Palabras como Cuerpos

7 Mar

hombrepensativo

1.- Cogitar

Si la palabra latina “cogitare” procede de una contracción de “cum-agitare” > co-agitare = “llevar el ganado en orden a su redil”,  entonces basta con poner “ideas, pensamientos” donde había ovejas o  cabras (: ganado), y ya tenemos la relación significativa de “poner en orden algo en nuestra mente”. En este caso estaríamos ante un semantismo metaforizante, si se me acepta la expresión. Y, -cosa obvia-, ese “algo en nuestra mente” ahora no pueden ser sino ideas, representadas por palabras. En otros contextos, otras cosas podrían ser ese “algo” : sueños, por ejemplo. Me refiero aquí con la palabra sueños a esas “represetanciones oníricas” a que somos invitados, cada noche, cuando nos quedamos dormidos; con independencia de que al despertar los recordemos o no. Esta cuestión, la de los sueños, y sus relaciones con el lenguaje y con las palabras, será tema de este blog. Más adelante.

Pero sigamos ahora con lo empezado, y veamos de ir más allá todavía: ¿será que lo de “ponerse a contar  ovejas” para dormir lo que viene a significar es que  se practica un “cum-agitare”, (: cada uno con su “ganado o rebaño  mental”), hasta lograr el sueño? Pudiera ser. Cada cual juzgue por sí  mismo. Pero la relación lingüística  es de fiar : no porque yo lo  afirme, sino porque uso fuentes, (obras, libros, personas que me instruyen), fiables: cuando pensamos, (o “cogitamos”), estamos poniendo cierto orden en nuestras ideas, dada una previa acción pensante correcta.

Sea eso como sea, es el caso que en esta palabra tenemos todo un mundo implícito. Dejado de momento el prefijo “cum-”, en ese “agito-agitare” hay una raíz de muy extensos dominios semánticos, si se me permite la expresión. Procede de un radical ide. “AG-O-”, (: se podría representar también como “AY-W-”, donde la Y equivale a la consonante gamma griega, y la W a la vocal omega; griega también), con derivados en una gran cantidad de lenguas, y con valores significativos que van desde conducir hasta pedante, desde abigeo hasta agenda, o desde agonía hasta examen. Axioma, enjambre y embajador, están también en el campo sémico de esa raíz /AG-O/. Con respecto al agito-agitare que ahí arriba hemos destacado se debe marcar que es un frecuentativo del verbo, también latino, “ago-is-agere”. Iterativo o frecuentativo quiere decir que nos referimos a un tipo de acción que se repite, bien por su naturaleza misma, (chatear, picotear, manosear), bien por otros motivos, (cortejar, moquear).

Recordarán muchos el famoso Cogito cartesiano. Ahí está también. Y en este sentido no estará de más aclarar que la traducción al francés del texto latino “cogito, ergo sum”, (que sería je pense, donc je suis), desvirtúa un tanto el carácter iterativo del cogitare latino. Lo mismo que ocurre si se traduce al castellano o español: “pienso, luego existo”. Porque ni en el verbo francés, ni en el español “pensar”, usados así, en primera persona del indicativo singular, está clara la idea iterativa que la gramática asigna al verbo latino “cogitare”. Otra cosa es que René Descartes usara su famosa expresión con ese valor, asunto en el que aquí no entramos. El término cogitar en lengua latina desde luego tiene valor iterativo.

Palabras derivadas de dicha raíz indoeuropea las hubo en lenguas ya perdidas y en muchas aún en danza por estos mundos cogitantes que tan confusos nos traen, (con los vaivenes y las marimorenas de cuatro golfantes desmadrados). Y sabrán algunos aquello que dijo A. Meillet del gran lingüísta alemán Franz Bopp, que “buscó explicar el indoeuropeo y acabó encontrando la lingüística comparada, como Colón buscaba Las Yndias y acabó encontrando América”. Cosas del cogitar, esto es, del andar reuniendo las propias ideas como se reúnen los rebaños por el pastor. ¿Acaso no hacen eso los poetas?  Cogitar, Co- agitar. ¡Qué verbo!

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2.- Sí, pero ¿qué son en realidad las palabras?

“… las palabras son cuerpos que habita la distancia.”

Chantal Maillard, “Hainuwele”, (pá. 43)

En un sentido muy real las cosas que conocemos por la propia  experiencia suelen acomodarse en nuestro ser y a veces hasta reciben  nombres especiales de nosotros mismos: nos hemos hecho “unos y únicos”  con esas cosas. Por el contrario, aquellas que sólo somos capaces de retener en la  mente para, como mucho, repetirlas tal y como las hemos recibido de la  tradición sin hacérnoslas nuestras, nos son en verdad ajenas. Palabras-cosas que no nos pertenecen: lo saben muy bien los grandes poetas y escritores de casta o de raza, desde Faulkner o Cervantes hasta R. L. Stevenson o Bernal Díaz del Castillo.

De este hecho creo que debe nacer la razonable idea de que acordemos en nuestro interior al menos este propósito: hacer nuestros los mundos cuando seamos capaces de nombrarlos con plenitud de potencia anímica o espiritual. Y pasar como extraños por todas aquellas  cosas que no podemos, o no sabemos, o no queremos interiorizar. Y aclaro que en lo de “hacer nuestros” no hay intencionalidad posesiva alguna, sino que se apunta a ese “acto cordial” (de cor-cordis, “corazón”) que nos habilita para empatizar con otros seres y hasta con lugares, sitios, árboles, paisajes e incluso objetos. Por eso antes se ha puesto en letra cursiva el “acordemos”: porque desde ese momento ya estábamos apuntando al acto empático.

El lenguaje, pues, es a la vez un instrumento que usamos, y un medio vital  en donde estamos sumergidos o como entrados en él : para que nos haga y nos moldee. Es por eso quizá que a lo largo de la historia de nuestra cultura se  ha venido oscilando, desde los textos Upanishads o el propio Platón  hasta la actualidad, entre lo que W. M. Urban, en su magnífico  libro ( aquel que ya citamos en anterior entrada de este mismo blog, y que  se titula “Lenguaje y Realidad”), llama valoraciones superiores y  valoraciones inferiores del lenguaje. Dependen del grado de confianza  que una determinada época cultural tenga en la validez representativa  de la palabra. Si se da una “valoración superior” de la palabra, el lenguaje se erige como un coloso del pensamiento. En caso contrario,  se entra en una fase de escepticismo del pensamiento en relación con  su misma expresión por el verbum. W. Marshal Urban lo explica y resume muy bien en el inicio del capítulo primero de su obra:

“La historia de la cultura europea es, consiguientemente, la historia de dos grandes valoraciones opuestas, -la valoración superior y la inferior-, de la Palabra.” Cito de la página 14 de un libro que pasa de las seiscientas.

Para responder a qué sea en realidad la palabra, para acercarnos a una inicial contemplación del misterio que subyace en el lenguaje, habremos de hacer algún que otro leve picoteo en escritos de sabios como Max Müller, Emilio Lledó, A. García Calvo, Emilio Benveniste, José Ángel Valente o el mismísimo Fray Luis de León: En su obra “De los Nombres de Cristo”, como veremos en su momento, está ya bien esbozado, (: en germen, pero con suficiente nitidez), lo que sería, andando el tiempo, el arranque de la moderna Lingüística Contemporánea, esa que nace en el famoso “Cours” de Ferdinand de Saussure, y que los discípulos del maestro ginebrino publicaron en 1916. Habremos, pues, de “co-agitar” debidamente nuestras ideas al respecto, podando acá y expandiéndonos allá, a fin de dejar suficientemente claro lo que se vaya exponiendo.

Y concluyo por hoy:

Caso de que no existiera esa “confianza en la entidad real de la  palabra”, – me pregunto-, ¿existirían, por ejemplo, “cosas” como la Literatura, la  Poesía, tal y como las conocemos? Lo dudo. Acabo de distinguir entre “Literatura” y “Poesía”. Confío en la  prudencia del lector y por lo tanto no entraré a justificar tal distinción. Me limitaré a decir que, para mí, y a salvo grandes obras  excepcionales en prosa, (que por cierto suelen ser además hondamente  poéticas), es la Poesía, la gran Poesía, el grado máximo de lo que  el lenguaje humano puede dar de sí. Pienso en los escritos poético-místicos  de San Juan de la Cruz, en poetas como J. Guillén en “Cántico”, o en  los “Sonetos del amor oscuro” de F. G. Lorca. Por no citar sino a  escritores en lengua castellana y no pasar de tres nombres. Porque añadiría otros muchos, como textos poéticos de J. E. Cirlot, de Chantal Maillard, de César Vallejo. Por no citar, como decía, sino a sólo tres. Y van seis.

2 respuestas a «Palabras como Cuerpos»

  1. Gracias. Pero creo que aún me quedo a las puertas de no pocas cosas. La Lingüística y las ciencias relacionadas con ella, desde la Semiología hasta las Antropologías de diversos cuños tienen eso: que nos desbordan. Y creo que es porque lo que hace uno es, con el lenguaje, estudiar el lenguaje (metalingüística) y desde el ser humano, que es uno, ver de conocer sobre el ser humano. Como si fuera todo una pescadilla que se muerda la cola.
    Gracias por su comentario.

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