El verano en Croacia (III)

30 Sep

Hvar es la isla más elegante y exclusiva de Croacia. No obstante, ha sido siempre el lugar favorito de los croatas adinerados para establecer su residencia vacacional.

A una hora en catamarán desde Split, te encontrarás desde que pones un pie en su puerto diáfano con un aire distinto. Una atmósfera selecta y distinguida que ya se respira en las terrazas de su exquisito paseo marítimo, donde huele intensamente a lavanda, hierba aromática típica de la isla, que es vendida en los puestos de alrededor bajo la forma de diversos objetos destinados a perfumar los armarios; animalitos o angelillos tejidos en croché con su fragante saquito correspondiente. Observo que las chicas que atienden estos puestos son refinadas bellezas rubias, vestidas en impecables tonos blancos y violetas.

Frente al trajín bullicioso que hormiguea en Split, Hvar desacelera sus tiempos en un ritmo pausado y vacacional de ociosidad perezosa. Aunque el precio que hay que pagar por este remanso es elevado. El secreto de su exclusividad reside también en sus precios. Es una isla cara y sus residentes veraniegos son afortunados, entre otras cosas, porque tienen una fortuna. Como no es el caso, nos quedaremos aquí un solo día. Después de mucho buscar, hemos encontrado un apartamento a 100 euros la noche. Lo más barato que aquí se puede encontrar. Pero merece la pena. Tiene una bella terraza espaciosa, cubierta por una frondosa parra, y, desde ella, se divisa el mar que, sin necesidad de photoshop, entrevera el azul profundo con el turquesa. Un lugar excelente para montarse un almuerzo croático; una ensalada y el característico jamón y queso dalmata, acompañado con uvas e higos secos. El jamón tiene un puntito dulce, muy sabroso y el queso es recio y algo picante. Magnífica combinación.

Como hace mucho calor, aunque no tan asfixiante como en Split, acompañamos el almuerzo con cerveza. Sobre la cerveza croata, haré un inciso que creo que agradecerán los lectores. La cerveza es uno de los alimentos más baratos que se pueden adquirir en Croacia. Contra lo que se pueda pensar, incluso en los supermercados, los precios igualan o superan a los españoles, pero no tanto el de la cerveza. Hay tres marcas nacionales; Ozujsko, Karlovacko y Pan. Las tres están bien, pero yo recomiendo la primera. Ahora, eso sí, cuidado al pedirla en los bares. La pequeña equivale a lo que es aquí un tercio y la mediana, a medio litro. Así que prudencia.

Hay calitas estupendas para bañarse sin alejarse del centro de la isla, pero también es posible ir a Jelsa en catamarán; una opción que gusta a los más naturistas.

De noche, después del baño, la consecuente ducha y la larga mirada a la puesta de sol, es de rigor un paseo por la ciudad antigua, mimada especialmente por los venecianos; recorrer la plaza de San Esteban y desde allí trepar- sí, casi trepar- por una callejuela muy empinada hasta la fortaleza española, llamada así por haber sido mandada construir por Carlos V. El paseo sinuoso entre jardines que allí conduce suele estar muy solitario y da miedo tropezar con algún asaltante. Tranquilidad, Croacia es un país seguro y la vista de la ciudad desde el castillo es, sinceramente, fabulosa. Si alguien puede asaltarte será a la vuelta, pero de modo amistoso. Se trata de un relaciones públicas de un pub, que mide más de dos metros. Una altura tampoco tan excepcional para los hombres croatas. Impresionan, pero son pacíficos.

La noche es larga en Hvar, tanto como tú quieras, pero hay que madrugar para tomar el ferry a Korcula. Otra isla que no te puedes perder. Otra horita en ferry, nada de nada.

Pues bien, Korcula es una isla más asequible, más pueblo, diría yo, pero no carece de encanto. Se llama Korcula, “la Corfú negra”, por la espesura de sus bosques y es la ciudad natal de Marco Polo. Su casa es uno de los lugares más visitados de la isla. Está en el corazón de la ciudad antigua, rodeada por las murallas, y, antes de llegar a ella, te perderás por callejuelas, salpicadas de iglesias con sabor medieval. Algunos comentan, “si yo fuese Marco Polo, nunca me hubiese ido de aquí”.Pero ¿qué sería del mundo sin los grandes viajeros?

Sin aquellos que descubren lo que hay más allá y nos lo cuentan y nos traen cosas nuevas que luego se instalan en nuestras vidas. Me pregunto qué harían, por ejemplo, los italianos si Marco Polo no hubiese ido a Asia y les hubiese traído los espaguetis. Y me pregunto también, después de un día en Korcula, si es mejor ir a la cercana isla de Badija o a Lumbarda. Los días se me quedan cortos, por muchos que emplee en cada viaje. Ay, quién fuera Marco Polo.

Por fin, me decido por Badija. Es un parque natural, cuyo perímetro, entre espesos pinares, se recorre en una hora. Dicen que hay playas de arena, pero yo sólo encuentro rocas. Qué más da, el agua es limpia y suave y con las zapatillas de natación ya no le temo a nada.

Cuando caiga la tarde, volveremos a Korcula. Y después de una ducha, daremos otra vuelta por la ciudad. Descubriremos barrios populares, parecidos a los de Nápoles, donde los vecinos en un patio disfrutan de un espectáculo cómico gratuito. Sí, me quedaría aquí, pero aún tenemos que ir a Dubrovnik. Y lo pienso con una mezcla de alegría y de tristeza, porque ésa es la última etapa de este viaje. Hasta el próximo. Ay.

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