Resulta que ayer Pablo se levantó temprano como viene siendo habitual en él. Se puso la camiseta de rayas, el pantaloncito suelto y las alpargatas. Y a la calle que se fue. A dar su paseo por Málaga.
Bajó las escaleras del bloque donde vive en la plaza de la Merced, abrió el portal y vio la luz. Sintió el calor de la luz única de Málaga y sin bajar la mirada caminó unos pasos. Sentía cómo recibía la energía que la ciudad transmite gracias al clima tan estupendo. Caminaba y casi flotaba al sentirse tan afortunado por vivir en….plas!!! Sillazo en la rodilla. Pablo, sin darse cuenta –hace tiempo que anda liadillo y no sale mucho a la calle- se acababa de tropezar con una mesa, unas sillas y una sombrilla de publicidad justo en la puerta de su casa.
Cabreo monumental el de Pablo. ¿Pero esto qué es? Si está todo lleno de veladores!!! Los señores sentados en la mesa en vez de sentirse ofendidos se comportan de manera extraña en un principio y seguidamente comienzan a aplaudirle, hacerle fotos y darle abrazos.
Pablo huye. Dando chancletazos camina por la plaza de la Merced. Mira al suelo… los árboles…y para a un joven. -¿Oiga y los árboles que había aquí antes? ¿Y los bancos? ¿Y el albero? El muchacho directamente lo toma por loco y continúa su caminar. Fite er chalao perdío.
No entiende nada. Se queda extrañado y no reconoce el lugar. A su izquierda un edificio en ruinas. A su derecha una plaza seca. Pavimentada y sin vida.
Se pone nervioso. Baja diligente hasta el Café Central. A por dos churros y un café. Iba con su padre desde chico. Está acostumbrado al lugar y allí al menos se parapeta de los cambios.
Se sienta en una mesa de dentro. Busca a la señora de los baños con la mirada pero no está. Qué raro está esto. Una tele… y no está la charcutería. A su lado, un hombre convertido en salmonete por el sol se está comiendo una paella cocinada a quinientos kilómetros. A su derecha, una familia desayuna alubias y beicon.
Pablo se pone colorado. Mira los cuadros que hay colgados con las imágenes de la plaza. Con su sonajero y su vida. Con los señores de la filatelia los domingos y con los de las almendras sin polos identificativos de “almendreros” para cumplir las normativas.
Se levanta y se va. No lo aguanta. ¡Vamos hombre!
Nota que ha cambiado todo. Mejor se aparta del bullicio. A ver si en la casa de Cánovas hay alguien. Su padre era un asiduo del lugar y quiere ver qué hay por allí. Por el camino atraviesa calles oscuras y sucias del centro. Queda poco de lo que antes había. Pasa por la casa donde vivió Juan Breva. Hay un solar.
Llega a la calle de Cánovas. Se tiene que apoyar en un muro. No ha cambiado nada. Todo está igual. Pero derruido. Destrozado y abandonado. Pablo se ahoga. ¿Pero bueno esto qué es?
Va dando tumbos y se marea. No entiende nada. Vuelve al centro. Y conforme se fija con detalle en los lugares se da cuenta que su nombre está en muchos sitios. En productos de comercios para extranjeros. De esos de los que huía hace un rato.
Y mientras se suceden los devaneos mentales, alguien le coge el brazo. Se da la vuelta y reconoce a la persona –Hombre Enrique!!! Qué alegría conocerte!! Me han dicho que me has seguido mucho… –Hola Pablo hijo mío, ¿qué te pasa que te veo malico? –Pues ya ves. Que estoy que no me reconozco en este sitio hijo mío. En mi casa. No comprendo qué está pasando y me agobia todo mucho. Me he visto en catorce kioscos pero aquí nadie hace nada de lo que yo quería transmitir.
Ahí en San Agustín me han puesto un edificio estupendo que estaba hecho polvo. Hay cosillas mías y está bien pero vamos que no se mueve mucho la cosa. No sé… Eso sí, mi nombre por tos laos. En fin… ¿Y tú qué? –Pos ná, recién llegado a esto y aún no me aclaro. Eso sí, está aquí media España. Digo la de gente… todo el mundo muy simpático y diciéndome: Que te esperábamos! Que te esperábamos! Y yo les digo que ya me podrían haber esperado un poco más tarde pero bueno. Qué le vamos a hacer. Y he venido de Graná para ver a la niña pobretica que está mu triste. Y resulta que llego al centro y me salta una con un vestío de flamenca de los años 80 diciéndome que si quiero ir a un museo del flamenco. Que hay chous. Chous de treinta minutos. –jeje Enrique, treinta minutos es lo que yo tardo en vestirme. Debe ser muy real.. Por cierto…¿Qué peste no? –Sí que lo noto Pablo.
Se acercaba un grupo de personas. Muy retocadas y con ropa llamativa. –Hombre, mira quién viene por allí. Los políticos.
Un grupo de “responsables municipales, autonómicos y nacionales” se acercan a Enrique y Pablo.
-Buenas tardes señores. Es para nosotros un honor que nos acompañen al acto de presentación del nuevo proyecto multidisciplinar de cultura dentro del programa marco de la Unión Europea para el desarrollo de la cultura a través de talleres formativos que incrementen el interés de la juventud por la cultura y el arte. En especial el vuestro. Se llama “Bulerías picassianas en la Málaga de los noventa”.
La inversión ha sido de cuatrocientos cincuenta y nueve millones de euros ya que hemos tenido que invertir en cartulinas, rotuladores y dos televisores.
Nada más acabar de hablar, Pablo da un paso firme al frente, con las alpargatas y la camisa vieja, mira a los ojos al político y le dice: Gentuza como vosotros, cada vez que habláis de cultura en Málaga teniéndola como la tenéis, no hacéis sino burlaros de gente como nosotros. Se os caerá la cara de vergüenza. Se os caerá.
-Vámonos Enrique!!
Y ambos, muy despacito, caminaron calle abajo dejando a la piara con cara de no haber entendido nada. Al menos la arenga que les había soltado, los dejó un tiempo callados. Eso ya es un avance.
-Pablo.
-Dime Enrique.
-¿Un floresté en la casa er guardia pa el sofoco?
-Y dos…
-Vámonos pallá.
Viva Málaga.
Ahí está er tío. Genial.
¿Cómo lo haces? Enhorabuena Gonzalo.
toma ya, pedazo artículo, me ha gustado MUCHO, MUCHO.