“Entrar en el mundo de la poesía, en el universo de la literatura, es entrar en un cosmos muy especial. Se diría que auto-suficiente, si no fuera por el aire, si no fuera por el fuego. El aire es la voz, la palabra, y el sentir es el fuego.” La poesía fue primero y ante todo, canto.” Música. “La Música ante todo”, proclamó un gran poeta francés. El sentir es fuego. La visión interior, el mundo visto como recién nacido, eso es ahora el sentir, eso el fuego.
Así comenzábamos, aproximadamente, (: tal como se ha escrito en el párrafo primero), hace unos días, la anterior entrada, y ahora retomamos la idea para seguir discurriendo en otro sentido, pues estamos en un viaje que admite múltiples caminos, aun cuando la meta final sea siempre la misma, el conocimiento de la poesía. La poesía, o un simple poema, puede despertar una conciencia. Pueden originar a veces eso que se llama “estados alterados de la conciencia”, o “conciencia acrecentada”. Hay modos de poesía que son un rapto, una profunda conmoción del espíritu. El poeta y el brujo, en cierto sentido, son primos hermanos, como si hubieran sido amamantados en la misma cuna.
Podemos encontrarnos con poetas como Quevedo, de quien dijo J. L. Borges que era un ejemplo claro de literato, alguien para quien la lengua era, ante todo, un instrumento lógico, y hace por lo tanto una poesía, (se me permita que lo diga así), casi “silogística” en su estructura. Y hay también poetas para quienes el elemento lógico debe ser erradicado de la poesía, pues no es la misión del intelecto, ámbito de la lógica, cantar. Y si hemos de buscar un nítido representante de esta visión y este enfoque del fenómeno poético, en don Antonio Machado tendríamos el caso más claro. Con un muy excelente antecedente : Gustavo Adolfo Bécquer, ambos en nuestras letras, en la lengua castellana, que en la literatura habría que citar a Enrique Heine, alemán, y a Edgardo Allan Poe, norteamericano, por no citar sino a los más cercanos en tantas cosas a Machado, y a Bécquer mismo.
Vamos a ver estas cosas, luego de pasar nuestra memoria sobre el sentido más cabal y amplio de palabras como cultura o poesía: la reflexión sobre el lenguaje que hablamos, el detenerse a considerar los nombres de las cosas, nos predispone a mejor entenderlas y valorarlas. Pero antes de esas precisas reflexiones, antes de esas excursiones al territorio siempre sorprendente del Lenguaje y de las Palabras, no nos vendrá mal leer otro hermoso texto, también sobre el tema amoroso : que ya tendremos ocasión de pensarnos eso que en el título señalamos, los mundos de las diversas Lógicas por las que el ser humano suele regirse en muchas cosas y momentos de la vida, y los mundos de los tan ricos modos de Cánticos como ensaya la Humanidad. Pensemos en el “Cántico Espiritual” que apunta a San Juan de la Cruz, y en ese inmenso poemario, “Cántico”, de don Jorge Guillén. Por no poner más ejemplos. Y vamos ya al texto poético.
“Retornos de lo vivo lejano”, de Rafael Alberti, es un libro de poemas escrito entre los años de 1948 y 1952. Uno de sus poemas, el titulado “Retornos del amor en las arenas”, es el que ahora podemos leer y, cosa bastante usual en la gran poesía castellana del siglo XX, incluso, antes, sobre todo luego del inefable magisterio de Gustavo Adolfo Bécquer, apenas precisa explicación. Léanlo, es un gran poema.
Retornos del amor en las arenas
Esta mañana, amor, tenemos veinte años.
Van voluntariamente lentas, entrelazándose
nuestras sombras descalzas camino de los huertos
que enfrentan los azules del mar con sus verdores.
Tú todavía eres casi la aparecida,
la llegada una tarde sin luz entre dos luces,
cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga,
pensativo, a sabiendas el regreso a su casa.
Tú todavía eres aquella que a mi lado
vas buscando el declive secreto de las dunas,
la ladera recóndita de la arena, el oculto
cañaveral que pone
cortinas a los oáos marineros del viento.
Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando
la alta temperatura de las olas felices,
el corazón del mar ciegamente ascendido,
muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas.
Todo nos mira alegre, después, por las orillas.
Los castillos caídos sus almenas levantan.
Las algas nos ofrecen coronas y las velas,
tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres.
Esta mañana, amor, tenemos veinte años.
Anoto : No busquen en el diccionario la palabra «oáos», en el sintagma que usa Alberti «los oáos marineros del viento». Se trata de una onomatopeya, un término del que se sirve el poeta del Puerto de Santa María para significar el sonido de las ráfagas de viento.
Y otra cosa: adviertan cómo, sin decir gran cosa, el poeta en su texto va insinuando la tarde de amor que los dos jóvenes ( «… tenemos veinte años.») van a culminar entre las dunas de arena de la marina, cerca de los huertos, y cómo, culminado esos arrebatos de amor, todo se contagia de sus estados de ánimo, el de los jóvenes amantes : «Todo nos mira alegre, después, por las orillas». Subrayaría ese «después…», bastante explícito, pero no es preciso.
Bella imagen para definir el sentir, el amor: “…el mundo visto como recién nacido”, donde no cabe temor alguno pues en lo que acaba de nacer sólo cabe la ilusión, un futuro prometedor donde nada de lo que se desea es imposible.
Es verdad lo que dices de la semejanza entre el poeta y el brujo: los dos hechizan. Como también es verdad lo que ya decías en una entrada anterior de que un poema tiene tantas interpretaciones como lectores: en este bello poema de Alberti, en el que a primera lectura parece que el poeta sólo está añorando momentos de amor vividos en su juventud, puede, en una segunda lectura después de leer tu comentario, casi palparse la sensualidad que desprende y que no se queda sólo en el pasado sino que es capaz de impregnar su presente.
Gracias por mostrarnos los caminos. Un saludo