Cuernos de mujer

8 Ago

Los cuernos son gala y ornato de la mujer elegante. De ello se hacen eco los ecos de sociedad como ecos que son: “Chota Cachocuernos acudió al evento, impecable como siempre, luciendo un vestido cóctel color champán, complementos de la firma Cabra & Sola y, como tocado, unos deliciosos maxicuernos, que han sido la principal tendencia del verano”.

La cornamenta es un detalle de buen tono en las señoras de sangre azul, un gaje del oficio. De una reina que lleva los cuernos con señorío, se dirá que es una gran profesional, de la que no los tolere se dirá, en cambio, que está tan loca como Juana de Castilla. Más loca aún por protestar por los cuernos en el remoto siglo XVI, cuando la infidelidad de los maridos entraba dentro de sus derechos fundamentales y mucho más si era Rey.

Si Juana la Loca, en vez de reina hubiese sido rey, podría haber mandado decapitar a Felipe el Hermoso al uso de Enrique VIII quien también en el siglo XVI, sin ser sospechoso de locura, hizo rodar por adúlteras las cabezas de dos de sus esposas; Ana Bolena y su prima, Catalina Howard.

Las cosas no cambiaron mucho al pasar de los siglos, la princesa Diana de Gales podría haber envejecido tranquila si no hubiese denunciado sus cuernos ante las cámaras de la BBC como si eso fuese una cuestión de estado. Y la cuestión fue que murió en un trágico y oscuro accidente de coche a los 36 años. Una mujer real ha de sufrir los cuernos en silencio como las almorranas. Formar un escándalo al respecto es vulgar y muy arriesgado.

De las ilustres mujeres cornudas, he oído hablar mucho y bien, de los hombres cornudos no tanto. Un cornudo es en lo más grave, un cabrón y en lo más suave, un capullo. En realidad, los hombres en castellano nunca son insultados por sí mismos, si no por la ligereza de sus mujeres. Lo peor después de ser un cabrón, es ser un hijo de puta.

En definitiva, la fogosidad de la mujer perjudica a la propia mujer y sus circundantes, mientras que la fogosidad del hombre satisface a la reputación de dicho hombre, a las mujeres ajenas y a la propia, si tiene luces. Ser una mujer cornuda no es una deshonra, sino un orgullo para la susodicha esposa. Eso significa que tiene un marido machote del que presumir. Una cuestión que no sólo se elogia en los más rancios círculos familiares, sino también en los más abiertos ambientes de la progresía. Asunción Balaguer era elogiada por su tolerancia a los cuernos abundantes que le ponía su esposo, el actor Paco Rabal y ahora leo lo mismo sobre Mercedes, la mujer de Gabriel García Márquez. Si Gabo se ponía gallito con las chicas, ella hacía la vista gorda como se supone que tienen que hacer las mujeres de una pieza. Ahora la historia la saluda con lisonjas y beneplácito. Muy de otra forma, sería si las infidelidades procediesen de Mercedes y la tolerancia del autor colombiano. La historia no hubiese podido permitir que Mercedes hubiese hecho cornudo a Gabo y que Gabo lo consintiese. Pero sí que Vargas Llosa le diera un trompazo a Gabo porque, según hipótesis, García Márquez le quisiese levantar a su mujer, Patricia. El honor es cosa de hombres, lo que tienen que tener las mujeres es paciencia.

Oigo decir que a un curso de la UCM en memoria del escritor Francisco Umbral, ha acudido su esposa, España Suárez, para defender que su esposo no era misógino, sino que, por el contrario, le gustaban muchísimo las mujeres. Desde luego, debía saber de lo que hablaba. No quedaría bonito con lo patriota que era ese hombre, decir que le puso los cuernos a España, pero los datos indican que así fue. Admirable mujer por lo tanto.

Pero no hay que fiarse de todas las cornudas y sí que distinguir entre la cornuda altruista y la cornuda alevosa e interesada. La mujer con clase concibe los cuernos por los cuernos como el parnasiano el arte por el arte sin exigir mayor compensación a cambio. Condición que no se da en la advenediza mujer yanqui, de idiosincrasia vulgar, que nunca podrá competir en caché con el rancio abolengo de las damas europeas. Ahí tienen, como ejemplo, a Hillary Clinton, cornuda proverbial donde las haya por la desenfrenada y pública afición del expresidente al refocile en lecho ajeno. Además de la Lewinsky, Bill se despachó a placer con casi toda señora que se le puso por delante –o incluso por detrás-, según leo en un reportaje que, en realidad, me importa un cuerno.

Hillary hubiese igualado en clase a Jacqueline Kennedy, de haberse limitado al estoicismo, sin embargo, ella se empeña en pasar factura y pedir una y otra vez la presidencia de los EEUU. Su tolerancia a los cuernos sólo ha demostrado que tiene una cabeza muy dura, lo que se dice una cabeza de peso. Tal vez ya va siendo hora de darle una oportunidad.

3 respuestas a «Cuernos de mujer»

  1. España, dolor de cuernos. Dios, en la planimetría celeste tuvo el olvido ubicuo de malubicar corporalmente los cuernos en un lugar dicente. Puestos sobre la testa, la boca que dice está muy cerca de los óseos estiletes y tiene a mano, o a cuerno, hablar rápidamente de lo que reside en el piso de arriba, en ese ático de los tríos pasionarios donde el cornudo es excluido pero a su vez es causa cornúpeta. Aparta de mí ese cuerno que vino negro de envestida. Pero sucede que por mucha profilasis que el cornudo/a ponga frente el trapío de señalamiento, es fuerza mayor que la envestida inviste y la víctima queda nombrada cornuda grabándose un estado incivil reglado que pasa a los papeles invisibles de familia y a la filetona malediscente que ambicionaba desde hacía tiempo zaherir a un pobre humano sin capote ni muleta. Pero digo que Dios colocó mal el cuerno iconográficamente pues lo puso en las mientes bajo la innoble función de comidilla de comadronas, loritos y otros ornitorrincos del espectro parlanchín. Mejor hubiera sido que el cuerno lo hubiera situado, sobre plano, junto a la región pudenda y/o distal-digestiva, eso hubiera sido más acorde, o mejor monocorde, en el sentido de que el que la hace la paga, y por lo menos, ya que ha sido un furtivo en veda, quede obligado a portar la fea protuberancia ósea que destila en ángulo recto a nivel portachuela, con lo que de incomodidad tiene para micciones, meteorismos y otras deyecciones tan montaraces como el propio cuerno. Pero el plano no vino así indicado, seguramente Dios no previó el cuerno en una humanidad ya de por sí hendida en el pecado. Si ya ésta estaba herida por la manzana, presumirla más abierta con una brecha a los Granero era demasiada previsión para pedirla a un Dios, que por por cierto no sabemos si a su vez tenía un padre, Padre de Padre, que ponía objecciones en el proyecto ideal para no tener problemas con la primera ocupación del hombre. Pero bueno, hasta ahí no podemos llegar. Sin embargo, asta aquí mucho cuerno astifino. Las pasiones humanas son como si dentro del pecho existiera una calle Estafeta de mozos sedicentes y sedientos de otro cuerpo amable y amado (potencia y acto), pues hay trama preparatoria y noche de autos ejecutiva, en ese orden. Señora Lola, usted presume que el cuerno es femenino en parte, o de cuerpo entero; eso creo que está cambiado, hasta el punto de que llegará el día en que, a igualdad de cuernos, las partes tengan tal equilibrio armado que puedan hacerse apuestas de resitencia cornil. Esperemos que no suceda y que la gente renuncie a la filocórnica, se mire más así misma e impida que se propaguen los cascos de vikingo. Le recuerdo que el cuerno es permanente desde el punto de vista anatómico, en tanto que la cuerna o asta tiene mudanza, pero esto es una cuestión estrictamente zoológica. ¿O de lo que usted habla también lo es? Saludos.

  2. Con gran y brillante despliegue verbal, como de costumbre, Sr Escribidor usted habla de los cuernos como algo génetico, impreso en nuestra tendencia y cultura e indiscriminado para hombres y mujeres, sin embargo, la intolerancia del macho a los cuernos concluye con la violencia de género y la mujer, normalmente, los soporta con elegancia…
    Alberto Moravia, siendo anciano, se casó con Carmen Llera de 31 años. A ver, él era un hombre inteligente y los cuernos se los veía venir. Carmen Llera le sirvió de inspiración literaria para escribir l´uomo che guarda (el hombre que mira). A aquellas alturas su único placer sexual le venía como voyeur y Carmen le hacía ver muchísimo porque no paraba la chica entre unos y otros. Su máxima venganza a Moravia fue escribir un libro horrendo llamado “Hombres”, basado en su propia experiencia sexual, que por lo pésimo de su estilo era un insulto más a la literatura que a Moravia que, por fortuna, murió antes de leerlo. Perdonad mi tardanza al contestar, me tomo de vez en cuando minivacaciones y eso incluye internet.
    Igualmente, siempre os quiero!!!

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