  1. Como saben los lectores, el nombre de este cuadro de Claude Monet, que representa un sol naciente y se titula ante todo “Impresión”, es el que pronto dio nombre al movimiento Impresionista, muy contestado y atacado en sus inicios por los “apoltronados academicistas”.

  2. Interesante la idea asociar el color a lo conceptual; nos acerca a “ver” la musicalidad que todo poema sugiere de manera inherente, a “pintar” ese timbre y tono de voz con el que que mentalmente “vestimos” a los personajes de una novela

    • Es cierto. Y el tema se hace apasionante cuando uno lee lo que razona David Lewis-Williams, autor de “La Mente en la Caverna”, sobre las conexiones neuronales del cerebro y lo que todo eso implica desde el punto de vista de la cultura humana desde el Neolítico ( y antes, incluso : desde el Paleolítico, ya en la especie “homo sapiens-sapiens, un pasito más lejos que el “homo neandertalensis” ) y para nuestra actual situación socio¡al y cultural. ¡Somos seres mágicos! (Al menos, a ratos; y al menos, algunos de nosotros; en especial los niños antes de asumir del todo el lenguaje…). Gracias por el comentario.

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