Tiempo atrás, ( ¡Santo Cielo, parece que han pasado Siglos! ), por las pantallas de los televisores españoles pasearon la imagen de una joven en amplia camisa blanca y con las piernas al descubierto sobre un caballo blanco, en leve galope por los campos abiertos a las riberas del mar. De la mar entre Cádiz y Huelva, en las dunas de Doñana. Anunciaba una marca de brandy, allá por los años 60. La chica, rubia y alemana, de buena voz y con alguna incursión en el séptimo arte, se llamaba Nico, si mis datos no me engañan. Quiero decir, si no me engaño yo mismo con los datos que tengo. La amazona Nico, o tal vez Niko, estuvo a las puertas de lo mítico, por razones obvias : después de los posados en
vivo ante cámaras, alcanzar ciertas cima de popularidad cercana a eso que hoy se llama “mito” no es cosa extraña.
Pero no era Lady Godiva. No era la generosa condesa, la popular aliada del pueblo sometido a impuestos y a mil y una cábalas para poder salir adelante. Era una estupenda modelo, -¡vaya usted a saber su santo y seña! -, y anunciaba, si mal no recuerdo, una marca de brandy, un coñac de esos que la gente llana de estas tierras a veces llama “la coñá”, así, en femenino. Eso era tiempo atrás.
Tiempo acá, el recuerdo del anuncio ha caído en olvidos y desdoros, pero persiste la figura, la imagen, el blanco caballo y la rubia muchacha sobre sus lomos montada. Y esa imagen, el recuerdo ese, miren ustedes por qué azares del memorioso destino, me ha llevado justo adonde ahora querría yo llevar a los lectores: al recuerdo, a la memoria de (¿un mito, un hecho real, algo ocurrido tal y como se cuenta?) una otra dama, sobre un otro caballo blanco, éste con aderezos de montura principesca, y cuyo nombre sí que conserva la tradición : Lady Godiva.
Ciertas diferencias podrían marcar una semejanza de fondo: en la imagen ideada de Lady Godiva, el caballo tiene sus aderezos, y la dama lo monta desnuda. En el anuncio aquel de “Terry me va…”, al caballo (blanco, como los cánones exigen) lo monta la muchacha a pelo, pero ella lleva un ligero blusón blanco : pretexto para la imaginación, excusa para que la mente también galope por sus territorios: los del cuerpo hermoso que la imagen muestra, por ejemplo. Los dos caballos son blancos, las dos damas son hermosas, y, sin embargo, en el mito medieval y en el susurro incitador de esta apenas quedada atrás pre-modernidad de los coñac y los campos abiertos y las amazonas de piernas desnudas, ¿no laten acaso unos muy diferentes motivos, unas interiores leyes de impulsos vitales distintos? Mas eso no es aquí el tema, no es eso lo que se busca ahora.
Pues ahora, ¡afuera edades y tiempos y anuncios y caballos blancos, o dunas o secos páramos de la ancha Castilla! Afuera todo eso, y adentro lo que pasa, que es lo que pesa. La muerte, ese irse sin remedio ni saberse nunca a qué viento se ciñe, tocó de pronto, porque sí y sin más, a Lynda Nicholson-Price, esa irrepetible presencia. Y esta modestísima entrada, con sus vaivenes de “ladies” y de amazonas camperas, de mitos y de literaturas míticas, sólo quiere recordar, apenas ida la impar traductora de la poesía de San Juan de la Cruz al inglés, a quien puso en toda la segunda mitad del pasado siglo, en los inicios del que ya vamos numerando.
Que su recuerdo quede en la memoria de todos, como en singular Necrológica (del Diario “El País”) han dejado escrito Lucas Martín y Miguel Martínez-Lage el pasado día 23 de este enero que ya se nos escapa. Sunt lacrimae rerum… Y entiéndase ahora y aquí ese “rerum” no por las cosas físicas y tangibles, sino por el conjunto total de todas las cosas, nosotros mismos entre ellas.
Dejo a la curiosidad del lector “el puente cibernético” a ese artículo que hemos citado del poeta y periodista de La Opinión de Málaga, Lucas Martín, y de M. Martínez-Lage. Es éste:
Lynda Nicholson-Price, musa, poeta y traductora · ELPAÍS.com