Palabras iniciales.-
Decía Víctor Hugo que, para Quasimodo, la Catedral de Notre-Dame había sido, de manera gradual y ascendente, “el huevo, el nido, la casa, la patria, el universo”. Puede leerse además, en su “Notre-Dame de París”, que lo mismo que el caparazón para la tortuga, la catedral de la capital de Francia es, para Quasimodo, su caparazón, su rugoso caparazón.
Y es que en un sentido muy real, el hombre se hace a su casa, a su espacio, del mismo modo que la fiera se hace a su cubil, o el pájaro a su nido.
El pintor M. de Vlaminck, un artista autodidacta con influencias de V. Van Gogh y una lúcida pintura, colorista y llena de vitalidad, que suele clasificarse de “fauvista”, escribió hacia 1932 que:
“El bienestar que experimento ante el fuego cuando el mal tiempo se expande y cunde en torno, es en todo “animal”. La rata en su agujero, el conejo en su madriguera, la vaca en el establo deben ser felices como yo.”
Nosotros hemos resaltado la palabra “animal” en el texto citado de Mauricio de Vlaminck : era preciso, o al menos era conveniente. Porque el magnífico razonador que es Gastón Bachelar, en su obra “La Poética del Espacio”, que ahora estamos aquí utilizando como punto de partida, en el capítulo IV, que titula “El Nido” y sobre el que reflexiona, así nos parece que nos invita a hacerlo: conectar, en este punto de la vivienda elegida como morada usual y más propia, personal y segura, al ser humano con el resto de los seres vivos, con el resto de los animales. Con el resto de los animales, sobre todo y muy especialmente.
Escribe G. Bachelar:
“Ya en el mundo de los objetos inertes, el nido recibe una valuación extraordinaria. Se quiere que sea perfecto, que lleve la marca de un instinto muy seguro. /…/ Tomemos de la obra de Ambroise Paré un ejemplo de esa perfección tan ensalzada”.
Escribe Ambroise Paré en su “Le livre des animaux et de l’intelligence de l’homme” esto que sigue :
“La industria y el artificio con que todos los animales hacen su nido, son tan grandes que no es posible mejorarlos, hasta el punto que superan a todos los albañiles, carpinteros y constructores; porque no hay hombre que haya sabido hacer para él y sus hijos un edificio tan pulido como el que estos pequeños animales hacen para ellos, tanto que tenemos un proverbio que dice que los hombres saben hacerlo todo, excepto los nidos de los pájaros.”
Demos un salto. Acudamos ahora a un muy breve verso de un poeta, Noël Arnaud, que dice :
“Je suis l’espace où je suis”, que se debe traducir : “Soy el espacio donde estoy”.
Nos quedemos con esta idea, que habremos de estrujar como si fuera un jugoso limón, sin volver a citarla, pero dando vueltas en torno a ella: hablando de Marguerite Duras, y de ciertas cosas que escribe en su ensayo (pero, ¿es un ensayo?) que se titula “Escribir”.
Porque tendría mucha gracia, sería sumamente irónico, que a través de la “tarea de la escritura”, por medio del oficio, tan desdeñado en nuestra obtusa y a veces también enloquecida sociedad del “nec otium”, (que es la negación del otium latino clásico, del ocio en su sentido más positivo, y que es el germen palabrero del término “negocio”), a través, en suma de la literatura, descubriéramos que la casa del hombre, la verdadera casa del hombre, es el lenguaje. Y dentro del lenguaje, la escritura como creación.
(¿Y qué, si así fuera? Pero…, ¡qué fantástico, qué alto vuelo de pájaro solitario que así sea…!).
Palabras finales.-
Veamos algunos textos, espigados acá y allá, de “Escribir”, de Marguerite Duras.
“En la casa de Neauphle-le-Château lo que importa son las ventanas sobre el jardín y lña carretera de París delante de la cas. La carretera por la que pasan las mujeres de mis libros”.
(Pág. 49. Cito por la edición de Tusquets, 1ª edición, 1994).
“Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará.”
(Pág. 22, edic. cit.)
“Creía haber comprado esta casa aquí en Neauphle también para mis amigos, para recibirles, pero me equivocaba. La había comprado para mí. No lo ha sabido y no lo he dicho hasta ahora.”
(Pág. 28)
“Ese extravío de uno mismo por la casa no es nada voluntario. No decía : “Estoy encerrada aquí todos los días del año”. No lo estaba, decirlo habiera sido falso. Iba a hacer compras, iba al café. Pero al mismo tiempo estaba aquí. El pueblo ya la casa es lo mismo. Y la mesa frente al estanque. Y la tinta negra. Y el papel blanco es lo mismo. Y en lo que a los libros se refiere, no, de pronto, nunca es lo mismo.”
(Pág. 31)
A modo de invitación.-
Tome el lector interesado un libro de esos que se pueden calificar de “gestados desde las lindes de la locura”. Como alguno de F. Kafka, por ejemplo. De Alberto Camus o de Melville, de Tomás de Quincey o algunos largos fragmentos de la “Commedia”, (dicen que “Divina”), del Dante.
No. No es preciso irse a Lovecraft ni la literatura típica del terror, tal vez la menos aterradora de todas las posibles obras inspiradoras de un modo de “horror vacui”, de invencibles miedos de sólo pensar en.
Nos baste con ponernos ante algunas de las cosas que nos asedian a veces, en sueños o en realidades de la vigilia, y que tratamos de escribir (¿para conjurarlas?) o intentamos expulsar del edén ficticio de nuestra mente y memoria: para nunca más pensar en ellas, para jamás tener que enfrentarlas en esos ratos en que caemos en ocios solitarios y nada nos rodea ni acuna, nada nos es casa ni nido mucho menos, salvo, tal vez la escritura. La escritura o puede que la pintura. ¿Estamos o no estamos ante “Casas de Horrores”?
me ha gustado mucho este blog, me parece muy interesante, siento estar dentro de ese nido, es mi casa
El horror seria que nadie reparara en la grandeza del lenguaje, en la belleza que genera la literatura, la pintura y otras tantas artes. Pero afortunadamente siempre habrá personas sensibles que no pueden dejar de percibirla y de mostrarla a todo aquel que quiera escuchar, o mejor dicho, leer.
Gracias por estas reflexiones que nos ayudan a escapar de lo cotidiano y pasar casi de lo «humano» a lo «divino». Un saludo