Hijos marca España

12 Sep

Estaba yo en la gasolinera en plan de pagar el diesel, cuando me tropecé con las portadas de dos revistas del corazón que traían noticias macanudas. Una era que Lydia Bosch lucía espectacular en bikini a sus 50 años y otra que Angelina Jolie se había casado con Brad Pitt y viceversa.

Como tuve que guardar cola y el dependiente era de darles cháchara a los clientes, me puse a hojear el reportaje del enlace de los actores a tal punto de llegar a resultarme familiares. Nunca mejor dicho, porque ambos habían celebrado la ceremonia en presencia de su larga familia. Sus seis hijos, de entre los cuales tres son adoptados; uno llamado Maddox, procedente de Camboya y otros dos, Zahara y Pax, oriundos de Etiopía y de Vietnam respectivamente.

La compenetración de la variopinta prole entre sí y sus felices padres, reflejada en las fotos, era más lograda que una campaña publicitaria de Benetton. Ya se sabe que los famosos americanos, que tienen tradición en el tema de las adopciones, resuelven la cosa con más eficacia. A excepción de Woody Allen, quien tanto se encariñó de la hija adoptada por su mujer, Soon-Yi, que la cambió por su propia esposa con el consecuente escándalo que desató la cólera de la  examante cónyuge convertida, a la postre, en suegra por sorpresa.

Las adopciones son causas muy loables, pero cuando son compartidas con un partenaire enamoradizo entrañan ciertos riesgos. Si bien suponen también otra clase de riesgos para los famosos españoles bastante menos curtidos en la materia, a quienes el adoptado o la adoptada les suele salir rana, que es el caso de Isabel Pantoja y José Ortega Cano, cuyos vástagos acostumbran a animar la prensa del colorín con sus sonadas gamberradas al modelo, por otra parte, de sus padres postizos, que también son carne de juzgado. A fin de cuentas, los niños sean biológicos o no, son de aprender lo que ven en casa o lo que flota en el ambiente, pero me pregunto si las tropelías del hijo de la misma sangre son llevadas con la misma paciencia que las del externo y no viene luego el llanto, el crujir de dientes y los arrepentimientos por haberse empeñado en añadir a las vicisitudes propias de la familia consanguínea, los malos ratos que pueda traer el hijo postizo. Eso me trae a la mente el caso de la niña Asunta y su malograda adopción y la nueva ley de Gallardón y tan embebida estoy en estas conexiones que, cuando llega mi turno y el dependiente me pregunta qué deseo, le respondo que a Gallardón, lo que deja al dependiente algo confuso. Ya sabemos que en las gasolineras, hoy día, venden de todo, pero no tanto como ministros de justicia.

Me hago cargo de la confusión del dependiente y, disculpándome con un carraspeo, le pago los treinta euros de diesel y los dos periódicos con sus respectivos dominicales. En uno de ellos, viene un reportaje sobre la generación Y, los nacidos entre 1986 y 2002 (yo, yo, yo), que, según anuncia, son narcisistas, vagos y tecnoadictos, pero van a cambiar el mundo, porque inventarán nuevas formas de producir. Me imagino que también de reproducir, porque esta generación tan amplia que abarca a jóvenes de casi treinta años, por lo que leo, no tiene entre sus prioridades emanciparse y crear una familia, por lo cual para cuando se les ocurra hacerlo, se les va a pasar el arroz y, en las últimas, o lo fabrican con ingeniería genética o lo adoptan. A no ser que caigan en el despiste, que prevé la ley Gallardón con su prohibición del aborto.

Siempre me ha parecido que dicha ley venía dictada más por razones económicas que religiosas y que lo que busca el ministro, yo diría que desesperadamente, es que a la generación Y le suceda la Z, lo cual no se ve probable si no surge por accidente. Con lo a gusto que se está siendo hijo, para qué va a querer uno ser padre.

El problema de la generación Y es que ha nacido de la generación X, una generación tan tardía a la hora de procrear que ha criado a sus hijos como si fuesen sus nietos. A los treinta y muchos años, el niño ya no es una consecuencia natural de la genética, es un milagro, un trofeo de última hora que hay que adorar como a un Dios. Y a ser Dios uno se acostumbra divinamente.

¿Si uno puede seguir siendo el niño de papá para qué va a querer ser el papá de un niño?

Esta situación ya se produjo en la decadencia del imperio romano que perseguía a los solteros con penalizaciones y subidas de impuestos. Gallardón que va por lo tajante, impulsa la creación de hijos marca España y aunque sea a las malas, aboga por la perpetuidad de la raza hispana, por que algún día los hijos coticen a la seguridad social lo que no cotizan sus padres. Tampoco estaría mal darles trabajo a sus padres, a ver si se animan por las buenas.

Si la ley Gallardón no da resultado, este país será repoblado por inmigrantes y adoptados y se extinguirá la raza española. Si este ministro no es un patriota, que venga Dios y lo vea.

2 respuestas a «Hijos marca España»

  1. Bálsamo de Fierabrás, para Ruiz Gallardón

    es procreación en masa, no pócima ni licor,

    alivio de una España triste y desmembrada,

    futuro siempre alegre y la prez de la nación,

    cuando se llena el patio con hijos de la raza…

    Ahí es nada.

  2. No es dolor en vientre ajeno
    ni proclama malthusiana,
    ni siquiera es Gallardón
    quien declama una moral.
    La verdad, la gran verdad,
    es que aquel que no es nacido
    necesita protección,
    ¿o acaso hay algún vecino
    que nació sin gestación?

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