Isabel Preysler ya era un tema de conversación recurrente en las tórridas sobremesas veraniegas de los 80, poniendo su puntito picante a la hora de la siesta. Llevaba en su inventario tres maridos la mujer; un cantante de fama internacional, un marqués y un ministro de economía; qué currículo el de Isabel y, a este punto, la curiosidad y la envidia, que son primas hermanas, estalló, en las malas lenguas, por sus costuras y, en ellas, andaba entre la sandía y el café ¿qué tendrá entre las piernas esta Isabel? Del cerebro ni se hablaba, que ése nunca ha sido considerado material de seducción en la mujer, y era, pues la duda metódica, cuál fuese la habilidad erótica con la que a tantos gatos les puso el cascabel.
Alguna técnica exótica, de exquisitez asiática, el desmayo o el carrete, que era un trabajo de chinos, complicado de explicar y de lograr con buen tino. Más que Ariadna, Isabel no daba puntada sin hilo, hay que ver.
Tenía esta señora el desparpajo, de saltar de marido en marido y dejarlos a todos hechos un asco; quejosos y deprimidos, que el pobre de Julio Iglesias, vendía discos de oro a cuenta de que Isabel se había largado y no era más que “Un hombre solo”.
“Hey” cantaba a su exmujer por su abandono ladino y, cantando la traición, se hizo disco platino. Tanta pena daba a las señoras el triste y solitario millonario que, por consolarlo, le llenaban la cama y los conciertos, con lo cual, el cantante procuró reduplicar su aflicción y consolarse lo más tarde posible, por la cuenta que le traía. Hay que ver, qué gran mujer, Isabel, para hacer y deshacer. Ora sea con el cantante, ora sea con el marqués. Y, sin parecer pendeja, parir como una coneja, que, teniendo descendencia, cuando se llega al plantón, se sale con galardón de pensión asegurada. Ahí es nada, qué gran mujer, Isabel que, de pasión en pasión, sale más remunerada, y, aún coronando cabezas, nunca se hunden en los lodos del deshonor, ni es su imagen maltratada. Que, en prensa del corazón, se le rinden las alfombras y es, en todo, venerada, sea cual sea su situación y nunca será de aquellas a las que venga un cabrón a darle de bofetadas. Quien sabe escoger su estrella, jamás se verá estrellada.
En un país, donde aún las mujeres pagan su inconstancia sentimental con el hundimiento de su reputación si no es con su propia vida, resulta todavía inexplicable cómo la Preysler, resolviendo cada una de sus aventuras amorosas en exclusivas de boda, a todo color, bendecidas por el Hola, fuese trepando, de un marido a otro, como por una prodigiosa escalera a la culminación de un prestigio absoluto. El paso de los años que suele jugar en contra de la mayoría de las féminas, parecía favorecer a la Preysler, que cada vez lucía más próspera, joven y seductora. Cada vez más lejos de la muchacha casi vulgar, esa chinita algo rolliza y del montón que se casó con Julio Iglesias. Mientras su hija Chabeli pasaba de niña a mujer, no con demasiada fortuna, ella pasó de mujer a chiquilla hasta casi parecer la hija de sus hijos envejecidos. Si acaso a ello ha contribuido en algo la cirugía estética, valga decir que ha tenido el talento de aplicársela mejor que nadie, porque el buen gusto forma parte del talento y quizás de la inteligencia. Sin mayor mérito que el buen gusto, Isabel Preysler ha ido acaparando portadas del colorín y convirtiéndose en estrella sólo por realizar las habituales tareas domésticas de un ama de casa; hacer compras, llevar a sus hijos al colegio o adornar el árbol de Navidad. Todo ello con una imagen impecable pero discreta, sin excesos de maquillaje y, con un vestuario normalmente sencillo. Posiblemente, la elegancia es un don innato que se desarrolla con la edad. Algo que hace que mujeres como Ana Belén e Isabel Preysler hayan sido más bellas a los 40 años que a los 20, y que aún resulten llamativas, aunque vayan de trapillo.
La vulgaridad, sin embargo, no la remedia la fama ni el dinero ni mucho menos el paso de los años.
En las antípodas de Isabel Preysler, está Isabel Pantoja que tuvo unos 20 años más lúcidos que la primera con el mérito añadido de ser artista. No obstante, su mal gusto terminó por arruinarlo todo. Le salió mal la cirugía, le salió mal la dieta y, después del primer marido, su intuición para escoger parejas que, a la postre, la llevaron al escándalo y a la cárcel.
Mientras tanto, la Preysler pasea por medio mundo su romance con nada menos que Vargas Llosa, un auténtico premio Nobel de Literatura (no siempre todos lo son), protagonizando una versión mejorada de “El amor en tiempos del cólera”. Dada la buena fortuna de la Preysler, lo mismo ni sufre de tales averías, aunque creo que ya no es tan válido el argumento de su prodigiosa entrepierna. Si es así, más mérito tiene.
Hasta ahora las hazañas amorosas de la Preysler me han dejado fría, pero Vargas Llosa son palabras mayores. Es el escritor del que hemos estado enamoradas varias generaciones de universitarias de letras, atractivo, audaz y de pluma impecable (sin pluma); un prodigio sin parangón. Y sí, en fin, me fui al Google a buscar información sobre Isabel Preysler.
Si Vargas Llosa ha enloquecido por ella, no puede ser una mujer cualquiera. Desde luego que no.