Viajar en pareja

7 Jul

Parejas. Parejas que desayunan en la terraza de un bar a una hora tardía que casi linda la hora del aperitivo, como es costumbre en el verano de noches cortas pero intensas. El trasnoche es una necesidad del alma cuando trae la fresquita perfumada de jazmines y damas de noche.

Toca entonces que los muchachos se duchen y acicalen para irse de parranda. y, en los barrios, las vecinas saquen a la puerta las sillas plegables, prolongando la charla hasta bien entrada la madrugada

Las doce del mediodía y los camareros sirven café con leche a muchos clientes que aún llevan pegadas a los lagrimales las legañas. El clientelado es variopinto; hay extranjeros, jubilados, trabajadores en pose de pausa y, entre ellos, una pareja que discute sobre un posible viaje. Los viajes son para el verano. Lo dicen las páginas publicitarias del periódico y esos tropecientos email que invaden el correo electrónico con ofertas cada vez más imperativas: “¡Haz las maletas ya!” “Este verano no te quedes en casa” “Nosécuantos miles de destinos te están esperando”. No sé vosotros, pero desde que los viajes se han vuelto urgentes, imprescindibles y, en suma, obligatorios, me apetecen menos. Tengo yo como principio que la obligación y el placer son difícilmente compaginables, y menos aún si en la cosa actúa la urgencia. Precisamente el mayor placer que ofrece el verano es el de abandonar las prisas.

Con el café en el cuerpo y el sol sobre las cabezas, la discusión de la pareja se acalora.

La mujer quiere viajar, el hombre busca miles de argumentos para no hacerlo. ¿A qué irse de viaje ahora que los precios se disparan? ¿A qué aguardar en largas colas la facturación con los aeropuertos colapsados de turistas? Ningún destino de interés puede ser muy interesante cuando andan todos masificados por estas fechas. Y, a fin de cuentas,  nena,  si nosotros ya tenemos el privilegio de vivir en esta ciudad a la que acudirán viajeros como moscas a la miel, si en ella tenemos casa propia ¿por qué no quedarse aquí y disfrutarla a coste mínimo?

Decía Prosper Mérimée que las mujeres son como los gatos, pero más bien habría que decir que el hombre es como el gato. Y como el gato marca su propio territorio, una zona de confort, de la que es difícil sacarlo, a no ser que se le imponga la escapadita de rigor, propia del celo. Resuelto el celo, se vuelven a replegar a su plaza ganada y segura.

La mujer, en cambio, que casi siempre lleva dentro a una pequeña Madame Bovary, sueña con la llegada del hombre aventurero como Bradamante se enamoraba de Agilulfo, “el caballero inexistente”.Y  ya se ve como Meryl Streep con Robert Redford en “Memorias de África” o como Linda Kozlowsky con Paul Hogan en “Cocodrilo Dundee” o como Kathleen Turner con Michael Douglas en “Tras el corazón verde”.

A ello ha contribuido la ilusión que recrea el cine, que no es más que eso; una ilusión. Pongamos que Robert Redford era Denis Finch-Hatton en “Memorias de África”, pero en su casa seguro que era otra cosa; un abonado a sumergirse en la superficie mullida del sofá, entre el ajetreo de rodaje y rodaje, que no verá  más leones e iguanas que los que salgan en el documental de la televisión.

La chica vuelve a insistir. Sueña con playas salvajes, con islas desiertas, como si algún rincón del planeta aún permaneciese virgen y pudiese pasar desapercibido al especulador turístico. O como si no hubiese escuchado las palabras del experto viajero, Javier Reverte. Según él, una pareja que convive una semana en una isla desierta, lo más seguro es que acabe matándose.

Nada que cuestionar a la capacidad del hombre para viajar. Pongamos que, desde el principio de los tiempos, ha habido grandes viajeros como Marco Polo o Juan Sebastián Elcano o Cristóbal Colón. Como Miguel de la Quadra- Salcedo o Félix Rodríguez de la Fuente o incluso José Antonio Labordeta que viajaba con un país en la mochila, pero es de notar que no lo hacían nunca con su señora.

Tampoco Ulises que es el viajero emblemático de todos los tiempos, quien, después de su errar por todos los mares contra la cólera del airado Poseidón, al terminar su Odisea y regresar junto a su amada esposa Penélope, imaginamos que se dio por fin a la vida calma y sedentaria en su casa, ya despejada de pretendientes gorrones.

Javier Rodríguez Barranco que ha publicado dos volúmenes “El mundo por sombrero” (Ed, Azimut) donde ofrece sus impresiones sobre su viaje alrededor del mundo, entiende también que el viaje debe hacerse en solitario.

Otra cosa es que haya encuentros por el camino. Aventuras paralelas que en el periplo de Ulises fueron la hechicera Circe o la ninfa Calipso; compañeras, en todo caso, ocasionales.

Pero no sólo el viaje en solitario es cosa de hombres. Lo demuestra Pilar Tejera que escribió “Viajeras de leyenda”( Ed, Casiopea); un libro donde se narran las experiencias de mujeres que, rompiendo con todos los estereotipos ya en el siglo XIX, salieron del hogar a explorar nuevos horizontes. A veces a lomos de una mula o en raquíticos barcos de vapor llegaron a conocer las arenas del desierto árabe, las junglas de África y la remota India.

El viaje en pareja puede ser una experiencia romántica, pero también un choque continuo de disensiones.

La chica deja, en fin, sobre la mesa dos euros para pagar su desayuno. se levanta decidida, se cuelga el bolso y dice:

-Pues me voy yo sola.

Y, a lo mejor, lo hace.

3 respuestas a «Viajar en pareja»

  1. 25. ¿Que si lo hace la chica…? Creo que es lo mejor que podría pasar; así igual se desengaña de tanto ¡vive como si fuera tu último día! (a saber cómo vivirías, sabiéndote en el último de tus días…) ¡disfruta tú que puedes! y tantos y tan buenos deseos, que suelen camuflar la envidia en las redes sociales. Después, ya conocedora del paño, posiblemente no vuelva a planteárselo a su pareja; o que, en el peor de los casos, no vuelva y el poveretto, que la esperaba tarareando el tema “Sereno è”, aquella machada de Drupi, se vea, en lo sucesivo, madrugando y preparándose él mismo el café:
    https://www.youtube.com/watch?v=y5b44QYWOgw

    De aquellos viajes de antaño, de alegre soltería y alguna aventurilla, siempre nos quedará su ausencia…de velocidad. Como ausentes estaban las facturas, el Ministerio de Hacienda, letras, tasas e impuestos varios, hipotecas, salir corriendo por las mañanas…¿Por qué viajabas en tren o autobús? porque el coche salía caro, entonces era un lujo, las carreteras intratables y porque te daba tiempo de leer tres o cuatro novelas hasta llegar al norte, admirar el paisaje, hablar con la gente…Con todo, claro está, siempre se aspiraba a algo mejor, sentirte individuo independiente, vivir alguna historia, volar sin prisa, planeando bajo el cielo…Y el tema hizo furor:

    https://www.youtube.com/watch?v=zHlhN6SVyk8

    No recuerdo qué periodista, saludando a un viejo amigo en el aeropuerto, a principios del milenio, le dijo, “¡ah!, ¿pero tú aún viajas?” Sería broma, pero ya empezaba a intuirse..

    Un ¡bravo! para Pablo. Saludos

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