Feminismos de peluche

11 Mar

Esta semana me han felicitado mucho por el Día de la Mujer y eso me ha mosqueado bastante. Si yo fuese hombre, me encantaría celebrar el Día de la Mujer y tal vez viceversa. Pero así no.
Siendo mujer, en el Día de la Mujer, me siento como un osito koala al que acogen en el regazo y le dicen cuchi-cuchi; una mascota muy cuca a la que las instituciones, en plan familia guay, adoptan generosamente y le ponen un cascabel. Como una Cenicienta a la que viene el príncipe azul, desde las alturas de su caballo blanco, a probarle el zapatito. Los demás días del año una vive tan a gusto con la autoestima, más o menos a flote, pero el Día de la Mujer, te recuerdan que eres mujer y lo hacen con tanta conmiseración que te parece que das pena y eso te baja bastante la moral, porque dar pena es el peor sentimiento que a cualquiera se le ocurre que pueda despertar; dar tanta pena que hasta sientas pena de ti misma. Más que un día de fiesta parece un día de luto, un rosario de minutos de silencio por las víctimas, un entierro lleno de plañideras. Y plañideros, que ésa es otra. Hay tantos hombres, ese día, que lloran por nuestras desgracias que es imposible imaginar que, en cualquier parte del mundo, quede algún insensible que las provoque. Se ve que ese día se lo tomarán de descanso.
Lo cierto es que, por esas fechas, nos salen al paso la tira de paladines, dispuestos a reivindicar nuestros derechos, como si una fuese Andrómeda encadenada a las rocas por el monstruo y viniese a rescatarla Perseo a lomos de su alado Pegaso y gritase; ay Dios, por ahí viene mi héroe, menos mal, si no, la palmo.
Y, a lo mejor, el problema también es ese; que encontramos muchos héroes y muy pocos compañeros, que es lo que se necesita para establecer una verdadera relación de igualdad.
Si la historia hubiese sido al revés y hubiese un Día del Hombre, creo, en cambio, que lo celebraría tan pimpante como lo hacen otros. Escribiría discursos muy chulis y enrollados que les leería con magnanimidad y ternura:
-Hombre, yo de corazón te apoyo, confía en mí. Un día de estos tendrás todos tus derechos, tu salario completo y nunca te levantarán más la mano, pero, por favor, ten un poco de paciencia, que sólo han pasado veinte siglos y pico.
Sería un día muy pintoresco, tanto como lo es, a estas alturas, el Día de la Mujer que hasta tiene sus movilizaciones. Insólitas, más aún, si todavía son necesarias.
Manifestarse para decir que la mujer es igual de persona que el hombre es como manifestarse para afirmar que la tierra se mueve.
Pero ahí están. Hay manifestaciones para defender la supervivencia del lince ibérico, prohibir las corridas de toros y también por la integridad de la mujer, compartiendo el mismo espacio contra el maltrato animal. Como tendría que decir en la novela de Orwell; todos somos animales, pero unos más que otros. Y no lo digo por el lince ni por el toro.
Cada vez hay más hombres en las manifestaciones feministas; intelectuales y políticos con mucha sensibilidad. No es que quieran nuestro voto, es que nos quieren de verdad, aunque no en primera línea de Moncloa. De todos estos hombres tan modernos y solidarios, me pregunto cuántos estarían dispuestos a hacer de primer damo de una presidenta y llenar las revistas del corazón con sus estilismos y tendencias de temporada, así como, “el primer damo sorprendió en la gala a todas (y a todos) con un nuevo look muy divertido y desenfadado”.
Aunque, por el momento, parece que cualquier cosa puede pasar en Moncloa, no se atisba que éste sea el resultado.
Mientras tanto, todos nos hacen carantoñas. Son feministas, no hay duda. El feminismo ya es cosa de hombres. También la literatura femenina. Hubo un tiempo en que les dio a todos por hablar en sus novelas por boca de una mujer y vendían como rosquillas. Que se metían en las entretelas de las féminas, decían.
Como me dio la picada, quise saber qué ocurría si me metía yo en las entretelas de un hombre y di voz a personajes masculinos. Parece que lo conseguí, pues aquellos relatos fueron mi mayor éxito. Me imagino la cara que pondría el jurado al abrir la plica.
He emulado a Cecilia Böhl de Faber que en el XIX firmaba como Fernán Caballero. Y ha funcionado en el siglo XXI, hasta completar un volumen de cuentos con personajes masculinos “Masculino Singular”. Lo más difícil fue encontrar a un varón que me quisiera escribir el prólogo. He tenido que escuchar muchas negativas para encontrar a un valiente. Ahora espero que no se arrepienta.

3 respuestas a «Feminismos de peluche»

  1. IDENTIDADES
    A veces, me gustaría llamarme Encarna.
    Encarnarme en la piel de otra piel a la mía,
    y, en un birlibirloque, volver a carne prima,
    al sujeto que soy sin tranca ni despegue.
    Jugar, por una vez, al juego de inventarme
    otro mundo al alcance de las manos perdidas.
    Vivir otra oquedad para entender la mía,
    mirar por otros ojos, estrábicos o bizcos,
    el mundo que indeleble no admite que lo borren.
    Montarme en un vagón con rumbo a quien viaja
    y estacionar al límite en donde las palabras
    se escriban de una vez, sin acepciones varias.
    Al final del final, sumergido en extraños
    para buscar mi origen, pensando que los otros
    pueden ser una escuela en donde desandar
    esta marca de origen llamada Identidad.
    Pero sucede que miro desde mí, que los pulmones
    lleno del aire que respiro sin solicitud previa.
    Así que es muy difícil montarse una otredad
    y ermitar más allá de nuestra ermita.
    Inevitablemente, este mustio collado,
    hospitalario otero, me ha dejado atrapado,
    solo y quedo, señorita Clavero.

    Saludos victorianos

  2. No quieras
    llamarte Encarna, Cristiano,
    que con ciencia muy certera
    natura te encarnó bien
    más que hombre, como humano.
    Tú eres,
    entre los seres,
    quien sin distingos
    habla con justo verbo
    a las mujeres.
    Otra cosa es el machismo,
    que tantas veces adopta
    tono de paternalismo.
    Recibe mi aprecio entero
    quien sin sexismo
    quiere ser mi compañero;
    quiero amigos, quiero hermanos,
    que miren de igual a igual
    sin tener que deslumbrar
    con heróismos.
    Hombres, mujeres,
    es el discurso oficial,
    para mí la paridad
    es la obviedad,
    que somos todos lo mismo,
    cuando no, todos igual.
    No voy a reivindicar,
    Ángel Cristiano,
    ninguna otroriedad
    que yo tomo la justicia
    por mi mano
    y, en esas leyes,
    somos del mismo sexo,
    ángeles victorianos
    y, por los versos,
    hermanos.

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