Al viajero le sonará familiar el nombre de Split, aunque sea por traerle a la memoria un postre que se puso de moda en los 80; el banana Split. Una combinación de fruta y helado que hubiese hecho las delicias del emperador Diocleciano, pues ya en la antigua Roma, el helado, elaborado con nieves de los Alpes, era una exquisitez codiciada en la sobremesa por sus cualidades digestivas. Sin embargo, parece que tal receta en concreto fue invención de un joven cocinero de Pensylvania de principios del siglo XX.
Aunque en la ciudad de Split hay otros puntos de interés, ninguno resulta tan memorable como la última morada del emperador salónico, donde muchos turistas inmortalizan su presencia, haciéndose una foto con los legionarios que prestan su imagen a cambio de unas monedas para hacer más efectiva la recreación del pasado.
No obstante, las ruinas del palacio se combinan con otras construcciones religiosas de factura posterior, que revelan el triunfo del catolicismo sobre la cultura pagana. Sellado por el obispo de Split en el siglo VII, quien mandó exhumar los restos del emperador Diocleciano para sustituirlos por los de San Doimo, que da nombre a la catedral.
El mestizaje de gótico, renacimiento y barroco en las espaciosas plazas de la ciudad, accesibles por estrechas callejuelas empedradas, dan fe de la prosperidad que ha bendecido a este enclave portuario, tan disputado por variopintas civilizaciones en el transcurso de los siglos, si bien es la larga ocupación veneciana, quien más ha marcado su fisonomía, tanto como en el resto de la costa croata.
Otro bonito espectáculo para la vista, antes de perderse por el manual de historia que componen iglesias, conventos y palacios, es el mercado al aire libre con sus puestos multicolores de frutas y verduras frescas, en cuyas inmediaciones también podrás proveerte de ropa ligera de mercadillo, sombreros imprescindibles para protegerte del sol y las no menos imprescindibles zapatillas para nadar. Y, si tu visita cae en domingo, también adquirir algún capricho en los tenderetes de antigüedades.
Este mercado lo encontramos de camino al alojamiento donde hemos reservado un apartamento que resulta ser luego una habitación. No esperábamos que se tratase de un lugar lujoso, pues pocas expectativas puede tener quien pretenda pasar bajo techo una noche de agosto en Split por 60 euros; en estas fechas, los precios se disparan. Sin embargo, lo que encontramos excede a los pronósticos más pesimistas. Ya no es sólo que el apartamento, efectivamente a pocos metros del palacio del Diocleciano, sea una simple habitación, sino que además dicha habitación se ubica en una chabola. Tal como suena.
La anciana propietaria suple, sin embargo, con envolvente simpatía y amabilidad, la deficiencia de las instalaciones que ofrece y nos recibe en su humilde patio, atiborrado de trastos de todo pelaje, con un plato de higos, recién cogidos del árbol.
Al regresar de noche del paseo por el lujoso casco histórico, la encontraremos durmiendo en el sofá de su diminuto salón con cocina y baño incorporados. Por la antigua foto de pareja en blanco y negro, que preside la habitación sobre un tocador también antiquísimo, donde reposa un insecticida contra las cucarachas, se deduce que la viuda nos ha cedido su dormitorio matrimonial. También su hijo, que descubriremos envuelto en una manta, al sereno estrellado de la terraza, ha debido ceder su habitación a algún mochilero. Hay quien por sacarse un dinerillo en verano es capaz de ofrecer su propia cama a los turistas; pobre gente. Es la otra cara del turismo en Croacia.
A la mañana siguiente, después de desayunar unas galletas y un café de pucherete que la patrona coloca sobre el hule con mucha disposición, decidimos darnos un baño. La opción más inmediata es ir al balneario, contiguo al puerto. Allí hay algunos chiringuitos y hamacas dispuestas sobre el cemento. Bajando por unas escaleras metálicas, similares a las de las piscinas, se accede al agua, misteriosamente transparente a pesar de la cercanía del puerto y la gran concurrencia. Es domingo.
Para huir de esta masificación, no queda más remedio que coger un bus y buscar otras playas. La recomendada es Brela, pero está a cuarenta kilómetros, interminables por las curvas, y tal vez, si no tienes demasiado tiempo, te convenga más acercarte a la” Playa Grande” del pueblo de Omis. Aunque, si lo haces a mediados de agosto, no encontrarás demasiado recogimiento, pues están en plenas fiestas.
Mi sugerencia, si es que ya conoces el casco histórico de Split y has disfrutado de alguna de sus noches, es tomar un catamarán hacia la isla de Hvar y reanudar la aventura. La costa dalmata aún tiene que depararnos muchas sorpresas. Que la ruta continúe.