Está la tarde entrada en nubes.
Oscura es la hora, los signos son oscuros. Y
nos miran en silencio. Nosotros
callamos, no sabiendo. O puede
que sí sabiendo, y desde el fondo,
el sentido más cabal y escondido
de los signos, ominosos a días, y eternos.
Año tras año, misterio
tras misterio. Ominosos,
Signos, Misterios.
Curiosamente, el texto que acaban ustedes de leer, surge de la lectura de unos cuantos poemas, espigados acá, allá, en la “Poesía Completa” de Catulo. Quien conozca los C.
Valerii Catulli Carmina, esto es, los “Poemas de Cayo Valerio Catulo”, que pueden leerse en la edición bilingüe de Juan Manuel Rodríguez Tobal, – que ha conocido en este 2010 su séptima edición, (la primera es de 1991), en Ediciones Hiperión, S. L.- , quizá se sorprenda.
Pasar de un :
“Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris.
Nescio, sed fieri sentior et excrucior.”
Su traducción, en palabras acomodadas a la versión del citado sabio hecha en Zamora en 1988 y, como él mismo dice en “Nota preliminar”, siguiendo la estela de Aníbal Núñez, de
Agustín García Calvo, sería así :
“Odio y amo. Acaso preguntes por qué yo hago esto.
No lo sé. Mas lo siento y ello me causa dolor.”
Pasar, decía, de eso a un :
“praeterea rictum qualem diffissus in aestu
meientis mulae cunnus habere solet.” /…/,
versos latinos donde se compara la sonrisa de un tal Aemilio con el coño de una mula dilatado por el calor del estío y en el momento de mear, y sonrisa a la que se designa como “rictum”, o sea, un rictus, que viene de un “ringor”, (literalmente, “mostrar los dientes, como un perro”) y no como “risus”, (de “rideo”, reír), es ya todo un síntoma muy elocuente.
Catulo, en sus versos, no dejó títere con cabeza. Agudo y procaz, se ceba con sus enemigos, al tiempo que es tierno y delicado con su Lesbia. O con el “passer” (: “pajarillo”)
de su Lesbia, pajarillo cuya muerte queda así, por obra de la palabra poética, fijada de forma indeleble en el tiempo. O incluso más : fuera ya del tiempo sintiente.
¿Qué, en la aparentemente lejana poesía latina clásica, qué nos puede llegar a despertar tan encontrados sentires? Lo ignoro. Pero el hecho es ése. Para quien esto escribe, hecho incontestable.
¿O acaso hemos de convenir en que el simple estar ante unos textos de larga tradición, recuperados por estudios de eruditos y sabios en lenguas que ya no se usan, o que se usan de modos muy laterales, y textos como los de Cayo Valerio Catulo, es un medio más de que se sirve ese “bosque de símbolos”, que decía el poeta francés, en su constante asedio a nuestra sensibilidad psíquica?
Pudiera ser : no en vano somos seres, los humanos, cuyos cerebros aún se debaten en complejos intentos de crecimiento, en denodados esfuerzos por hacerse más y más con la realidad circunstante. Seres, nosotros, real y verdaderamente asomados a insondables enigmas, a misterios que nos acunan o nos zarandean : como lechos cálidos, como tempestades furiosas.
Sugiero al lector que acuda a la música que compuso Carl Orff, esos (hace años) tan escuchados “Carmina Burana”, y los “Catulli Carmina”. Y es posible que oyendo aquellos fantásticos cánticos corales que recreara el compositor alemán, este llamado “misterio de los signos” ya no lo sea tanto.
La música, aparte de que tal vez amanse, como se dice, a las fieras, es un fabuloso medio de transporte : nos lleva, como en vuelo que sólo notamos al llegar a sucesivos destinos inesperados, a mundos apenas imaginados antes de sentirnos atrapados por ella, por las melodías donde hasta El Tiempo, ese dios, se torna plástico, amable, y en absoluto amenazador, como con harta frecuencia suele hacer.
Creo que los enigmas son la sal y la pimienta de la vida. Nos animan a la búsqueda y con ello a sentirnos vivos. Tú mismo lo calificas de forma poética y muy gráfica: “como lechos cálidos, como tempestades furiosas”. Un placer los textos, siempre.