El silencio. Es difícil discernir por qué hay mujeres que padecen la violencia de género y nunca llegan a denunciar su situación, cómo es que intentan normalizar una convivencia (¿convivencia?) que se basa en la continua agresión y siguen sonriendo a la cámara como si nada hasta que un día, de modo inexplicable, aparecen muertas, para sumar una nueva cifra en la gruesa lista de bajas que se cobra este modo brutal de genocidio. O ni siquiera eso, ya que algunas se quitarán la vida por propia mano, al no poder tolerar más la situación, y su fallecimiento será registrado como suicidio ¿Acaso nos hemos parado a pensar cuántos asesinatos encubren los suicidios? ¿No es tal vez una manera de matar privar a las personas de las ganas de vivir a base de torturas físicas o psíquicas, cuando a ello se aplican todas las maliciosas artes propias de una mente perversa? ¿Y cuántas mentes perversas no hay pululando bajo el envoltorio de ciudadanos, en apariencia, amables e incluso intachables? Muchas más de las que podamos imaginar, si contamos a toda esa gente que, disfrazada con pseudónimos, dedica su tiempo libre a atormentar con su odio a otros en las redes. El lado oscuro del ser humano ha encontrado una herramienta de primer orden para desinhibirse; el permitido anonimato en las redes.
Pero estas mujeres de las que hablamos sí conocen a su agresor, cohabitan con él y tienen la posibilidad de denunciarlo con nombre y apellidos en una comisaría ¿por qué no lo hacen? nos preguntamos a veces, culpándolas de cobardía, sin calibrar cuál es el alcance de su miedo y hasta qué punto está justificado, porque sólo cuando se comparte ese mismo terror se puede llegar a comprender su silencio.
Digo esto, después de dar muchas vueltas al asunto; de haberme pensado una y mil veces si escribiría este artículo y me atrevería a publicarlo. Muchas veces maquillamos de prudencia lo que es sólo miedo por temor añadido a que nuestras declaraciones puedan agravar más nuestra situación y sólo nos decidimos a romper el silencio cuando la sensación de peligro ha desbordado cualquier límite; éste es el caso.
Como muchas otras personas, me he acostumbrado a fingir: a convivir con el pánico en silencio como si se tratase de unas almorranas, a silenciar el sufrimiento como si fuese una lacra y comparecer como persona divertida y jovial. Todos queremos ser fuertes y no figurar como víctimas. Se nos figura que, en ello, está en juego nuestro honor, nuestra dignidad y nuestra imagen pública. Los fuertes son admirados, los débiles, no. Admitir la debilidad es hacerse aún más vulnerable; es la ley que hemos aprendido por educación y por observación del medio y se observa hasta que no se puede más, pero si uno es juicioso, al final, declina y admite que necesita ayuda.
Me resulta muy difícil hacerlo; soy una persona orgullosa y me he atrincherado en una postura de suficiencia, sin embargo, amo la vida por encima de todo y no tengo la menor intención de sacrificarla por una estúpida arrogancia.
Os pido ayuda y no sólo en mi nombre, sino en el de muchas mujeres que padecen mi misma situación; las profesoras. Según sondeos, un 84% de las profesoras andaluzas han sufrido agresiones verbales e incluso físicas, mayormente de alumnos varones, esto también es violencia machista. La cuestión es que muchas estudiamos un temario completo para las oposiciones, pero no encontramos el tema en el que se explicaba cómo defenderse de un alumno que, de buenas a primeras, se encabrita y te levanta el puño, como posiblemente hacen también a su madre. Perdón, no soy madre, no sé lo que es vivir tal situación, como tampoco sé lo que es convivir con un marido maltratador. Si alguna vez tuve un novio que me levantó la voz, lo eché inmediatamente de casa y lo puse a dormir en las escaleras. Reconozco que nunca he tolerado el machismo ni me he sometido a su yugo, en eso me falta experiencia. Por eso, quizás he frivolizado con el tema, pues no he comprendido cómo se puede soportar la violencia masculina por obligación. Ahora sí, lamentablemente, sí, pues lo he sufrido por motivos laborales. En fin, desde que terminé la carrera, mi deseo más ferviente era encontrar un trabajo para ser independiente y no tener que someterme a la tiranía de un marido, ¿cómo podía yo imaginarme que esa violencia tendría que soportarla de un modo u otro? No es que me haya acobardado fácilmente, eso no, si un alumno me gritó, por musculado que estuviese, lo afronté sin perder la calma, así he mantenido mi dignidad durante muchos años, no obstante, es imposible merecer respeto, cuando contra un alumno que te grita y te insulta ante la presencia incluso de una directiva, se adoptan medidas tibias o ninguna.
Perdón, he soportado esos gritos sin denunciar, pues todo me hacía pensar que no se podía hacer nada. Los menores están protegidos por la ley, aunque te saquen dos cabezas y tengan el tórax de Rambo. He soportado también gritos de compañeros, que sí eran mayores de edad, pero tampoco eso era denunciable. Había que comprender que ése era su tono de voz, que sólo se comportaban de un modo espontáneo. En definitiva, he tolerado mucho más allá de lo tolerable y ahora estoy del todo saturada. Siempre pensé que tenía que callar, porque todavía me podía pasar algo peor, pero lo peor ya me ha pasado. Un alumno me amenazó de muerte hace ya un año, porque sí, porque tuvo un mal día y todo eso. Se observó un protocolo al respecto, pero en ese protocolo, no se contempló que me pidiese disculpas.
He pedido traslado de mi centro definitivo y, como no obtuve plaza, pedí después un desplazamiento provisional, sin resultado. Si no se remedía esta situación, volveré a trabajar en el mismo centro, donde ese alumno dijo que me mataría ¿Son estas las condiciones más favorables para trabajar? ¿De verdad? ¿Acaso me he vuelto timorata?
Pues sí, ahora temo, y no me causa rubor pedir ayuda. De ninguna manera, quiero que, si me pasa algo, como puede ocurrir, se contemple como un caso aislado y que se siga esta sinrazón con más incidentes de lo mismo. Por favor, basta ya.
Para no acabar como aquel héroe
mejor recabar ayuda
antes que la Justicia quede muda
sin que nadie lo remedie
ni pare los pies a esos manes
antiguos como villanos
guiados por unas manos
inútiles e inanes…
Ánimo Lola, aquí estamos…