Lo malo no es que se nos llame país de cabreros, sino el poco cariño con el que nos llama así. Ese desprecio intencional es una falta de respeto hacia nosotros y también, por supuesto, hacia la cabra; un animal que tiene muy mala prensa. Tal vez porque tira al monte, porque le gustan las alturas. Y aquí quien tira a las alturas termina siendo mal visto. Así que, digámoslo fuerte y claro, el problema no es la cabra, sino la envidia.
Como la envidia parece que no tiene remedio, se la toman con la cabra, que es la que tiene menos culpa en todo esto, lo que se dice el chivo expiatorio, y le hacen coplillas vejatorias, de una crueldad e incoherencia desmesurada tal que: la cabra, la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió, yo tenía una cabra y la muy puta se murió.
Nunca he comprendido el contenido de esta canción; ¿por qué era puta la cabra? ¿Por qué se murió?
La cabra hispánica, animal patrio tan emblemático como el toro, es, en fin víctima de un gran ensañamiento. En cuanto el compatriota se hace nuevo rico, le dan unos deseos incontenibles de armarse de una escopeta para matar a uno de tales ejemplares en peligro de extinción y adornar luego con su cabeza la chimenea del chalé. De modo que se deduce que lo que molesta no es que la cabra muera, sino que se muera por su cuenta.
La semántica española también es muy dura con la cabra. Tanto que cualquiera abomina de sus campos asociativos. Nadie quiere estar como una cabra y mucho menos ser un cabrón. Los cuernos aquí sientan como un cuerno. Lo que explica el leitmotiv de los cruentos dramas calderonianos y la raíz de muchos casos de violencia de género todavía, incluso cuando los cuernos no sean más que una bagatela imaginaria.
Materiales o ilusorios, pocos serán quienes soporten los cuernos sobre su cabeza o dentro de ella. La sospecha también solivianta. Por eso, si algunos populares insinúan que, al final, Pedro Sánchez le pondrá los cuernos a Ciudadanos para arrojarse en los brazos de Podemos, Rivera se descompone.
Y, ay, cuando con todo este embrollo, se nos hace la picha un lío, van algunos pulpitantes y nos llaman país de cabreros. En el peor sentido hacia nosotros y hacia las cabras y, lógicamente, nos cabreamos para apropiarnos aún más del término.
No porque ni el oficio ni el animal sean en sí mismo deshonrosos. Mucho cojearía nuestra poesía contemporánea sin la contribución del talento exquisito de ese poeta cabrero, llamado Miguel Hernández, ni habría eclecticismo en la novela del XIX sin la elegancia de Juan Valera, oriundo de Cabra (Córdoba). Lo que nos molesta es el desafecto con el que la expresión se lanza, que tan mal ha hecho por tradición al género caprino.
Porque, vamos a ver, qué culpa tiene la cabra de haber sido mascota de la legión, fundada por un señor que decía “muera la inteligencia” ni de estar asociada a la iconografía satánica.
La cabra no es mala, por Dios, la cabra tiene buena leche ¿Qué sería de la cebolla caramelizada sin el queso de cabra?
Personalmente, yo le tengo cariño al animal, cuya imagen forma parte de mi infancia. Mi abuelo, que era un gran emprendedor, gestionó con gran tino las cabras y le dieron poderosas satisfacciones.
Y también recuerdo a aquella entrañable cabra Margarita que ponían los gitanos a hacer equilibrios sobre un taburete al son de una música atronadora.
De un modo u otro, cabrero no tendría que ser un insulto, por más que lo haya popularizado Gil de Biedma, quien decía de sí mismo que era un señorito de nacimiento por mala conciencia, escritor de poesía social.
Yo, en fin, que me siento y soy parte de la mayoría como Blas de Otero, me doy por ofendida cuando quieren descalificarnos para pagar facturas que no nos corresponden.
Y, en contra, quiero reivindicar el buen papel que, como masa, nos toca, pues es lo suyo que, cuando se elogie a esos políticos de peso que obraron la Transición, no se olvide nunca que ese proceso jamás hubiera sido posible sin el comportamiento de una ciudadanía que, después de cuarenta años de dictadura, asimiló la democracia de un modo ejemplar, a excepción de cuatro chalados extremistas.
Conviene resaltar también que ahora, en esta situación de caos, un país mucho menos civilizado, ya se hubiese liado a garrotazos en la calle.
Lo peor no es que nos llamen cabreros, sino cabrones; que es lo que se dice de la pobre gente a la que la engañan sin que se entere.
La cabra
4
Mar
Atendiendo al estribillo de la canción, éste no acaba en “…la muy puta se murió”, que es la versión más rústica, sino en “…yo tenía una cabra que se llamaba Asunción”. Metafóricamente y abundando en la maldad, se podría entender el porqué de lo casquivana de la cabra, con nombre de mujer, y su muerte asimilarla con la que tuvo, según Quevedo, Antoñuela la Pelada, “el vivo colchón del sexto…”. De aquí ya se puede deducir que el marido de tal “cabra loca” era cabrero y puede que, al mismo tiempo, también desempeñara el papel de macho cabrío… ¡Pero no lo digas! Esas cosas, aun siendo verdad, se piensan, se saben, mas deben quedar en la oscuridad, no hay por qué hacer alardes ni señalarse…Tú limítate a bailar al tétrico y medieval son de La Cabra y fíjate con qué violencia, los danzantes, expelen la implosiva P. Vamos, es que te llenan de salivilla la oreja…No suele ocurrir así con el Kabratón del Koala y “todo el mundo con los chivos en el aire…” O las gallinas, los guarrillos, que se pone más pesao con tanto corrá…
Decir país de cabreros, secamente, significa que, inmediatamente después, como bien das a entender, viene el aumentativo, marcando la diferencia con otros calificativos del alma española, el machadiano “pueblo de arrieros, gañanes, tahúres, logreros, ganapanes…” que no suele trascender sino en lo meramente evolutivo. Por contra, el cabrón – cabroncete, aun acabándose las cabras, continuará su andadura, sin grandes cambios a la vista, como remanente edénico. Tiene algo de banquero, a qué negarlo…
Yo creo que el pueblo español ha sido más cabra que borrego, eso le honra. En toda la literatura española, los héroes dejan en evidencia a las instituciones. Desde el Cid a la picaresca, el individuo hispano tira al monte y va por sus propios fueros como El Quijote.
Lo de ser manada ovina es moda que traen de fuera
como una peste porcina,
estas costumbres sociales,
las reformas laborales,
que desde el monte nos bajan
para hacernos obedientes animales
y ser una provincia rasa
de la tirana Alemania…
Si te sientas en una silla
y repasas nuestra historia
verás que las maravillas
y los momentos de gloria
fueron cosa de guerrillas.
De Viriato a Empecinado
asimismo comprobamos
que tus propios camaradas
por tener alma de cabra
te acabarán traicionando
Así con Hitler en Hendaya
hizo otro tanto Franco
gran amigo de campaña;
como ya tenía el mando
casi le vuelve la espalda
igual que puso la mano
¿o fue la pata de cabra?
Moneda al tahúr prestada
aunque sea en democracia
será al azar rendida
en el juego y en la vida;
Y si juega contra España
al refranero castellano
debe aplicarse Alemania.
OVILLEJO A LA CABRA Y SU PELLEJO AMATORIO Y FURTIVO.
¿Dónde los cuernos pasaje?
Peaje.
¿Quién tuvo el abracadabra?
La cabra.
¿En qué cuerpo pernoctada?
La amada.
A fin de cuentas, pensaba
que de un lado está el cabrito
y del otro, amor a gritos.
Peaje, cabra y amada.
P.D.: Discúlpense los errores de la métrica, si haberlos haylos. No se disculpen los saludos victorianos.
Acabo a releer el primer error en la rima consonante fallida de primer y cuarto versos verso de la redondilla. Debo mejorar.
CANTO A LA CABRA MALAGUEÑA
Hubo un tiempo de cabras arrimadas
que dieron al futuro sus mesnadas.
Vinieron en piara y a su antojo
el hombre malagueño puso ojo.
La cabra malagueña, la prolífica,
la que lechea a borbotones,
la que fértil es más fértil,
la que acuerna el horizonte.
A la Málaga das queso,
y al malagueño lechal, chivo pones.
Oh cabra, que fuiste al monte
a llevar peculio y dólares.
Oh gran cabra malagueña,
llegaste presuntuosa, presumida,
un poco pecaminosa.
El comercio souvernir no pensó en ella,
pero pende desde el cuello,
por complementos, mamellas.
Saludos victorianos.
Ángel, tu ovillejo
sabe con muy buena leche
a queso viejo
que me recuerda
a la infancia
como a Proust la magdalena,
ay, de esa cabra axárquica
por natura tan anárquica,
que era familiar emblema
de mi casa.
Tus versos saben a beso
como las uvas con queso,
no le busques el error,
que te has currado el laurel,
como también Winspector.
De la Victoria a Alfarnate,
ya tienen las cabras vates.
A tanta poesía pura
sólo le afea el hedor
de esta huelga de basura…
Piaras de cabras golosas
a orillas del Toquero
lamían con amor la sal
que les ponía el cabrero
y se volvían salerosas
Cuando acababa la ruta
entrando en Fuente Olletas
si era por primera vez
daban unas cagarrutas
a las que nadie pudo ver
Por Cristo de la Epidemia
te adentrabas en Chupitira
El Barrio de la Victoria
donde decían tanta misa
empezando por maitines
que si eras monaguillo
ya invertías en futbolines
sin contar lo del cepillo
Lo mejor de la semana
con la venia de las cabras
eran la pasión y el juego
de la Olímpica Victoriana
donde un portero palanco
(bien conocido de Lola)
se doctoró en “zamoranas”…
(Ya veremos lo que pasa
con el olor de Limasa;
estoy echando de menos
el que destilan las cabras)
Saludos. Y mis respetos
para Ángel Cristiano…
y Victoriano
Mi correspondecia respetuosa a Winspector, latinofilo y del Lacio.
Y yo me pongo muy tierna
al escuchar estos versos
de la cabra malagueña.
De Alfarnate a Fuente Olletas,
las muy trepas,
llegaba su algarabia
como una sana Epidemia
para llenar las calles de alegría.
Y, en esta ruta,
olían a gloria pura
sus cagarrutas,
no como hieden ahora
esas bolsas de basura!!!
Ay, Limasa,
cómo con tus desvaríos,
nos parecen muy cuerdas
las cabras…
Y como cabra malagueña
cual nuestra cabra zarina
seguro que tiene en cuenta
que a unos metros no más
de su entrada por Olletas
nació Miguel de Molina
en el Barrio Capuchinos
y que cantaba una nana
llamada del cabrerillo
que cantaron nuestras madres
para dormirnos de niños.
Sea dicho en su homenaje
con nuestra alma de críos
sin facturas ni pasajes…