Diluirse

23 Oct

Hay mujeres con baja autoestima- si dicha expresión no es todavía una redundancia- que esperan la llegada de un gran hombre o de un niño pequeño para diluirse, tras ellos, cuanto antes. Si, después de un tiempo, se te ocurre buscarlas en el Facebook, encontrarás en su lugar la foto de la criatura que usan como biombo para desaparecer.

Estas mujeres disuelven su identidad en la del hijo, que se convierte en el único asunto de sus conversaciones, como si ingresando en el nuevo oficio de la maternidad, renunciasen a tener una personalidad propia y cifrasen sus éxitos en los logros del chiquillo desde sus primeros meses de edad que, en estos casos, se resume a la calidad y textura de sus caquitas. Para la madre diletante y entusiasta, las caquitas de su bebé son una obra artística que requiere de tan plástica, amplia y minuciosa descripción en formatos y colores que no hay desayuno en el cual no se hagan de un holgado espacio a propósito ni interlocutor tan hambriento que no pierda el apetito. Ante las semblanzas de la mamá a la caca de su niño, el churro que te ibas a comer se convierte en una metáfora sospechosa que, con desgana, acabas abandonando en el plato.

Por fortuna, cuando el niño de la pletórica mamá va creciendo, la caca pasa a ser tema secundario, para ser sustituido por el tema “colegios”, que, aunque también puede resultar denso y cansino, deja de ser asqueroso. Pero no menos arduo, en todo caso, pues se entiende que el colegio que elige la supermamá ha de ser un supercolegio a la medida de las descomunales expectativas que ha puesto en su criatura. Ya no sólo se trata de que el colegio sea de pago, de muchísimo pago, sino que además ha de ser superexclusivo, interactivo, naturista, cautrilingüe y ciberespacial. El espacio ideal para educar a un futuro geniecillo, que se ría en la cara de los infantes precoces de Juan y Medio. Que no es cuestión de invertir esfuerzos y hasta dinero en tratamientos de fertilización, si las criaturas no salen premio Nobel de lo que sea y saben tocar con virtuosismo cuatro instrumentos, a la vez, con sólo dos manos.

Si no es por las modas que han puesto, en las portadas de semanales, al hijo sobredotado como modelo y meta de aspiración, no se entiende esta obsesión por hacer del niño un genio, a toda costa. Que sepamos por la historia, los genios fueron niños bastante infelices y adultos de lo más atormentados que acabaron sus días de modo precoz, como Mozart, Proust, Kafka, Lord Byron y etcétera. Por no hablar de la célebre Aurora Rodríguez Carballeira, que, proyectando en su hija Hildegart, el modelo de la mujer del futuro, acabó matándola a tiros por temor a su propia y magnísima obra.

Si lo deseable para un hijo es que sea feliz, habría que aspirar a que fuese lo más normal posible, pues, al fin y al cabo, la felicidad tiene su secreto en tres o cuatro cosas muy sencillitas y bastante asequibles para personas normalísimas; dormir bien, comer sabiamente, encontrar amigos y una buena pareja, que al genio, en cuestión, solitario e insatisfecho por natura, se le resisten una barbaridad.

Por otra parte, tampoco se sabe de ningún genio que pasase su infancia entre algodones en colegios exclusivos y, recibiendo diplomas y menciones a troche y moche, como está ahora tan al uso por aquello de la motivación. La motivación que recibió Dostoievski de su padre fueron unas borracheras de lo más violento y Beethoven del suyo cada sopapo en la oreja que, dicen, lo dejó sordo. Se puede decir que los padres de los genios, por lo general, no han sido, precisamente, motivadores.

A la madre de Woody Allen le preguntaron para un documental, ¿qué siente usted al ser la madre de un genio, reconocido en todo el mundo? Y ella, cruda y espontánea, respondió:

-Qué genio, ni qué genio, con las malas notas que traía de chico…

Dado tal ejemplo, como otros, se podría entender que los judíos han sido únicos para traer genios al mundo y bajarles la autoestima a coscorrones. De esto, también podría hablar Kafka un buen rato. Los hijos no son como los trajes a medida. A veces caen demasiado pequeños o demasiado grandes.

En cualquier caso, no voy a defender el modelo educativo de los susodichos padres por más genios que diesen al mundo, aunque, en el otro extremo, tampoco el de aquellos que nada riñen y todo lo felicitan. Hay que educar a los hijos para que acepten el fracaso, pues de él se aprende más que del triunfo. “El fracaso estimula, el éxito paraliza”, dijo aquel.

Apostar por un hijo no es apostar por un caballo de carreras. Lo importante no es que llegue el primero, sino que llegue hasta donde puede llegar. Quien lo sepa será el mejor de los padres.

3 respuestas a «Diluirse»

  1. “¡Si es que el niño no me come…! ¿cómo quieres que esté?” Lo habré escuchado tropecientas veces en treinta años, en hogares y terrazas de bares, en parques y paseos e, inevitablemente, cada vez que esto sucedía – ahora menos; habrá otros apremios – te acordabas de la canción de la otra Lola, la de España y “tú lo que quiereh que me coma er tigre, que me coma er tigreeee…” Porque algo de felino resabiado sí que portan las nuevas generaciones de españoles, en comparación con aquéllas que las precedieron, más sosegadas, no diré virtuosas, que de todo había, pero sí que lo tenían más claro a partir de cierta edad… que tampoco, pues algunos no “mauraban” ni poniéndolos al sol, mas dejémoslo en un contexto general y digamos que se enmascaraba menos el día a día…¿acaso quedaba tiempo para divagaciones o ensimismamientos, tipo chat, face…? Eso, eran más prácticos y exigentes consigo mismos, porque su situación así lo requería. Y por descontado, de tenerlos, mis hijos, mis niños, tienen que disfrutar de todo aquello que no he disfrutado yo y aparte sacar buenas carreras, que aquí también estoy…. Yo. Y mi circunstancia móvil. Movilidad en el trabajo, a la carrera en la calle, corriendo a comer, a dormir…Todo sea por esa república independiente que asaltará el cielo…Aunque primero habría que conciliar trabajo y familia, que se sigue posponiendo ad infinitum y evitar el choque generacional (que ya se ha producido, pero no se quiere enterar…) Y es entonces, solo entonces, cuando te acuerdas de Quevedo: “La vida empieza en lágrimas y caca / luego viene la mu, con mama y coco…

    En fin, apostemos por ellos como Pascal apostaba por la existencia de Dios, apurando la más mínima posibilidad, pues la ganancia es tan grande como la Eternidad. Sea.

    PD: Casi la cuarta parte de los premios Nobel ha sido para el pueblo judío. ¿Será, finalmente, una cuestión de fe..?

    Saludos

  2. Los judíos con esa autoestima bajo cero que les inculcaba su educación religiosa, “pulvis es et in pulverem reverteris”, hacían tales esfuerzos por superarse que se terminaban pasando.
    Ahora, en la era de la motivación, los niños están menos motivados que nunca. Tal vez el secreto para que prosperen es soltarlos de la manita, quitarles el móvil, acostarlos a las diez y darles buenos potajes de legumbres y no comidas basura que, de lo que se come se cría ¿a que eso funciona y se buscan la vida ellos solitos?

  3. Lola por Dios, esos niños
    de legumbres y horarios
    irse a la cama volando
    serían de mi generación.
    Y también, por otro lado
    hoy son insectos varios
    a la plancha o saltando
    y ausencia de jamón
    lo que se ve en el plato

    Es lo que manda la OMS…

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