Sentidos del Arte Rupestre (II)

21 Jun

Portada de un libro muy significativo

1.- En la Historia de las Ciencias se puede constatar una serie de hechos, algunos de los cuales acaban por convertirse en tropezones en la misma piedra, de tan reiterados que llegan a ser. Una y otra y otra vez, cada innovación científica, o cada visión novedosa  que se haga de una tema que en sí mismo se preste a controversia por la simple razón de que se trate de alguna cuestión no resuelta de manera definitiva, si se apartan un poco de lo tradicionalmente aceptado, de inmediato cae sobre las teóricas novedades el anatema de turno. Luego, con el tiempo, las cosas vuelven a sus debidos lugares y la realidad se acaba abriendo paso en las mentalidades de todos, tanto los que saben algo, como los que saben mucho y los que poco o nada sepan de la cuestión de que se trate. Es casi una especie de “constante” mental en el ser humano, que a simple vista parece mera inercia, pero que alguna vez me he preguntado si no tendrá que ver con algún tipo,(inconsciente), de “mecanismo (mental) de defensa”.

Desde luego, y ahora desde otra perspectiva, siempre me he planteado la impronta que los tradicionales sistemas de aprendizaje de cosas, desde tiempos inmemoriales, podrían haber dejado en nuestra psique: la enseñanza se transmitía casi en su totalidad de manera memorística, por repetición de historias y mitos, de leyendas y diferentes saberes, en definitiva por transmisión oral. El tan famoso y por lo general infalible “boca a boca” era la base del sistema informativo desde la aurora de los tiempos, que llega hasta nuestros días, por cierto.

Tal y como deducimos, por ejemplo, de esos poemas de don Antonio Machado, (me refiero, en concreto, al V y al VIII de sus “Soledades”), donde casi podemos visualizar a los niños en la escuela repitiendo “…mil veces ciento, cien mil, mil veces mil, un millón”, y casi vemos al maestro, “…un anciano mal vestido, enjuto y seco, que lleva un libro en la mano”, ambas cosas del poema V, Recuerdo Infantil”. Y en el poema VIII se logra “ver” la fuente serena, el agua que canta, y ese coro de niños que “…cantan cuando en coro juegan, y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra…” Y nos planteamos si ante este estado de cosas son o no son muy necesarios los “recordatorios” : antes de los textos, pinturas, por ejemplo. Pinturas que valgan como todo un “textum”.

2.- Nace la llamada “Galaxia Gutenberg” y empieza a fraguarse lo que conocemos como “democracia” de los tiempos modernos. Juan Gutenberg, un herrero nacido en Maguncia, inventa los “tipos móviles”, y los adapta a las prensas de vino, y de ese modo logra superar el modelo de impresión de la llamada xilografía, (inventada por los chinos algunos siglos antes), donde lo que se usaba era la madera, como su propio nombre indica (: el “xileus”, en griego, es el leñador). La imprenta es de mediados del siglo XV.

El gran inconveniente de las prensas de madera o xilográficas era la poca resistencia del material empleado, que obligaba a la constante fabricación de los moldes de impresión. El tipo móvil, ya de hierro, de Juan Gutenberg superaba varios obstáculos al mismo tiempo. Pero esto es ya otra historia.

El paso siguiente lo da la prensa escrita y libre, y a continuación, casi a renglón seguido como quien dice, de nuevo el “boca a boca”: sólo que ahora, con teclado y ratón, con ordenadores, con móviles, con todo el “maremagnum” de la informática.

Ya existe toda una rama de la Lingüística dedicada a la Informática, la Lingüística Computacional, que surge en los Estados Unidos de América hacia 1950, y tiene dos vertientes, una teórica y otra práctica. Esto es también parte de otra historia. Si ustedes tienen en su ordenador algún sistema de traducción simultánea de textos, por ejemplo del inglés o el francés al castellano, podrán comprobar uno de los logros de esa nueva ciencia. Y, de paso, sus todavía rudimentarias traducciones, pues no nos libran de precisar tener una más que mediana idea de las lenguas de las que se traduce, ya que  aún nos dan versiones delirantes de un texto, a poco que éste sea algo complejo. Y, desde luego, la poesía es intraducible.

Bueno, lo será siempre, creo: para la buena salud de la poesía y también de las lenguas mismas en las que se escriben los poemas. ¿Tiene a cambio de esa “buena salud” algún inconveniente? En nuestra sociedad de uso y consumo, de usar y tirar, sí que lo tiene: salvo excepciones, el libro de poemas no admite tiradas de gran número de ejemplares, y no ya porque sea escaso el público lector (de poesía), que eso siempre podría mejorarse y superarse, sino también porque la mayoría de los grandes poemas de una lengua sólo pueden ser realmente leídos, y asumidos y hasta “metidos en la sangre”, en su “lengua-mater”.

Anótese de paso que lo de “la letra con sangre entra” nunca debiera entenderse como que sea necesario que, para enseñar algo, haya que castigar, sino que es absolutamente imprescindible que para aprender algo “nos lo metamos en la propia sangre”, nos “hagamos uno” con la cosa aprendida, que así se convierte en “cosa aprehendida”.

Y es por lo que decíamos de la imposibilidad de traducir la poesía la frecuencia con que vemos textos bilingües de grandes poetas, franceses, ingleses, alemanes, griegos, latinos, etc. : el lector tiene que pasar de la lengua originaria a la versión traducida si quiere de verdad enterarse, lo más y mejor posible, de lo que el poema en su meollo trata de transmitir. En cierto sentido esto ocurre en el seno de otras manifestaciones artísticas, pero el caso de poesía es muy similar al del chiste: muchos chistes sólo son válidos como tales en su lengua originaria. (En esto sigo a Carlos Bousoño, que muy de paso lo toca en su “Teoría de la expresión poética”, aunque en un orden de cosas algo diferente, que ahora no hacen al caso).

3.- El “ibant obscuri sola sub nocte per umbram”, de Virgilio, “comentado” por Jorge Luis Borges, es un buen ejemplo de los que digo: la doble hipálage, y el hipérbaton, son directamente inteligibles para quien algo sepa de estas cosas de la retórica poética, pero la sensación lingüística que sub-yace en los hexámetros latinos de la Eneida, sólo en el propio latín permanece. Es imposible de traducir.

Como sería imposible traducir a otra lengua, (que no sea la propia del “cante jondo”), el “quejío del cantaor”. Lorca, en algún poema, se acerca a ello, pero ni siquiera Lorca se hace inteligible del todo para quien no haya escuchado y vivido, en su interior percepción, el cante mismo.

Todo esto viene a cuento de dos cosas ahora centrales en nuestra perspectiva de lo que estamos tratando: la una, el mundo de la escritura y lo que la escritura representa, y lo que a través de la escritura es posible, (o no lo es), transmitir. Y la otra, como se venía tratando de argumentar, hasta qué punto hay algo de “actualidad” en esas pinturas en techos y paredes de cuevas, pinturas en apariencia tan alejadas de nuestro tiempo y, a la vez, hasta qué punto dichas representaciones gráficas, pictóricas, pueden (o no) hoy “decirnos algo” que tenga que ver realmente con el espíritu mismo de los hombres para quienes estaban destinadas las pinturas rupestres. Porque, desde luego, no éramos nosotros. Por más que algún fantasioso haya podido pensar que la humanidad, en sus albores, se dirigía con sus pinturas de bisontes o caballos o vulvas o danzas o ciervos o chamanes…, a los hombres de la actualidad, no éramos nosotros. Tal hipótesis nunca ha entrado en nuestro abanico de posibles sentidos del arte de las cavernas, conque quede ahí para quienes quieran asumirla.

Si hemos visto que desde un poema del siglo XX, pongo por caso, ya es difícil  pasar “todo” su contenido a otros seres humanos del mismo siglo, y mucho más si no son hablantes expertos de la lengua originaria del texto poético, ¿con qué tipo de dificultades no se irán a topar los arqueólogos y prehistoriadores que traten de enfrentar y explicar el sentido del arte rupestre? Lo ponemos todavía más difícil : ¿es tarea verdaderamente hacedera, o quizá estamos ante una dificultad de muy hondo calado?

La cuestión quizá tenga resquicios que nos la hagan más inteligible, si por ellos, por esas rendijas, podemos colarnos y ver algo de ese mundo pasado que permanece como vivo e intacto de su sentido pleno en los fondos de tantas y tantas cavernas del viejo y del nuevo mundo. Nosotros creemos que uno de esos resquicios está en los nombres mismos de las cosas: dado que muchas veces las palabras son como fósiles, sólo que fósiles vivos y coleando, si atendemos a sus primitivos sentidos y valores a veces tan diversos, quizá podremos entrever algo de luz en medio de tanta oscuridad. Veamos, pues, y vayamos a alguno de esos “fósiles”.

La palabra “escritura” tiene como raíz originaria en muchas lenguas una base lingüística que le viene de las lenguas indoeuropeas, y es SKRIBH-, cuyos valores vamos a enumerar a continuación, y sin salirnos del latín y del griego, aunque leemos donde lo estamos consultando que son muchas más las lenguas donde esta raíz ha dejado sus términos propios.

Los diversos significados que proceden de esa raíz van desde “juicio”, “crimen” pasando por “cernir,” “tamizar”, hasta “discernir”, “distinción”, “separar”, “certificar o hacer cierto”, “decreto”, “criterio”, “juicio”, (ahora en el sentido de opinión, no como antes), “trazar”, “secreto”, “marcar”, escribir.” Las negritas las ponemos nosotros, con intención que quedará un tanto explícita a lo largo de lo que se irá argumentando.

4.- En la raíz de la palabra escritura misma tenemos ya unas variantes de significados que estimo son suficientemente esclarecedores: escribir se asocia tanto a algo “vetado o prohibido”, (: juicio, crimen), como a algo que se hace para “establecer certezas”, (: certificar, hacer cierto), y a algo que “es secreto” pero que se “marca o escribe”. ¿No resulta curioso todo esto? Desde luego, a mí me resulta no sólo curioso, sino también fascinante. Y a la vez, revelador de posibles significados del arte rupestre, ése que se “inscribía” en las paredes de las cavernas, de una manera un tanto “secreta”, y que iba a permitir discernimientos o juicios de certificación de “cosas”, esto es, de asuntos relacionados con la comunidad o comunidades de seres que constituían las tribus primitivas de cazadores y recolectores de hace unos 22.000 años, (y hasta unos 60.000 : esas pinturas de Australia, y otras de épocas con esa magnitud de tiempo que se conocen en Sudáfrica), por lo que hasta ahora se sabe.

En ese sentido, las pinturas rupestres contienen en sí un elemento que considero muy actual, por no decir que plenamente actual : su secretismo, por un lado, y por otro su misión de preservar unos conocimientos, o de rendir un determinado tipo de culto o llamamiento a potenciales poderes daimónicos. Y todo ello con la finalidad no ya de “hacer arte”, sino de establecer criterios y seleccionar individuos capaces de discernir en casos de necesidades imperiosas para el grupo. Esos individuos eran los chamanes, y esos chamanes eran especialistas altamente cualificados no sólo para ese tipo de comunicación con “los del lado de allá”, (los daimones, las fuerzas de la naturaleza deificadas de algún modo, o simplemente los muertos, los antepasados del clan o tribu), sino para pintar escenas y figuras, unas veces muy realistas y otras altamente estilizadas, en condiciones donde sólo verdaderos artistas atléticos, (o muy entrenados), superarían las pruebas de permanecer tiempos indefinidos en posturas difíciles y en situaciones de aislamiento y relativa obscuridad.

Aunque se hayan descubierto restos de estructuras de armazones para estar tumbados cerca de los techos de la caverna, como explican algunos arqueólogos que han comprobado los restos de tales estructuras fabricadas y montadas con la finalidad de llevar a cabo la tarea del lejano pintor de las primeras “capillas sixtinas” de la humanidad, (que por cierto es lo mismo que en su tiempo hizo el propio Miguel Ángel), dicha tarea era propia no sólo de especialistas en su oficio, sino además de individuos con notable resistencia física unida a poderes trans-sensoriales, ya por su propia naturaleza, ya porque la ingesta de determinadas sustancias, como bayas u hongos alucinógenos, (y “enteógenos”), les llevara a “estados alterados de consciencia”, necesarios para la culminación de su labor. Estas cosas ya las estudió E. R. Dodds, y su obra, “Los griegos y lo irracional”, libro de gran interés y muy bien documentado.

No sólo los griegos, sino al parecer todos los pueblos, han tenido y usado, para fines de conocimiento, (cuando no de indagaciones esotéricas), sustancias que alteran la consciencia y que suelen llamarse “enteógenos”, palabra que literalmente viene a decir “entrarse en el dios”, (del griego “en-theós-genos”), en un sentido de traducción libre, que es el que prefiero habitualmente. Salvo excepciones, las citas que hago hoy son “por libre”, al hilo de lo que mi memoria me vaya haciendo recordar.

5.- Tal cosa ha llegado hasta nuestros días: en las novelas de Sir Arthur Conan Doyle, su famoso Sherlock Holmes consume cocaína, y en ocasiones, opio. ¿Que se trata, -podrían decir ustedes-, de un personaje de ficción? Cierto. Pero refleja una realidad de su tiempo y época, realidad que necesariamente nos remite a su propio creador, el escritor Conan Doyle. Y no es ahora el caso de acudir a la larga lista de escritores, poetas, pintores y artistas de nuestro tiempo que se movieron como peces en el agua en los mundos de esas sustancias, desde el alcohol hasta la heroína, pasando por los opiáceos y los hongos alucinógenos, antecedentes del ácido lisérgico producido en laboratorios.

Pero volvamos al arte de las cavernas y a la “escritura” en dicho arte implícita, y acercándonos ya a nuestro objetivo, fijemos la mirada en ese chamán que duerme en el suelo de una gruta, con su bastón “de poder” hincado en el suelo y decorado con su animal totémico particular, una figura de pájaro, y sobre él, que duerme y busca el ensueño, la imagen de un gran bisonte que parece querer embestir.

Antes de seguir: ese chamán no está muerto. Tal interpretación, que escuché hace años un poco al paso en unos comentarios sobre la famosa pintura que alguien hacía en un lejano programa de televisión, del que ni recuerdo la cadena tan siquiera, es absurda. No sólo sabemos o podemos deducir que está vivo, sino además que está durmiendo y sueña, pues que en la pintura de Lascaux se le representa con la erección del pene, típica del que está en un determinado momento del sueño: cuando contempla las escenas oníricas que fueran. En su caso, las que en su práctica chamánica debemos suponer que buscaba y que, o bien podrían ser indagar algo acerca de los próximos o menos próximos recorridos de las manadas de bisontes, o quién sabe si conectar con su daimon personal. O con la ctónica divinidad a la que rindiera tributo, o culto, o en la que simplemente creyera.

Porque una de las cosas que se desprende del arte de las cavernas es el tipo de religiosidad del hombre que dibujó aquellas escenas. Esto ultimo, -lo sé-, será discutible para muchos. Ese tipo de “religiosidad”, -creo-, es lo que hoy llamamos Chamanismo: lo veremos en otro texto, cuando nos ocupemos de un muy interesante libro: “Los chamanes de la prehistoria”, de Jean Clottes y David Lewis-Williams.

En suma: la representación de Lascaux no es, estrictamente hablando, “escritura” en el sentido que la modernidad le da al término, pero en la raíz de la palabra misma, como ya se vio antes, y en el hecho de que a ese conjunto de figuras, (que acabamos de recordar y que pueden ustedes ver ilustrando la anterior entrada de este blog), lo podemos “leer”, no es en absoluto descabellado decir que las pinturas rupestres, entre otras varias cosas que quizá nunca sabremos, pueden ser consideradas como transmisoras de una determinada “historia” o información. Y en ese sentido son lo mismo que textos, sólo que sin la linealidad de grafos que los textos presentan a raíz de la “invención” (¿o mejor paulatino hallazgo?) de la escritura. Estamos, pues, no sólo ante unos hechos innegables, como son las pinturas mismas, y ante unas hipótesis más o menos plausibles, que son algunas de las referidas, sino también ante una cuestión terminológica: según  llamemos a las cosas, así las veremos en nuestra ideación mental. Y esto último creo que es algo digno de reflexión, porque muchas veces, sólo por quedarnos en la cáscara del léxico mal entendido, dañamos el sentido del mundo que nos rodea. La palabra «escribir», y con ella su familia directa, escritura, escrito, etc., tiene una raíz ide., que es SKRIBH- y significa una serie de cosas, (que ya hemos visto antes), y otras que no la relacionan directamente con alfabeto, sino con Textum. Y también vimos, en anterior entrada, o quizá fuera en artículo de colaboración en prensa, que texto, ( textum vale por «tejido»), está relacionado así con la noción de urdimbre, antes que la de disposición lineal de grafos o letras.

Quiero decir con esto que en la mentalidad de los primeros clásicos antiguos que usan el alfabeto debía estar clara la noción de lo que es un texto: una «urdimbre», o sea, un «entre-tejido», que vale para transmitir una serie de ideas o creencias o mitos o saberes…, etc. ¿ No encaja ahí con toda licitud el tipo de » textos pictóricos», (si quieren llamarlos mito-gramas, mejor aún: la palabra » mithos» en griego es «relato», de modo que se re-afirma lo que tratamos de razonar), junto con los textos configurados por signos alfabéticos?

En su origen, el hombre está asumiendo el mundo como un algo donde «todo está en todo» y no como una serie de compartimentos estancos. Somos nosotros, (sobre todo a raíz de la organización en clases para el mejor funcionamiento del poder y de la producción de riqueza que cae bajo el control de unos pocos), nosotros, digo, y no nuestros antepasados lejanos, los que establecemos, en base a nomenclaturas aislantes, divisiones que no favorecen la visión global de las nociones de la materia, la naturaleza, la misma actividad ordinaria y cotidiana de pensar o de soñar. «Ellos», sabían lo que querían, y posiblemente llegaban a intuir al menos la magnitud del mundo donde se movían. Carecían de una “sintaxis de letras”, pero, ¿también carecían de una “sintaxis de figuras”, realistas o abstractas dispuestas como una urdimbre, como un “textum”?

Esto es lo que tenemos ahora que decir: no les faltaba, desde las perspectivas que estamos planteando y a la vista de lo que sabemos que hay ya analizado a este respecto, (como veremos siguiendo a Jean Clottes y D. Lewis-Williams entre otros), la noción de interacción con el entorno en el interior de la caverna. Y de dicha interacción se encargarían básicamente los chamanes, en lo que atañe a las pinturas, y miembros selectos del grupo en lo que a la colocación de pequeños objetos en determinados lugares: no por azar, sino con propósitos que hoy sólo podemos tratar de imaginar. Lo veremos más adelante, en otro abordaje del tema desde otras vertientes colindantes con las que hemos hasta aquí planteado.

2 respuestas a «Sentidos del Arte Rupestre (II)»

  1. Siguiendo tu razonamiento, es lógico pensar que el arte rupestre pueda ser el origen de la escritura. Por otro lado, la explicación del estado de sueño o ensueño en que se encuentra el Chamán en «El sueño del Chamán», es un detalle que no pasa inadvertido. Un saludo

  2. Gracias. Bueno, exactamente de la escritura en su sentido actual, no, puesto que no tiene su alfabeto. Pero sí es un tipo de «texto» que puede «leerse», y en ese sentido lo interpreto. En cuanto al chamán, en un libro de Julia y Derek Parker, titulado «Los sueños» ( Ediciones Folio, S. A. Barcelona, 1987), ya desde el principio (pág. 10) se le representa como «un durmiente de hace 15.000 años». Las cifras en siglos han cambiado, pero la noción de «chamán que duerme», no ha cambiado ni podrá cambiar.
    Personalmente creo que está practicando algo que se llama «incubación de sueños», una técnica antiquísima y muy bien conocida por pueblos de nuestra antigüedad. En el antiguo Egipto el dios «menor» de los sueños era Bes, y existía ya un libro de interpretación de sueños de hace más de 4.000 años, y que se conserva en buena parte. Es un tema de gran interés. Gracias por tu comentario, y un saludo cordial.

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