“Y cuando pienso así, dulce es la tumba
donde todos al fin se compenetran
en un mismo fragor;
dulce es la sombra, donde todos se unen
en una cita universal de amor.”
Son versos de César Vallejo. Es la estrofa final de su poema “El Tálamo Eterno”, poema de su libro de 1918, “Los Heraldos Negros”. Comenzaba ese texto con un verso singular : “Sólo al dejar de ser, Amor es fuerte!”
La asociación, ahora, es la de Amor y Muerte, -de Eros y Thánatos-, de lo que Freud llamó “principio del placer” frente al “principio de realidad”, el primero volcado en una búsqueda de alegría y placer, de gozo y eliminación de todo mal, y el segundo regido por el sentimiento del deber y el reconocimiento de ese insalvable final, que es el morir. Tal dúo, placer o Eros, -el Deseo punzante-, frente a la Muerte, Thánatos, es universal.
Está más allá del Mito, está por encima de la propia Historia. Se diría que es algo que llevamos inserto en los genes, desde antes incluso que las modulaciones de la cultura. Porque es la cultura la que nos hace ser plenamente humanos, pero es en la cultura donde nuestra humanidad se reviste de todas sus formas, incluidas ahí las que rechazaríamos: el principio de realidad, el insobornable deber.
Vallejo contempla el terrible binomio desde una perspectiva totalizadora: ahí, estamos todos. La cita con la Muerte es una cita Universal de Amor. Pero esta visión donde se unen los contrarios, Amor y Muerte, y donde el dilema queda resuelto, no es única. Hay también las visiones particulares, aquellas donde se miran las cosas desde la percepción más personal, desde la intuición individual o la experiencia de vida única.
Tal es el caso de Luis Cernuda quien, en un muy singular y casi perfecto poema, une también amor y muerte pero de una manera diferente, ya muy particularizada, aun cuando al final eleve todo el caso a general afirmación : “ El hombre quiere / caer donde el amor fue suyo un día”, nos dice al final de su magnífico poema de amor.
De amor y de muerte. De memoria y de olvido venidero y final. Al fin y al cabo, como ya expresara otro gran conocido de estas páginas nuestras, Charles Baudelaire, “… Plus encor que la Vie, / La Mort nous tient souvent par des liens subtils.”, La Muerte nos aferra con lazos sutiles más aun que la propia Vida, se diría en una traducción -libre- de ese verso en “Semper eadem”, poema de “Las flores del mal”.
Estamos ante lo que se ha llamado la “mística de la muerte y el amor”, y más adelante veremos esas mismas cosas reflejadas en sonetos, los “Sonetos del Amor Oscuro”, de Federico García Lorca. En otra ocasión, más adelante como se ha dicho, pues ahora el poema de Cernuda deberá bastarnos para esta breve incursión en el tema que se aborda aquí de forma muy leve, pero suficiente, esperamos.
He aquí el texto de L. Cernuda:
“Elegía anticipada”
Por la costa del sur, sobre una roca
alta junto a la mar, el cementerio
aquel descansa en codiciable olvido,
y el agua arrulla el sueño del pasado.
Desde el dintel, cerrado entre los muros,
huerto parecería, si no fuese
por las losas, posadas en la hierba
como un poco de nieve que no oprime.
Hay troncos a que asisten fuerza y gracia,
y entre el aire y las hojas buscan nido
pájaros a la sombra de la muerte;
hay paz contemplativa, calma entera.
Si el deseo de alguien que en el tiempo
dócil no halló la vida a sus deseos,
puede cumplirse luego, tras la muerte,
quieres estar allá solo y tranquilo.
Ardido el cuerpo, luego lo que es aire
al aire vaya, y a la tierra el polvo,
por obra del afecto de un amigo,
si un amigo tuviste entre los hombres.
Y no es el silencio solamente,
la quietud del lugar, quien así lleva
tu memoria hacia allá, mas la conciencia
de que tu vida allí tuvo su cima.
Fue en la estación cuando la mar y el cielo
dan una misma luz, la flor es fruto,
y el destino tan pleno que parece
cosa dulce adentrarse por la muerte.
Entonces el amor único quiso
en cuerpo amanecido sonreírte,
esbelto y rubio como espiga al viento.
Tú mirabas tu dicha sin creerla.
Cuando su cetro el día pasa luego
a su amada la noche, aún más hermosa
parece aquella tierra; un dios acaso
vela en eternidad sobre su sueño.
Entre las hojas fuisteis, descuidados
de una presencia intrusa, y ciegamente
un labio hallaba en otro ese embeleso
hijo de la sonrisa y del suspiro.
Al alba el mar pulía vuestros cuerpos,
puros aún, como de piedra oscura;
la música a la noche acariciaba
vuestras almas debajo de aquel chopo.
No fue breve esa dicha. ¿Quién pretende
que la dicha se mida por el tiempo?
Libres vosotros del espacio humano,
del tiempo quebrantasteis las prisiones.
El recuerdo por eso vuelve hoy
al cementerio aquel, al mar, la roca
en la costa del sur : el hombre quiere
caer donde el amor fue suyo un día.
En el texto del poema todo está medido. El título, además de sugerir la idea de una elegía, un canto fúnebre para cuando sea, sugiere un a modo de testamento: es como si pidiera que tras de su muerte, un amigo llevara sus restos a descansar en aquel cementerio donde fuera una vez dueño del amor, entendido aquí como amor físico, erótico fundamentalmente.
Se trata de trece estrofas, que podemos ver como ordenadas, idealmente, en grupos de tres, en cuatro grupos de tres. El primer grupo, canta el lugar. Iría desde el inicio hasta “…calma entera.” Es el “locus”, el espacio, (casi mítico), donde tendrá su marco la acción, el hecho central del poema. El segundo grupo va desde “Si el deseo…”, hasta : “…tuvo allí su cima.” Representa el deseo, el recuerdo, la formulación de su petición, que deja en el aire y en manos de un amigo, si es que un amigo va a tener el poeta entre los hombres. El grupo tercero va desde “Fue en la estación…”, hasta : “…sobre su sueño.” Es el tiempo, el “cuándo” de la acción, que estará expresada en el grupo cuarto y último. Y el grupo cuarto, la acción, va desde “Entre las hojas fuisteis…”, hasta : “…quebrantasteis las prisiones.”
Eso son doce estrofas, como se ha dicho, ordenadas en grupos de tres. Lugar, deseo, tiempo y acción. Y hay una última estrofa, ya no grupo, que retoma lo más ceñido de todo lo dicho antes, y resume, aglutina el texto. Es la estrofa décimo tercera, donde dice lo que ya se destacó al principio: “El hombre quiere / caer donde el amor fue suyo un día.”
Si el lector repara en el vocabulario de cada “parte” o grupo de estrofas, ahí verá la presencia de palabras significando ya tiempo, ya lugar, ya actos…, que se recuerdan o cantan…, etc., todo dando fuerza a la idea de lugar, tiempo,deseo, acción.
La “Elegía anticipada” está en el poemario VIII de “La Realidad y el Deseo”, que se titula “Como quien espera el alba”, escrito entre 1941 y 1944. En ese libro Luis Cernuda se demora en reflexiones, hechas desde los mismos textos poéticos, sobre su vida y su tiempo. Unas veces es “La familia”, crítica muy dura; otras, su propia vida, (en “Apología pro ,vita sua”) y otras, la naturaleza humana, como en “A un poeta futuro”.
Esas reflexiones nos ponen ante la evidencia de un pasar los días entrado en la visión, nada grata aunque ya asumida por él, de una humanidad, a él mismo contemporánea, que no le comprendió y que le hirió profundamente. Era su destino o, ¿es falacia eso del destino? No es el momento de entrar en esas cuestiones. Desde luego, eso es algo complejo, y a veces se hace duro aceptarlo como una especie de falso consuelo: no hay un destino prefijado, y hablar de “es mi destino, es su destino” a posteriori, parece burla o cómoda manera de encajonar lo vivo y siempre cambiante.
De momento, nos quedamos con este canto a un día de amor pleno, que en la vida de Luis Cernuda debió ser eso que llamamos “pájaro en mano”…, ¿no hubo un califa que aseguró, tres de décadas de reinado, que contando sus años no recordaba haber sido feliz más de unos cuantos días en toda su vida? Quizá por eso canta el poeta sevillano ese hecho de su vida, ya desde la distancia que le marcan los acontecimientos, y lo eleva a paradigma de su más feliz momento recordado: el día donde fuera dueño del amor.
Las cuestiones relativas a ese binomio, Amor-Muerte, deberemos dejarlas para más demorado intento. Hasta entonces, pues.
Cuando se espera sus reflexiones literarias, con afán de aprender deleitándose con ella; es motivo para felicitarle por su crítca literaria.Gracias.
«Sólo al dejar de ser, Amor es fuerte!”. Podría decirse por estos poemas que el amor verdadero es infinito, sobrepasa los límites de la vida para continuar en el más allá ( sea lo que sea éste).
Desde luego, con estos poemas sobre el amor y la muerte, parece que se le pierde un poco el miedo a ambos y llena de esperanza a aquellos que han encontrado en su vida amores imposibles.
Es un verdadero placer seguir tus comentarios de estos magníficos poemas, que hacen que cualquier lector no iniciado ( tema abordado por un bloguero en el anterior post) pueda entender lo que el poeta quiere transmitir, y no sólo entenderlo sino también sentirlo. Lo dicho, un placer
Así lo veo yo también. De cuanto merece la pena que dure más allá de las fronteras habituales de la vida, el amor es una de esas cosas. Con la poesía, que es un modo de amor volcado en el lenguaje y en los modos de nombrarlo todo como por vez primera, el amor es duración, vocación de eternidad.
Gracias por el elogio, que no me merezco: sean los autores de los textos que se comentan los que reciban ese premio, que siempre lo es: el grato sentir del lector, la complicidad nunca prevista, siempre nueva y agradable.
Con respecto al miedo: no se debe aceptar el miedo, si acaso, temamos sólo a la tarea mal hecha o por hacer, no a la vida, ni a sus avatares, incluida la muerte entre esos avatares, ¿no?
Gracias, Carmen. Te aseguro que para mí es muy grata tarea esta de leer y comentar lo que se lee. Y un motivo de ánimo saber que pueden otros seguir las sugerencias que a nuestro paso van saliendo.
Es un placer saber que lo que se hace no cae en saco roto. Gracias.