Tenemos una ciudad hecha con jirones de distintas civilizaciones. Hay pedazos mejores y otros peores. Por lo general, se han esforzado durante mucho tiempo en ir destrozando y aniquilando aquellos pedazos que mayor valor tenían.
Así, si analizamos con cierta quietud qué se ha respetado y qué no, llegamos a la conclusión de que los dos últimos -¿únicos?- ensanches de Málaga son de lo poco que tenemos bien respetado. Maldita sea. Nuestra historia se reduce a décadas.
Por lo general, lo que atraviesa las lindes de la historia contemporánea en nuestra urbe se ha convertido en atrezo. En falserío revestido de historia real pagado con dinero de ése que nos traen desde el OMAU.
Este tipo de actuaciones no son del todo malas. Al fin y al cabo, realizan actuaciones que limpian, dan brillo y color a elementos podridos. Fíjense, por ejemplo, en La Coracha. Lugar mítico, señero y puro del que hoy todos quieren ser fans para demostrar sus conocimientos culturales.
Si bien es cierto que en este espacio se podría haber conservado un pedazo que sirviera de señal de la historia de Málaga, no es menos cierto que se trataba de un espacio deprimido, sin valor alguno y que proyectaba una imagen no positiva de la realidad de una sociedad que vivía en la más pura miseria entre una alcazaba y la falda de un monte.
Es por ello que no siempre todo es rescatable ni todo debe ser conservado, de lo contrario, entraríamos en un síndrome de Diógenes urbanita que diría poco y malo de nosotros.
Pero no todo es Coracha ni Alcazaba levantada hace de nuevo hace pocos años. No. También hay valores útiles y únicos. Y uno de ellos es la Catedral de Málaga.
Hace pocas horas, se hacía público que un grupo de personalidades locales se habían arrejuntado para despertar al personal con el fin de que la SICB recuperara su brillo –No me refiero con lo de brillo a que se devuelva lo robado-.
Bravo. Gente que pide que se cuide el patrimonio. Bien por ellos. Aunque al leer ciertos argumentos, uno se echa a temblar y es que arreglar entre todos la casa de unos pocos es ciertamente raro.
El gran templo de nuestra ciudad, en palabras de los agrupados, está “enfermo” y debe ser reparado definitivamente con la ayuda de todos. El Obispado, las empresas, los ciudadanos, el Ayuntamiento, La Junta, José Luis Moreno, Rafa Nadal, Batman, SuperMan, Mortadelo y Filemón, Conan el bárbaro…TODO EL MUNDO ARREGLANDO LA CATEDRAL. ¡TODOS CON EL PALUSTRE! –puede que estos últimos personajes sean fruto de la imaginación del escritor-.
Parece buena idea. Pero resulta compleja pues no hay necesidad de que vengan de fuera a decirnos lo que debemos hacer dentro. Y no hay necesidad porque dentro hay quien debiera estar haciéndolo y no lo hace.
No es tiempo de buscar las cosquillas a la iglesia pues hay quien rasca donde no es y acaba haciendo daño sin generar frutos. Pero dicha realidad es compatible con que no tiene perdón de Dios, nunca mejor dicho, que bien de tales características se mantenga en unas condiciones tan limitadas. Dinero hay. De sobra. Y gente para que se mantenga también. Hay incluso donantes que sufragarían los gastos en un pis pas. Pero sin limosnas por favor.
No es de recibo que una organización, por muy buenos que sean sus fines, plantee la posibilidad de que si 1,6 millones de personas pone un euro se podría acabar la torre de la Catedral. Barbaridad suprema. De mal gusto. Incluso podría ser hasta pecado plantear eso a día de hoy. Pero muchas veces la idea de ser ricos en patrimonio nos ciega y no nos deja ver la realidad de donde vivimos.
Claro que quiero una Catedral arreglada y terminada. Y con terminada no me refiero únicamente a su torre, sino a la ejecución total del proyecto originario.
Y claro que quiero rejas abiertas, y oros y museos y taquillas y gente y servicios y a los mejores organistas del mundo tocando cada domingo cuando voy a misa. Y que el agua bendita sea mineral. Pero no. No es necesario. Ni posible. Ni sensato.
No es momento de arreglar catedrales. Y si se caen a pedazos será por algo. Y ahí es donde habría que ir a poner cimientos nuevos. En el lugar donde se sitúan los valores de una casa que se resquebraja en ciertos momentos.
Hace menos de cinco años se hizo una gran obra aplaudida por todos que de nada ha servido. Y alguien habrá cobrado por ella. Y alguien habrá pagado por ella. ¿Si fuera en tu casa no reclamarías? Hagan lo mismo aquí. Es cuestión de sensatez.
Nuestra Catedral está enferma. Dicen que moribunda. Yo diría que no, aunque a tenor de la media de edad de quienes acuden cada Domingo, diría que en unas cuantas décadas allí quedaremos cuatro. O ninguno.
Sí que está enferma sí. Y tanto es así que está comenzando a contagiar a gente.
Estas buenas personas luchan por algo bueno y positivo. Pero a día de hoy reclamar dinero a la ciudadanía para reparar una iglesia está al mismo nivel que pedirle un cargador de iPhone a un negrito de Burundi.
Y si se cae la Catedral pues que se caiga. Ya iremos a ver quién ha tenido la culpa. Yo ya lo sé y aún no se ha caído. Ni lo hará. Y se librará del mal rato.
Viva Málaga.