La Navidad se sirve fría

19 Dic

A la Navidad le conviene –y le combina- el frío y los cuentos de Carlos Dickens. Nada de escapadas al Caribe como han puesto ahora de moda los pijos y los nuevos ricos. Molan las aguas turquesas y cristalinas, las arenas blancas y los cocoteros, cómo no, pero no en Navidad, la Navidad requiere su propia estética de postal, a ser posible con nieve.

La Navidad, a más de treinta grados, es una anécdota divertida que yo también he probado, pero no hay nada como volver a la navidad de siempre con su calor crepitante de chimenea  mientras ruge el frío allí fuera. Y también gusta ese propio frío de las calles, que es un frío festivo que uno recorre entre las masas eufóricas, de repente, felices como si volviesen a creer en el nacimiento del niño Dios. Triunfa mejor a pocos grados o bajo cero el lujo de los escaparates, los oros y las platas del lamé y las lentejuelas y al que no puede comprar, al menos, le consuela el alumbrado que tienden en el cielo los ayuntamientos. Con frío lucen mejor las bombillas de colores. Hacen más tentadora e íntima la entrada a los bares e incluso el hogar parece más hogar si parpadean esas lucecitas en tus ventanas. Sin calefacción, sin luces, sin hogar, el frío es, sin embargo, otra cosa; una maldición a la que nadie tiene derecho. Estamos en que todos tenemos derecho a una vivienda digna, pero, especialmente, en Navidad ese derecho debería ser sagrado. También porque, en estas fechas, duele más el agravio comparativo, porque es una indecencia que la celebridad de turno se exhiba con su vestidito de tirantes en su mansión caldeada a lo caribeño, brindando con champán-ya no con cava- por los buenos propósitos sin importarle un pijo lo mucho que otros se joden. O arreglan esta situación o prohíben esas revistas o tomamos la Bastilla de una vez. Pero caray, somos siempre tan obedientes. Si la situación no nos estrangula demasiado, apartamos una ración de nuestros escuetos salarios para la caridad y nos apuramos algún ahorrillo que, más allá del hogar, nos permita unos días para viajar un poquito. Si éste es el caso, yo recomiendo un lugar perfecto para la Navidad como pocos. Un lugar de la Mancha, barroco como lo piden estas fiestas, con un rancio y, a la vez, sabroso encanto popular. Ese pueblo que reconocí como la perfecta postal navideña al primer encuentro y que no deja de hechizarme al llegar diciembre con su plaza empedrada de sabor medieval, abundante de tabernas, y prestigiada por su corral de comedias del siglo XVII. El teatro es también muy de navidad española, si se considera que nuestra primera pieza conocida se llamaba “El auto de los Reyes Magos”. Ahora bien, quien quiera gozar de esa experiencia única, habrá de ir al corral abrigado desde el plumón a los guantes y el gorro de lana. El encanto de la intemporalidad en el corral de comedias, abarca intacto los fríos del siglo XVII. Vimos allí “La Celestina” y una asistente comentó: “Me hubiera gustado más esta obra, si no hubiese pasado tanto frío”. Abrigada que iba yo, tampoco disfruté de aquella representación por lo que, en ella, le enmendaron la plana a Fernando de Rojas. Valga que Sempronio y Pármeno, que debían ser unos chavalotes según Rojas, pasasen con creces de la cuarentena y Elicia, la pupila de la Celestina, con su pelo blanco y corto pareciese incluso más vieja que la propia Celestina, que Calisto fuese maduro y mulato, y eso qué, hay que comprender que estas compañías, por necesidad, precarias, no pueden tener actores idóneos para todos los papeles. No obstante, con los mismos escenificaron un soberbio “Médico a palos”. Sin embargo, no me pareció de recibo que sustituyesen el planto de Pleberio, en mi opinión, el pasaje más inmortal y decisivo de esta obra por un alegato feminista de Elicia a favor de la Celestina. De verdad que no entiendo esta manía de actualizar a los clásicos, que precisamente son siempre actuales por lo clásicos que son. 

Pero, en cualquier caso, merece francamente la pena, después de aplaudir la representación, reconfortarse luego de los fríos del corral en esas acogedoras tabernas que acordonan la plaza de Almagro, donde se compite ahora por ganar la convocada Ruta de la Tapa. Eso implica probar las célebres berenjenas de este lugar en sus más sofisticadas variantes.  Desde un sushi de berenjena al gusto del campo de Calatrava al pastel de berenjena con piña caramelizada y salmón coronado por langostino o el milhojas con delicia ibérica y su crujiente.

Aunque, sin mayores excentricidades, para los clásicos, bien valdrán esas tapitas de queso viejo, picante, que sólo saben dar las ovejas de la Mancha. Si las acompañas con buen tinto de estos lares, volverás a creer en el niño Dios y lo que haga falta. Vive Almagro.

2 respuestas a «La Navidad se sirve fría»

  1. Mis navidades siempre fueron frías. Quiero decir, aquéllas de la infancia, adolescencia y primera juventud (ya iré por la tercera por lo menos) cuando el invierno arreciaba y se distinguía, con su río helado y el paisaje lleno de escarcha; unas calles empedradas, resbaladizas cuando el sol remontaba y fundía el hielo, donde el tintineo de las cencerras y el bregar de las bestias de carga se mezclaban con las felicitaciones y los gritos de la gente, alborozada, dichosa, con la buena nueva… Cogido de la cálida mano de mi padre, recién llegado de aquella centroeuropa de inmigración, caminaba hasta la plaza, donde la desvencijada cartelera anunciaba “Un rayo de luz” o “El pequeño ruiseñor”, en una panorámica de fachadas grises, algunas desconchadas. Dibujándose sobre ellas, se alargaban las sombras de los aleros de los tejados…Dentro de las casas, bullir y algarabía, ¿de dónde saldrían tant@s niñ@s…? Eran el complemento del pobre calor de la leña y de la comida, escasas. Al fin, es lo que queda hoy, en un ambiente rectilíneo y quedo, de aquellas calles…
    Después pude conocer otros países, otras gentes, donde la nieve era tal vez demasiado blanca, que me hacían añorar España y aquel clima de la infancia, de frío amable, mediterráneo, modificado por la altura de sus montañas…

    Feliz Navidad para ti y para tod@s con José Feliciano:

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