Agustín Gómez-Raggio

6 Mar

Nacho Raggio
Nacho Raggio

Málaga está a dieta de gente normal que maneje con sus manos pedazos de realidades de la ciudad. Por lo general, se nos ha acostumbrado –y condenado- a obedecer a morsas que babean poder, siendo éste algo anhelado por sus poseedores. Nos falta caché en esta parcela. Y eso, quieran o no, no se compra con dinero.

Es cierto eso de que Málaga no tiene nobleza. Aquí no hay muchos condes, duques o barones. Ahí está la cosa cortita. Pero tenemos una burguesía que, durante décadas, ha constituido un pilar fundamental de la sociedad malacitana.

A día de hoy, cuando la riqueza se mide según cuánto de pobre seas, la ciudad es trajinada de mala manera por figuritas de barro pintadas de dorado.

Por lo general, toda esa burguesía que pintó de blanco la Málaga moderna ha mutado por herencia en malos recortes del pasado con anhelos de grandeza y falta de saldo. Mala suerte. O no. Pues para heredar de buenas maneras hay que cumplir dos requisitos: Que tus creadores valgan la pena y que sepas vivir hoy aún teniendo la marca indeleble del ayer.

Málaga tiene suerte. Y conserva a especímenes valiosos e interesantes que aportan a la ciudad categoría hasta con un apretón de manos. Hoy les hablo de uno de ellos. Se llama José Agustín Gómez-Raggio Carrera.

Su vida tiene lugar en dos Málagas. La de su padre, Carlos Gómez Raggio, y la de su madre, Lola Carrera. Dos Málagas. La del Limonar en verano y la de un piso del centro en invierno. Dos Málagas en un mismo cuerpo.

Por fuera lleva impresa la marca indeleble de Don Carlos. Un señor que pasó por esta ciudad dejando en ella una estela únicamente al alcance de la gente honesta y con personalidad.

Pero su interior es materno. Se nota a la legua que la influencia de su madre, Lola, hizo mella en Agustín. Hasta el punto de haber creado entre ambos un perfil que está en peligro de extinción: el de gente con papeles y pensamiento libre.

Agustín ejerce como abogado aunque su idea inicial era la de formarse en materias literarias. Evidentemente, la mano sabia y responsable de su padre, le hicieron –no sabemos de qué manera ni con cuántas coacciones– que se decantase por el Derecho.

La vida de este caballero únicamente se comprenderá si se entiende la de sus padres. Es la mezcla hecha hombre. Es vivir con el presidente del Club Mediterráneo, con el alcalde en funciones de la ciudad, con uno de los grandes empresarios de Andalucía y con una figura admirada y envidiada por muchos. Bien. Ahora súmenle a su madre. Una persona de inteligencia adelantada que vivía las tradiciones y pisaba a quien despreciara lo transgresor. Era el conservadurismo jugando a la comba con lo añejo. Era estudiar Arte Dramático con sesenta años.

De ahí solamente pueden salir cosas interesantes. Agustín.

Un hombre alto, delgado, que sabe combinar bien los colores y que ha pasado por San Fernando, Madrid, Granada y París –adonde va a coger aire– hasta llegar a su Málaga para quedarse.

El hijo de Lola y Carlos tomó el timón de la gran casa náutica del sur de España. El Club Mediterráneo. El lugar donde su bisabuelo ya participaba y que tiene en la figura de su padre la carta de presentación.

En el año 2009, la situación del Real Club era insostenible en diversos ámbitos incluido el económico. Es en ese momento, en el que Agustín, impulsado por la mirada silenciosa de su padre, quien decide alzarse como Presidente de la entidad.

Tres generaciones que posiblemente finalicen con él y que bien han valido la pena por el simple hecho de observar a Don Carlos disfrutando, poco antes de marchar, con los mandos de Agustín en la nave de La Malagueta.  Pasados los años y su dirección, el hijo de Lola ha revolucionado el club hasta convertirlo en una entidad potente, solvente y que desarrolla en estos momentos uno de los grandes proyectos de la ciudad con la nueva dársena.

Agustín es clásico. Pero lo clásico, para llegar a serlo, tuvo antes que ser moderno e innovador. Hay que saber compaginar y él lo consigue. Hay que saber ser rojo entre las élites y acariciar la rectitud en las marejadas.

Hay que saber divertirse con maratones internacionales o con la fotografía de su hijo Nacho sin dejar de lado la Semana Santa más rancia.

Hay que tener la cabeza muy bien amueblada para asumir que ni en sueños superará lo caminado por sus padres. Y puede que, quizá así, los supere.

Agustín tiene la vida organizada y puede que dentro de no mucho tiempo deje el barco y se centre en su amarre. Y es de Málaga. Muy puro. Porque mira bien a las personas. Porque huele a puerto y a inmensidad azul. Y porque ha entendido a esta ciudad y le persigue la duda de si realmente los malagueños creen en sí mismos. Y no siempre lo tiene claro. Le aturden los espejos en los que nuestra ciudad tiende a mirarse a diario sin ser necesario.

Agustín Gómez-Raggio es una personalidad peculiar. Es el hombre que unió los dos primeros apellidos para que sus hijos tuvieran mayor constancia de quiénes fueron los que los trajeron hasta aquí. Es el hombre al que su madre dedicó un artículo en prensa titulado: Mi hijo, ese demócrata. Es carne de avanzadilla rancia. Pero Agustín los maneja con solvencia.

Si tienen oportunidad, conózcanlo. Compartan unas palabras con el señor que sigue esperando el más mínimo reconocimiento por parte de las autoridades hacia la figura de Don Carlos Gómez Raggio. Hablen con el señor que disfruta de todos los ámbitos de la ciudad aunque no se vea reflejado en quienes los manejan.

Agustín es rico. Mucho. Sin cartera. Sin cuentas corrientes. Es el valor de lo genuino. Y cuando deje sus cargos, todo apunta a que será mucho más complejo dar con él porque navegará por la ciudad siendo feliz y acariciando a su perro. Y pasará desapercibido para muchos. Salvo para ti. Que ya sabes quién es y de dónde viene. Qué suerte tenerlo de paisano.

Viva Málaga.