El pregón que no fue, de la feria que no es.

18 Ago

Cuando algo no es bueno pero el consumidor es educado, se usan mil y un giros para buscarle la fórmula viable que no nos haga verlo como lo que es: algo malo. Con la Feria de Málaga sucede algo similar pues, la cojas por donde la cojas y la analices desde el prisma que sea, te sale a pagar.

No es una feria bien definida, cada año sigue modificando elementos supuestamente claves y resulta poco agradecida con el público local que se compromete con su ciudad.

Al final, por algún motivo que se desconoce, los malagueños no hacemos la feria. No queremos participar de ella ni crearla sino consumirla sin más. Algo así como si al propio Ayuntamiento le pidieran los ciudadanos en masa que les organizaran una fiestecita que para eso les pagan.

La feria de Málaga, si se quiere, se deja probar. Se acaba tragando tras mucho masticar y consigues pasándotelo bien pues, para ello, solamente necesitas la predisposición de quien quiera animarse. Pero, aún así, resulta extraña una feria en la que acabas en un salón de un hotel o en mitad de una plaza pública que se convierte en pegajosa pista de baile con el sudor por bandera y el estilo por los suelos.

La cuestión es que, partiendo de esa pasividad del ciudadano malagueño, se reproducirá continuamente este modelo vacuo de feria poco familiar, sin estilo y convertida en charca pública. Caso distinto sería el que, en esta ciudad, las personas quisieran crear su fiesta, que las casetas familiares y grupales tomaran el Real y que se borrara de la mente ese concepto extraño que se tiene de feria servil a la que estamos acostumbrados.

En las ferias normales no hay conciertos. Las personas oyen música en las casetas y allí acuden grupos a cantar. En las ferias normales las casetas no son subsedes de discotecas, bares, restaurantes o pastelerías de la ciudad pues, para eso, mejor quédate en sus propios negocios y no doblamos gasto energético. Y es que, es evidente, que la de Málaga sigue siendo una feria anormal. O mejor dicho, la de Málaga no es una feria sino un festival extraño. De hecho no vendría mal re bautizarlo. Algo tipo el “Cartojal Chanclas Festival” o algo así.

Pero, al margen de la actitud del personal, es el propio Ayuntamiento el que no concibe que la feria se convierta en tal cosa pues sigue sosteniendo el centro –aunque con cambios- con la consiguiente degradación de la ciudad en un epicentro de lo cutre, lo impersonal y el desmembramiento absoluto de las tradiciones propias de aquí. Una calle Larios desfigurada, charangas impropias de Málaga y puestos de venta ambulante convierten la ciudad en un desastre terrorífico.

Y así, se entiende que el pregón de nuestra feria desapareciera progresivamente hasta darle el rejón de muerte el año en el que decidieron pasar de un pregón elegante en el balcón del Ayuntamiento a un concierto chancletero en la Malagueta. Y hasta nuestros días llegamos donde, tras quemar y quemar cartuchos que rozan lo patético, este año toma las riendas pregoniles una actriz malagueña que habla de manera extraordinaria, transmite lo que considera transmitir y que acaba de recibir un Goya.

Todo estupendo en su vida, su historia y el mundo cinematográfico y de series de televisión.

Pero más allá de eso, esta buena señora hizo lo que sea menos pregonar la Feria de Málaga. No estuvo presente en ningún momento. Se convirtió en una concatenación de episodios memorables del plano personal de Calvo, aliñado con diversas soflamas –con las que puedes estar de acuerdo o no- pero que nada tienen que ver con la feria.

Pero es comprensible pues difícilmente puedas hacer algo digno si nada acompaña. El público, cortito con sifón, esperaba el conciertito para ir sudando el botellón y pasar el trance de lo que llaman pregón y se ha convertido en las palabras teloneras del concierto que abre la feria.

Y así fue un año más. Aunque, por verlo desde el punto positivo, comparado con algunos años pretéritos, podemos estar ante uno de los perfiles menos malos de los últimos años.

Málaga se merece una feria. Y esa feria se merece un pregón. No cinco minutos vacuos de historias personales sobre la ciudad, cuñas sobre la torre del puerto y dos chascarrillos más. Si te llaman para hablar de la feria, por favor, habla de la feria. Y si no sabes qué decir o no tienes nada que opinar al respecto, avisa y di que no lo haces. Pero de lo contrario estarás siendo poco fiel a tus principios de la misma manera en la que yo no lo sería si no escribiera para contar que el pregón no está a la altura de Málaga pero sí de su feria pues a ambos no hay por dónde cogerlos. El pregón, que no fue, de la feria que no es y últimamente nunca ha sido.

Si la ciudad sigue con el conformismo chabacano que la aplasta con losa de toneladas, estaremos avocados al fracaso general como grupo de ciudadanos. Nos reirán las gracias los forasteros porque, al ratito, se marchan a su casa con sus cosas y nos dejan a nosotros la morterá.

Ojalá llegue el día en que alguien recupere el alma del pregón. Ojalá algún día alguien hable de la feria. Bien y mal. Destacando lo positivo y los aspectos que nos pueden llevar a sacar petróleo de ellos para construir una buena feria y no la cosa rara de ahora.

La ciudad no se merece lo que hacen con ella.

Los ciudadanos se merecen todo lo mala que sea su feria pues, todos, somos los responsables de que así sea.

Viva Málaga.

Una respuesta a «El pregón que no fue, de la feria que no es.»

  1. Decirle a Gustavo que no puedo estar más en desacuerdo con su artículo, en lo que se refiere al Pregón de Adelfa.. Realzar los barrios de Málaga donde ella vivió, dudo mucho que no sea una buena manera de realzar los valores y encantos de esta ciudad. Lo hizo con humor, con simpatía y con mucho cariño. Yo no soy de Málaga, pero llevo 33 años aquí y me ha hecho sentir muchos recuerdos. Injusto y poco acertado has estado chaval

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