La prosa periodística es urgente, aunque no efímera. Este periódico de hoy, que se escribió ayer, mañana dejará de ser actualidad, pero, pasados los años, las décadas y los siglos, será historia; un material imprescindible de referencia que en hemerotecas físicas o virtuales servirá para que las próximas generaciones construyan la memoria del pasado y puedan entender su presente, en simples lecturas curiosas o sintetizando la información a objeto de redactar ensayos o novelas.
En el siglo XXII o XXIII, alguien visitará estas páginas con el interés de conocer los avatares de sus antepasados y recrear la atmósfera de su época; La Opinión de Málaga será para él, para ellos, lo que a mí La Unión Mercantil, El avisador malagueño y otras publicaciones del siglo XIX, que documentan, mejor que ningún medio con exactitud, la cotidianidad ciudadana, el pulso vivo y directo de los días.
Decía Antonio Muñoz Molina que un colaborador, artículo a artículo, va escribiendo una novela sigilosa, pero no son sólo los articulistas quienes la van componiendo, sino también los redactores, los cronistas, los fotógrafos, los maquetadores…Todo el equipo, en fin, de un periódico hace posible que cada ejemplar sea la nueva entrega de una novela infinita, en la que está implicada el común de los seres humanos: una novela que cuenta, además, con el encanto, la ventaja y el atractivo de estar escrita por muchas manos, lo que implica diversos puntos de vista y posibilita, dada tal diversidad, crearse un criterio propio.
Un periódico que no admite la diversidad de opiniones no es periódico sino mera propaganda; La Opinión de Málaga, ya desde su propio nombre, que es una declaración de intenciones, nació con vocación de pluralidad, o sea, netamente periodística en 1999 y, muy significativamente, en la renovadora estación de la primavera; el señuelo de las letras blancas sobre el fondo verde apuntaba a un deseo de esperanza y renovación, como lo exigía la irrupción de un nuevo siglo. Eso, para algunos, fue una temeridad, pues tenían la idea de que el 2.000 traería el fin del mundo.
Y bien, no era la primera vez que los malagueños sobrevivían a un fin del mundo. Ese tipo de hecatombe ya se había pronosticado para 1885 por el falsario padre José en Tolox con el resultado de la detención por escándalo público de sus iluminados, que desnudos y embriagados bailaban alrededor de una hoguera; “los encuerichis”.
En 1999, los agoreros tuvieron, sin embargo, mucho menor predicamento; el Málaga C.F. acababa de subir a Primera y no era cosa de perderse por ninguna fatalidad la próxima temporada.
Por aquellos días de finales de mayo, yo enfilaba la calle Larios, por donde aún transitaban los coches, con dirección a calle Granada, donde estaba la flamante sede de La Opinión de Málaga. Unos pasos antes de llegar a mi destino, dejaba a la derecha el edificio ruinoso del Cine Echegaray, donde las entradas salían más baratas, pues comentaban que la visita de alguna rata podía amenizarte durante la proyección.
Algo nerviosa franqueé la puerta del nuevo periódico y pregunté por el director, don Joaquín Marín, con quien tenía cita. Yo ya había escrito muchos artículos. Algunos, más bien, la mayoría, estaban ocultos en el altillo de mi armario (de donde espero que nunca salgan) y otros los publiqué en Sur como colaboraciones. Era una aficionada muy entusiasta, pero, sin duda, con más entusiasmo que pericia.
Joaquín Marín no me hizo esperar, era un hombre decidido que no gustaba de malgastar ni un minuto de su tiempo. Frente a frente, en su despacho, tras un breve saludo cordial, me dirigió una de sus miradas avasalladoras y fue al grano, como era su costumbre:
-He leído cosas tuyas y no están tan mal.
Eso, desde luego, no sonaba a piropo, ni tampoco lo pretendía. Joaquín sabía que lo mejor para estimular a un principiante no era la lisonja; que yo lucharía para poder mejorar ese juicio y llegar del “no tan mal” al “bien” o al “muy bien”. Debo decir, a su favor y en mi beneficio, que eso llevó su tiempo. Mal maestro es el poco exigente.
Luego volvió a lanzarme otra de sus miradas penetrantes y me preguntó:
-¿Estarías dispuesta a escribir una columna cada semana?
Respondí que sí inmediatamente. La duda me ofendía. Entonces una columna semanal me parecía muy poco. Creía que tenía muchas cosas importantes que decir y que las podía decir a diario. Tenía, desde luego, la arrogancia ignorante de los inexpertos.
Después de veinte años, puedo decir que un compromiso semanal no es cosa baladí, que requiere un gran esfuerzo, si no se quiere bajar el nivel. Eso me hace admirar muchísimo y darle título de heroicos a los compañeros que escriben a diario; que hacen la doble tarea de estar al cabo de las últimas noticias y comentarlas, además, con talento. Si lo logran ¿qué le consagran a su vida personal? ¿de verdad se puede hacer algo más a lo largo del día?
El periodista es vocacional o no lo es. Sólo una vocación importante justifica esa esclavitud al compromiso, que es estar encadenado a la actualidad día y noche ¿merece eso la pena?
De un modo del todo egoísta tengo que decir que sí. Los periodistas no sólo son necesarios para los lectores actuales, sino también para los lectores futuros. Por eso me parece inexacto que se diga que crean prosa fugaz, cuando están construyendo historia; documentos, sin duda, imprescindibles.
He visto con mucha emoción en la edición extraordinaria del 31 de marzo las portadas de estos 20 años de La Opinión de Málaga. El periódico ha sido un fiel portavoz del siglo XXI a nivel nacional e internacional, y también ha participado en el indiscutible progreso de la ciudad.
No se apostaba mucho en 1999 por este periódico ni por el nuevo siglo ni tampoco por la ciudad en el nuevo siglo y menos por un alcalde que decían que sería de tránsito, y, sin embargo ha sido hasta hoy una pieza clave para Málaga en el florecer como destino turístico de preferencia. Los extranjeros ya no vienen de paso hacia la Costa del Sol; se quedan y, si el tiempo no contribuye, visitan los museos, pasean por un centro histórico atractivo y restaurado, se alojan en bonitos hoteles y comen en prestigiados restaurantes. También en el puerto, que ya no es coto cerrado.
Málaga 1999-Málaga 2019. Quedan muchas cosas por hacer, pero sería de necios decir que no hemos mejorado. Hemos visto nacer centros culturales, Centro Andaluz de las Letras, La Térmica, Casa Gerald Brenan y pasar otros a mejor situación (el Ateneo de calle Ramos Marín a la Escuela de Bellas Artes de San Telmo en plaza de la Constitución).
Ya no hay vuelta atrás. Hay que mejorar más aún y contarlo en La Opinión de Málaga.