Tsunami Verdialic

29 Dic

Si el 4 de diciembre es para muchos un día clave en el reconocimiento de Andalucía como pueblo soberano, que asume su historia, su personalidad y raíces, el 28 de diciembre bien pudiera serlo de Málaga. El día de la fiesta mayor de verdiales. La fecha clave en el almanaque en la que los malagueños pueden apearse del tren de turistificación tremenda en el que vive y detenerse para encontrarse con la ciudad misma. Con su vida y sus realidades.

Los verdiales fueron, son y serán siempre la banda sonora de los malagueños. De todos. Los ricos, los pobres, lo más cultivados y los más llanos. En ellos caben todos. Incluidos los modernos que encuentran en dicha fiesta un santuario de esencias incorruptas.

Una fiesta, un género musical, un estilo y formas que tienen la suerte de residir en nuestra tierra y que, gracias a muy pocos, se mantiene. Y gracias a Dios. Pues son muchas las ocasiones en las que cuesta trabajo llegar a comprender que siga vivo algo que se gestiona de manera “regular” por algunas partes. Los verdiales tienen que volver al sitio en el que estaban. Y lo diré y repetiré siempre que pueda. Es raro verlo en una carpa -salvo que llueva-. Es raro verlos en un lugar tan urbano. Tiene el mismo sentido ver a pandas de verdiales celebrar su fiesta mayor entre casas y calles que ver a la Falange celebrar un congreso en Intxaurrondo. Son cosas que no pegan. No cuadran. Y no costaría ningún trabajo cambiar.

Y si los asuntos de organización, seguridad, etc hacen que sea complicado que se colapse la carretera de un pantano pues habrá que buscar la manera de que se regule y normalice. Pero su lugar debe ser protegido. Como todos los verdiales en conjunto. Y decía que resulta curioso que sigan vivos por eso mismo. Porque no tiene sentido que algo tan rico, bueno, necesario y hermoso tenga tan poca gente arrimando el hombro salvo ellos mismos y unos cuantos más.

¿Os imagináis que los verdiales fueran de Sevilla o Cádiz? Habría mil millones de discos. La gente los defendería a capa y espada. Había calles con nombres de los alcaldes más ilustres. Habría vida en torno a ellos en todos los sectores de la sociedad. Sería un mundo más enriquecido. Pero hay una pregunta mejor.

¿Alguien se imagina qué sería de los verdiales si fueran de Cataluña? Partiendo de la base de que el gracejo por aquellos lugares es algo distinto -por no decir otra cosa- y que las sardanas suenan como muchos patos gritando a la vez y son igual de alegres que los chistes de Eugenio, hay que considerar la realidad de que somos pésimos defensores de lo nuestro en comparación con ellos.

Si tuvieran algo tan extraordinario como los verdiales, con esa riqueza musical, histórica y rítmica, lo tendrían -y por ende tendríamos- hasta en la sopa. En los partidos del Barcelona sonarían verdiales. Sería el himno de la patria e independencia catalana. Su “Tsunami democratic” al compás de los platillos. Pero no es así. Ellos tienen sus cositas que -sin ánimo alguno de comparar- son una verdadera birria en comparación con el patrimonio -de cualquier tipo- que tenemos en Andalucía.

Por eso es llamativo. Por eso hay veces en las que no se entiende bien del todo que no tengan un apoyo institucional de primer nivel siendo lo que son. Un patrimonio enorme que gracias a Dios tuvo el reconocimiento de la Junta como el primer Bien Inmaterial de Interés Cultural de Andalucía.

Así que quizá quepan varias reflexiones. En primer lugar, analizar por qué no defendemos lo nuestro, al menos, con el nivel mínimo que merecen ciertos asuntos por su valía y riqueza cultural. En segundo lugar, entender que la mejor manera de defender algo es quererlo pero bien. Sabiendo sus bondades pero también aquello que es mejorable. Criticando lo que no se haga bien. Y luchando para que el pasotismo o la simple inercia lleven a la fiesta a algo minoritario. Que no dé miedo alzar la voz y plantarse. Que los verdiales vuelvan a su terreno. Y si no se puede aparcar porque no es seguro que se busque la manera de solucionarlo. Pero los verdiales son Mahoma. Y la montaña se ha movido hasta el Puerto de la Torre. Y eso debe cambiar. Y tercer lugar quizá toque celebrar que no estamos tan chalados como en otros lugares. O al menos no lo parecemos. Y vivimos con alegría una fiesta de gran valor sin un chovinismo narcisista, racista y cerrado.

Málaga y sus verdiales son algo abierto. No necesitamos un “Tsunami Verdialic” para creernos que lo que tenemos es bueno pues estamos tan seguros de ello que ahí acaba todo. No necesitamos iconos que defiendan lo indefendible. Nuestro Puigdemont viste sombrero con espejos y cintas de colores con letras hermosas. Se bebe vino de Comares y las niñas bailan con la sencillez que te aporta vivir en paz con la propia vida, tu tierra y la gente que te rodea.

Quizá por eso los verdiales nunca mueran. Porque su casa no tiene techo. Y su sede es un partido de viñas y olivos. Y eso te convierte en el ser más libre del mundo por muchas carpas que ponga el ayuntamiento y por mucho suelo asfaltado que pises mientras suenan los fandangos con la orquestina.

Celebremos Málaga con sus verdiales de fondo. Y brindemos porque, aunque no lo parezca, el poso de la fiesta es corto pero bueno y estable. Por eso hay quien la sigue queriendo y valorando. Y eso tranquiliza. Pues hay gente joven que la quiere, trabaja y defiende. Desde quienes contratan a las pandas para celebrar algo en su negocio, hasta quien la pinta en sus cuadros o quien la lucha, estudia y defiende. Hace poco se pudo ver en la capital la prueba indeleble de lo mucho que se quiere a los verdiales. Y es que en Nerva, un bar de la ciudad, se celebraba una fiesta de aniversario con pandas de verdiales. Y en una mesa disfrutaba Eugenio Chicano, que en paz descanse, quien firmaba un pandero que quedará para la historia. Y tras él, Pepelu Ramos -un pilar de la fiesta- como maestro de la mejor ceremonia posible para nuestra tierra.

Si analizamos esos tres protagonistas aupando la fiesta, podemos dar por hecho que todo irá bien. Y seguiremos oyendo a nuestra tierra a través de la gente que interpreta verdad con unos pocos instrumentos y una voz angosta.

Tiene Málaga una Fiesta que entre todas sobresale, no hay ninguna como ésta que llaman los Verdiales, y es la más antigua y nuestra.

Viva Málaga.

 

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