El país del miedo

24 Abr
Abel Martínez Oliva

La violencia en los institutos. Dos de las películas que se han presentado a concurso en el Festival de Málaga de Cine Español tienen presente este tema. Sus títulos son ya bastante significativos; “Los héroes del mal” y “El país del miedo” ¿simple casualidad?

Si tenemos en cuenta que el cine, más aún últimamente, se inspira en realidades sociales, podremos concluir que la agresividad delictiva entre menores es una realidad muy presente en nuestra sociedad actual, más allá del caso aislado y excepcional, que es la etiqueta con la que se ha despachado la tragedia de Barcelona, protagonizada por un niño de trece años que, armado hasta los dientes, asesinó a un profesor e hirió a otros docentes y alumnos. Si bien, a tenor de sus intenciones, se quedó corto en sus objetivos, pues ya disponía de una lista previa en la que había incluido más bajas de las producidas.

Que un adolescente conciba tan megalómana matanza no es explicable sino como la culminación de una degradación progresiva que ya contaba con sus precedentes. Un suceso de tal magnitud no se produce sin más, de la noche a la mañana, a no ser que se hayan dado otros para crear atmósfera. La cuestión es que quien ya aprende de ejemplos anteriores, como este chico, quiere a toda costa rizar el rizo; superarlos, llegar todavía más lejos.

La cantinela del hecho aislado y excepcional es un tópico muy recurrente cuando se habla de agresiones de alumnos a profesores. De casos aislados y excepcionales está llena la historia de los institutos españoles durante los últimos veinte años y quien haya tenido la paciencia de seguir mis artículos, podrá sumar a puñados los que se han ido ocupando de ellos con la consecuencia de ganarme la antipatía de algunos y el silencio de muchos. Un silencio que, debido al miedo, se hace cómplice de una espiral de violencia que termina estallando por sus costuras. Porque el miedo no ayuda a prevenir nuevas catástrofes sino que las atrae, haciéndolas crecer en dimensiones, hasta permitir que se instale, entre nosotros, la dictadura del terror. Las más cruentas dictaduras han basado su prepotencia en el silencio y la cobardía de las masas. Y hay miedo, mucho miedo a la palabra “inimputable”. Si leemos la sinopsis de la película “Los héroes del mal” encontraremos como broche final esta frase “¿Qué se puede hacer contra un criminal menor de edad?” y, en las mismas, “El país del miedo”, hace planear esta palabra sobre su guión. El protagonista, un adulto pacífico, es dominado por la ansiedad, pues no puede combatir la violencia de una niña de trece años (precisamente) que acosa a su hijo y lo extorsiona a él, porque la menor es “inimputable”. Y bien, o es que la historia era premonitoria o, lo más lógico, se veía venir.

Personalmente, creo que el envalentonamiento del adolescente de Barcelona se debe más al concepto de “inimputabilidad” que a las presuntas voces interiores que le produce ese brote psicótico tan traído por los pelos, que encima lo hace digno de compasión, “hay que proteger al chico y no condenarlo por lo que ha hecho”, dice Eudoxia Gay, presidenta de la Asociación Española de Neurosiquiatría”.  Bien, ¿Y quién protegió al profesor sustituto fallecido y a las otras víctimas? ¿Quién protegerá a otros profesores en el futuro que se vean en circunstancias similares? Porque, si este caso queda archivado y el chico impune, no faltarán otros chicos que sigan su ejemplo. Precisamente, la falta de culpa y de remordimientos crean mentes psicópatas.

Y la suma de atrocidades en las que han incurrido los menores se deben a la despenalización de conductas disruptivas y violentas que ha ido tolerando un sistema sobreprotector y permisivo, que todavía se empecina en no admitir que sus métodos han fracasado del modo más estrepitoso.

El castigo es cosa fea, de acuerdo, pero aún no se ha encontrado la fórmula para que un mal comportamiento se corrija sin castigo.

Si un niño no se merece un castigo por asesinar ¿se merece, en cambio, la muerte un profesor sustituto que, por fin, ha tenido la oportunidad de cumplir con su trabajo? ¿En tan baja estima se tiene la vida de los profesores?

Imagino que sí, cuando ya he escuchado que sufrir la violencia de los menores son daños colaterales de la profesión docente; gajes del oficio. O sea, que, si te matan, mala suerte; esto es la guerra. Me pregunto cómo se ha llegado a esta situación y lo peor es que me lo respondo.

Sin embargo, lo ocurrido en Barcelona, es un hecho excepcional. En cierto modo, sí, porque esta vez no se ha silenciado como tantas otras y hemos podido saber el nombre del difunto y hasta ver su foto ¿Cuántos más tienen que morir para que se tomen medidas serias al respecto? Y a quien corresponda ¿De verdad no se les cae la cara de vergüenza?

 

3 respuestas a «El país del miedo»

  1. Pues sí, te toca y te toca, que aquí no se baña nadie. Salvando el mayoritario miedo, existe también para mí una postura principal, como es la de llamar “daño colateral” a la víctima de un asesinato (premeditado en casa con mucho tiempo de antelación, abundante en movimiento de materiales y piezas, propaganda nazi y los progentitores que no se enteran o no quieren enterarse de nada…) por parte de aquéll@s que Espido Freire llama en su obra – Los malos del cuento – creo que muy acertadamente, “psicópatas integrados”, personas tóxicas que llegan a relativizar el asesinato con tal que no afecte sus intereses, abundantes en las esferas del poder y en posiciones de mucha responsabilidad política. La tribu y el tótem. ¿Quiénes merecerán llamarse víctimas para esta gente?

  2. Para ellos no somos nadie, pero esta tolerada agresividad de los adolescentes, salpicará más allá de los institutos y puede hacer pupa a cualquiera ¿romperán su silencio entonces los que callan y miran a otra parte?
    Entre las víctimas, ya hay padres que sufren malos tratos ¿quién y cómo solventará estos despropósitos?

  3. Pues si no son los mismos se parecen mucho. Lo digo por aquellos probos, ciudadanos y ciudadanas de España con cargos, que hace unos treinta años, ya en plena democracia, también consideraron gajes del oficio el hecho de que un servidor de las fuerzas del orden fuera abatido de un tiro en la nuca o poniéndole una bomba en los bajos del coche. Para eso estaba ahí y no había porqué exagerar en la petición de penas y mucho menos cambiar la Constitución o el código penal, so pena de dar la penosa impresión al mundo de que, los españoles, estábamos siempre en latente guerra civil. Gentes de progreso, pero solemnes y lapidarios, como aquellas misas en memoria de las víctimas. Sin embargo, pese a ellos, uno siempre creyó, a ciencia cierta, que fueron eso, víctimas. Y que el resto, familiares y allegados, eran dolientes (daños colaterales lo fueron a partir de la primera guerra del golfo, el fuego amigo y todo eso)

    Ahora, desde hace algún tiempo, aquel boomerang relativista golpea sobre miles de aquellas cabezas que sustentaron – de haberlo tenido alguna vez – el ideal. ¿Qué se puede hacer cuando el toro ya ha saltado la barrera? ¿salir corriendo en estampida o tal vez echarle bemoles de ley, acorralarlo, inmovilizarlo y encerrarlo el tiempo suficiente hasta que se tranquilice ? Autoridades de otras naciones, donde tienen un cinco por ciento de paro, lo llevan a cabo y encima son democráticas. Aquí no se atreven, llevados por el eterno principio, su nefasto e hipócrita “apaisement”, que hoy ha convertido a los padres en el pato del banquete de la injusticia española. Porque actuar con justicia, en España, quiere decir sobreactuar, por eso mismo hacen lo que tienen que hacer, es decir, nada. Tampoco les va a tocar a ellos y ellas, que paga el pueblo…

    Lo dicho, buenos días tengan tod@s y mucha suerte

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